Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 8

Salir de esa casa se siente tan agradable, que Amelia no pudo evitar correr calle abajo ante la atenta mirada del chófer que recibió órdenes directas de su jefe de no quitarle los ojos encima "a esa loca que podría ser capaz de cualquier cosa".

Sacó un cigarro y lo encendió, pensando que nunca verá otro matrimonio así de inusual. Amelia, en tanto no ha perdido el tiempo, pidió un pastel y un café, uno de esos pasteles que eran tan caros que solo se imaginaba el sabor de cada uno. Pero no le gustó, pensaba que el sabor sería más dulce. Luego probó otros tres que pidió que se los envolvieran y los llevaran a casa.

Es feliz de poder comprar sin pensar si el límite de su tarjeta se lo va a permitir. En verdad, entrar a la familia Salazar tiene sus beneficios. Pudo comprar también ese vestido que había visto hace tiempo en una tienda de ocasión, y luego un buen par de zapatillas. Las suyas no las había cambiado desde que estaba aún en la escuela, rellenando el interior de cartón porque la suela ya casi estaba consumida en su totalidad.

—¿Donas? —detuvo su mirada en esa reconocida cadena de donas.

Titubeó antes de atreverse a comprarla, y nerviosa al elegir la variedad de donas que correspondían al combo comprado. Finalizado esto se alejó feliz. Volvió al auto en donde el conductor la esperaba.

Le ofreció una dona, pero este se negó argumentando que ya había desayunado. Luego subió al auto. Quería ir al cine, pero si dejaba los pasteles y donas en el auto podrían echarse a perder. Es importante no perder alimentos, no son baratos.

—Volvemos —dijo mirando con atención al chófer que acababa de subir al asiento—. Para después ir al cine.

—Sí, señora —le respondió con cortesía.

—Llámame por mi nombre, es Amelia.

—Señora Amelia —respondió.

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Heriberto contempló la lista de compras que llegaron en sus notificaciones. La verdad esperaba más, se había imaginado que una mujer como esa, en una noche se gastaría miles de dólares. Pero solo compró unos tres pasteles, un café, un vestido barato, y unas zapatillas, y luego compró unas ¿donas?

—¿Esta mujer busca burlarse de mí? —señaló masajeando las sienes.

¿Para esas cosas usa la tarjeta black que su asistente le envió? Cualquier otro que viniera de su clase social lo hubiera gastado en joyas, vestidos caros y restaurantes de lujo. Pero ellas se las gastó en puras tonterías que cualquier podría gastar sin necesidad de usar una tarjeta Black premium.

En eso otra notificación le llegó. Bufó, y con mirada altanera miró el teléfono.

—Compra de preserva... ¡¿Qué?! —se colocó de pie de inmediato, casi a punto de perder el equilibrio—. Mujer loca e insana...

Si hubiera sabido que al otro lado Amelia se subía al auto sin controlar su risa, se daría cuenta de que acaba de caer en su trampa. No es tan tonta como para no imaginar que Heriberto debe estar revisando la lista de cosas que está comprando. Las notificaciones de la tarjeta deben estar asociadas a su teléfono. Contempló lo que acababa de comprar, con aún lágrimas en sus ojos por reírse tanto al imaginarse la cara de su marido. Ahora que hará con esto, no lo sabe. Será mejor guardarlo, tal vez le sirva para intimidar a su casto y puro marido.

Heriberto estaba a punto de llamar a Amelia cuando su teléfono sonó de nuevo, y al ver que se trataba de su abuelo borró la expresión molesta de su rostro colocándose serio. Contestó preocupado, no es usual recibir una llamada de él cuando suele visitarlo todas las semanas.

—¿Cuándo vuelven? —dijo el anciano, apenas lo escuchó responder.

—¿De qué habla? —preguntó en tono cortés.

El hombre mayor se rio del otro lado.
—Ah, mi nieto, debes estar disfrutando tanto tu luna de miel que estás en las nubes, ella es linda, vi sus fotos, además es una muchacha esforzada y trabajadora. Te has ganado el premio mayor. Sus hijos serán listos y de muy buena apariencia.

"¿Listos? ¿Con esa cabeza rellena de agua?", pensó Heriberto, imaginando a esos pobres niños con una madre así.

—Estoy en la ciudad, te visitaremos mañana y...

—¿Cómo que en la ciudad? —el tono severo del abuelo lo hizo callar de golpe.

—Eh... he tenido mucho trabajo y...

—Te casas solo una vez en la vida, ¿acaso no llevaste a tu esposa de vacaciones? ¿Qué clase de marido eres? Pobre de mi nieta que deba aguantar ese tipo de desplantes de su propio esposo.

—¿Tu nieta? —"¿No se supone que tu nieto soy yo?"—. Sí... ella estuvo de acuerdo, es que está aún en clases... en la universidad... esperaremos que cierre su semestre y esté de vacaciones para salir a nuestra luna de miel.

—Es cierto —señaló el hombre mayor con un tono más cordial—, verdad que mi nieta es muy inteligente, sí, deja que terminé sus clases, dale tu apoyo. Y vengan entonces a verme cuando puedan.

—Sí, sí, eso haremos —respondió Heriberto, aliviado de recordar justo los estudios de Amelia para tener una excusa.

Para salir con un mono como ese, primero debería educarla, y eso no será tarea fácil. Finalizó la llamada y se dejó caer en el sofá. Soltó un largo suspiro.

—Y entonces yo le dije que me había pasado al lado oscuro, y me pregunta por qué, le respondí porque la luz de mi lámpara no llegaba a donde tenía el cargador del teléfono, y se le salió el jugo por la nariz —Amelia apareció por el pasillo hablando siendo seguida por el chófer que la escucha con atención, antes de reírse—. Yo... no pensé que eso... iba a pasar, pero con eso descubrí que a la gente de verdad se le salen las cosas por las narices.

El hombre que lleva las bolsas la mira sin entender lo que dice, pero eso no impide que la mujer se ría sin control. Heriberto se colocó de pie bloqueándole el camino.

—¿Qué significa esto? —dijo mostrándole la última notificación recibida.

—Ah, eso —Amelia empezó a revisar las bolsas hasta encontrar la caja—. No sabía tu tamaño, así que compré estándar, ahora si te queda grande yo puedo...




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