No fue a la velada preparada para celebrar la boda. Sin preguntarle su opinión, Heriberto la subió al auto empujándola al interior para luego subir él y ordenarle al conductor que los llevara a casa. Confundida lo miró esperando entender sus acciones, luego sonrió con picardía.
—¿Estás tan ansioso por nuestra noche de boda?
La expresión de asco de Heriberto la hizo reír, pero se contuvo al notar como arrugaba el ceño, con semblante furibundo.
—Solo bromeo —susurró para no ser escuchada por el conductor.
—Puedes hablar, es de mi confianza.
—Vaya —señaló sin ocultar su sorpresa.
—Te dejaré en casa, te mostraré la habitación que usaras de ahora en adelante. No asistirás a la velada porque temo que cometerás un error. Te quedas acá, en cuanto te llamen baja a cenar y finges sentir dolor de cabeza, y pides que te suban la cena. Comes y no salgas de la habitación, en cuanto lleguen a recoger la vajilla le dices a la empleada que tienes el sueño pesado y si te llaman a la puerta puedes demorarte en responder o no sentir nada. Luego le pondrás seguro a la puerta, saldrás de mi habitación e iras a la tuya a través de la puerta secreta, te duermes y ya ¿lo entiendes?
—Sí —respondió con seguridad, aprender rápido es algo que aprendió trabajando como guardia en una compañía de seguro. Había tantos protocolos que seguir cada vez que llegaba al trabajo, que no tiene problemas en entender varias instrucciones, aunque solo lo escuche una vez.
Heriberto alzó ambas cejas, intencionalmente le había hablado rápido dándole muchas instrucciones a la vez, esperando ponerla en problemas, pero en su mirada no muestra duda. No sabe si se está burlando de él o en realidad es más lista de lo que pensaba.
—Bien, espero que no mientas porque no repetiré ninguna de las palabras que ya dije —señaló desafiante—. Ahora, apenas lleguemos, debes fingir que te duele la cabeza y seguirme el juego, dentro de la mansión hay muchos empleados fieles al anciano que pueden contarle que nuestro matrimonio no es real.
—Es mi oportunidad de mostrarte mis habilidades actorales —respondió Amelia con emoción—, trabajé de extra en una película de zombi.
El hombre se quedó mirándola sin saber si lo que dice es cierto o no.
—... ¿Y qué papel hiciste?
—El de un zombi muerto tirado bajo un auto —respondió orgullosa—, pagaban bien, además aproveché a dormir, ha sido uno de los mejores trabajos que he tenido en mi vida.
Heriberto pensaba decir algo, pero mejor guardó silencio, ¿de verdad se piensa que por hacer el rol de un zombi muerto tiene mucho talento? En fin, por lo menos con un poco de actuación basta y sobra.
—Está bien, solo haz bien tu parte —y dicho esto descendió del vehículo en el cual viajaban—. ¿Aún te sigue doliendo, cariño? No te preocupes, ya llegamos a casa.
Amelia lo contempló con sorpresa, actúa bien pese a ser un novato. Bajó del auto fingiendo que se desmayaba cayendo en los brazos de su esposo.
—No puedo caminar, amor, álzame.
—¿Que te alce? —Heriberto hizo una mueca, con ese vestido pomposo no va a ser fácil.
—Sí, como se hace en la luna de miel —susurró sonriendo.
Heriberto le dirigió una mirada asesina.
—No juegues con mis límites, si no quieres que te devuelva sin un peso a la calle —le susurró de mal humor.
—Solo estoy intentando hacer una actuación creíble —le respondió cruzando los brazos hablando bajo.
¿Se está quejando acaso? Después que le ha puesto todo su empeño por actuar.
—Lo siento, estoy abusando de tu amabilidad, amor, yo caminaré, subiré las escaleras, aunque en cada paso siento que millares de espinas me clavan la planta de los pies, que mientras avanzo sin sostén mi cabeza comienza a sonar como una bomba a punto de estallar, con el corazón latiendo tan fuerte que mi pecho parece a punto de romperse en pedazos y...
—Ya entendí —le respondió molesto alzándola en sus brazos.
La verdad es que pesa menos de lo que pensaba. El examen médico tenía razón, desnutrición, cuerpo delgado bajo el índice de masa corporal, que debería tener por el exceso de actividades (trabajo remunerado)
—Desde hoy comienza a alimentarte mejor —agregó sin mirarla mientras suben las escaleras ante la atenta mirada de todos los sirvientes, algunos hasta susurrando lo romántico y buen esposo que resultó ser Heriberto Salazar.
Amelia pestañeó sin entender si eso lo dice porque en realidad se preocupa por ella, o solo con intenciones de burlarse de su peso. Estaba a punto de preguntarle cuando fue lanzada contra una cama matrimonial, sin nada de consideración.
El enorme cuarto debe ser de Heriberto, huele a su perfume, y la ropa de hombre desparramada en la cama lo evidencia. Cerrando la puerta, aflojo su corbata, para luego dirigirse a la pared de ladrillos, dio un par de golpes antes de empujar uno de los ladrillos y una puerta se abrió. Sin decir más, tomó a la joven mujer de la muñeca llevándola consigo al otro lado de esa pared.
El lugar luce agradable y acogedor, a pesar de no ser más grande que la habitación que había estado ocupando mientras era pupila del ama de llaves. Por lo menos hay una ventana que apunta hacia el bosque que se encuentra por el lado derecho de la casa. También es más elegante, pero pequeña comparada con el resto de las habitaciones. Sus paredes son de tono claro como si fuese parte de la torre de un viejo castillo, pero los muebles, que van acorde al diseño de la habitación, parecen haber sido construidos precisamente para este lugar.
—Esta será tu habitación, tienes tu cama propia, closet para la ropa que vas a usar al día, lo ideal es que la demás la dejes en mi closet para aparentar que vivimos como pareja y compartimos la cama.
La cama al otro lado de la ventana es de un tamaño adecuado para ella. Siendo incluso más grande que las camas que ha usado en su vida. Las mantas han sido colocadas recientemente, el aroma a limpio se siente al sentarse sobre la colcha. No sabe si quien ordenó y limpió esto fue Heriberto, pero no se imagina a un niño rico como ese dedicándose a labores hogareñas.