Heriberto volvió al auto de mal humor. Apenas se subió, el conductor encendió el vehículo y dio marcha. Observó de reojo la casa para luego mirar la hora en su reloj, de seguro ya muchos deben estar curiosos de que la pareja de recién casados no lleguen al hotel en donde se realizará la fiesta.
Llamó a su asistente para saber como iba el asunto en su ausencia. Aquella le contestó que hasta ahora no ha habido problemas.
Heriberto suspiró para luego masajearse las sienes, en verdad no quisiera ir. Hubiera preferido quedarse en casa. Las víboras de sus tías y primas de seguro deben estar esperándolos, listas para hablar y soltar venenos de sus lenguas ponzoñosas, listas para atacar a su joven esposa, pero no les dará en el gusto de humillar a Amelia. Conociéndolas es seguro, que ya se informaron de todo su pasado y planean sacárselo en cara en la fiesta.
Y no es porque le interese mucho esa mujer que está más loca que una cabra corriendo en el monte. Sin embargo, ahora que es su esposa debe evitar que su familia la maltrate y humille como se les dé la gana. Que lo hagan es faltarle el respeto a él y a su abuelo.
—Vaya, querido sobrino, ¿en dónde está su reciente esposa? —tal como lo pensaba ahí estaba el grupo de arpías reunidas listas para atacar—. Recién casados y ya separados...
La mujer, con la copa en mano, lo observó atentamente, esperando alguna reacción en su sobrino. Es injusto que el hijo de una simple pianista sea el heredero elegido por el patriarca como su sucesor. Dejando a su hijo de lado, incluso expulsado de la familia. La mirada vil de la mujer no pasa desapercibida. Y claro, atacar a la esposa de su sobrino es mucho más fácil que hacerlo con él.
Heriberto le sonrió con ironía, sin dejarse amedrentar.
—No pudo venir, no se sintió bien, preferí dejarla descansar —respondió con ligereza.
—¡Oh, primo! ¿No me digas que está embarazada? Ya lo veo... acostarse antes de casarse y... vaya que falto de respeto a los valores de los Salazar...
—¿Los valores de los Salazar? —Heriberto alzó ambas cejas con inocencia—. ¿Qué diría el abuelo si te escuchara? Recuerdo que la abuela se casó ya embarazada. No creo que a él le gustaría escuchar como la insultas de esa forma.
—Yo no quise... yo no me refería a eso... —pareció a punto de hacer un berrinche si su madre no la hubiera detenido en ese momento, una mujer baja y de expresión funesta, que hasta ahora se ha mantenido callada.
—Primo, no digas ese tipo de cosas, mi hermana no quiso ofender a la abuela—señaló otra de sus primas con claras intenciones de burlarse de él.
Heriberto movió la cabeza a ambos lados antes de hablar.
—Entiendo, a veces la frustración las lleva a decir cosas que no quisiera decir, pero aun así las dijeron —respondió sonriendo.
Una de sus tías estaba a punto de hablar cuando justo a tiempo llegó la asistente de Heriberto a interrumpirlos.
—Disculpe, señor, el señor Díaz quiere hablar con usted —dijo la sería y joven mujer.
—Bien, entonces permiso tías y queridas primas, un gusto hablar con ustedes —se despidió con cordialidad—, y saludos a mi primo, espero que haya enderezado su camino.
Notó la expresión furibunda del grupo de mujeres y apenas se alejó suspiró con expresión de fastidio.
—Te demoraste mucho —le reclamó a su asistente masajeando sus sienes—. Son como una jauría de cuervos esperando atacarte en cuanto te vean agonizar.
—Lo siento, señor, no podía venir acá con la cantidad de socios que me detuvieron con saludos en el camino —respondió la mujer revisando su reloj—. ¿Cuántas horas planea quedarse?
Heriberto bufó.
—¿Por qué? ¿Tenías planeado algo con tu marido?
—Nada distinto a cualquier matrimonio que se ama —respondió con calma la joven mujer—. Lo pregunto más bien por su esposa, ¿no planea pasar la noche con ella?
Heriberto se atoró pese a aún no beber nada. Se quedó mirando a su atrevida asistente sin que su rostro mostrara expresión alguna. Para luego soltar un suspiro, ¿pasar la noche con esa mujer? De solo pensarlo le da escalofríos, si ya de por sí le falta un buen par de tornillos, sería capaz hasta de lo impensado en la cama. No, definitivamente jamás se acostaría con ella.
Amelia tosió, apenas una de las empleadas le había traído la cena a su habitación.
—Se encuentra bien, señora.
No respondió, sentirse llamada "Señora" es raro, incómodo, pero en fin. Si todo es a cambio de una cómoda vida, lo acepta.
—Solo con el dolor de cabeza, creo que agarre una alergia —siguió en su rol de esposa enferma, que no pudo asistir a su propia fiesta.
En cuanto la mujer se fue, se tiró hacia la cama de Heriberto, extendiendo brazos y piernas y conteniendo un chillido de alegría. Esta cama es tan cómoda como la cama que hay en el cuarto oculto, de verdad siente que se ha ganado la lotería. Además, ese precioso vestido de novia que podría subastarlo y ganar suficiente para una vida sin preocupaciones.
Luego sus ojos se posaron en la bandeja, hace un tiempo su cena consistía solo en un té y cinco galletas, y eso era un lujo porque otras veces solo bebía té. Pero ahora ve un plato con un apetitoso filete, platos de entrada, ensaladas, acompañamiento, postre, etc. Son tantos que no sabe por donde empezar.
—Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida —exclamó sin contener su felicidad.
Heriberto volvió a casa, cansado y frustrado, lidiar con su familia no siempre es fácil. Por fortuna, con la excusa de tener a su esposa en casa, enferma, pudo irse antes de tiempo. Se aflojó la corbata, apenas bajó del vehículo.
—No debí beber tanto —se quejó sintiéndose mareado. Por intentar mantener la paciencia con sus tías bebió más de la cuenta.
—Señor, ¿va a cenar? —le preguntó el ama de llaves al verlo llegar.
—No, no, solo dormir.
Y de eso no recuerda más. Ni siquiera como llegó a la cama, ni en que momento se desvistió, ni cuando se acostó. Y cuando el sol de la mañana le golpeó el rostro y abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de esa mujer dormida en su cama.