Dánae contempló con desprecio el auto que su padre acaba de comprar para ella para que pueda asistir a la universidad. Tragó saliva con amargura, ese no es el auto que quería.
—Deberías ser más agradecida —susurró su madre con gesto cansado al escucharla quejarse del regalo.
—Lo siento —se disculpó con falsedad, sonriendo, aunque no oculta la ironía en sus ojos—. Quería un auto deportivo... uno que luzca más... creo que papá y mamá piensan que no lo merezco, ¿por qué si son mezquinos con su única hija yo debo aceptarlo?
Alzó ambas cejas al decirlo fijando su mirada desafiante en sus padres. La madre se llevó la mano al pecho ante las hirientes palabras de la hija que ha cuidado toda su vida.
—No digas esa tontería —masculló el hombre arrugando el ceño—. Este auto es uno de los mejores autos del año, buena calidad, seguridad número uno y...
—¡No lo quiero! —gritó lanzando la llave contra el piso, interrumpiendo las palabras de su progenitor antes de golpear el piso con su pie dos veces. Los señaló a ambos como si estuviera amenazándolos—. Iré donde el tío y la tía, ellos sí van a comprármelo.
—¡¿Hasta cuando te he dicho que dejes de pedirle cosas a mi hermana?! Yo soy tu madre, entiendo que ella quiera mimarte porque su hija no salió tan buena y perfecta como lo eres tú... pero...
El hombre mayor bufó, ¿perfecta? Desde que su hija es pequeña ha hecho lo que ha querido, con una madre que no se impone. Pero también es su culpa porque por evitarse el estrés de la crianza dejó todo solo en manos de su esposa.
—Más bien, una caprichosa, mal portada y egoísta. Si no te gusta el auto, entonces ya no es tuyo. Se lo daré a tu prima.
Dánae se giró, incrédula, preferiría quemar ese auto que dárselo a la ingrata de Amelia. ¿Acaso no sabe lo que hizo? ¿Cómo la trato mal empujando incluso a Heriberto Salazar a ser grosero con ella?
No va a permitir que su padre le dé un regalo a la oveja negra de Amelia. Además, él es su padre, ¿por qué tendría que darle cosas a otra cuando tiene a su propia hija a su lado?
—Ella... tiene a ese hombre —de solo pensarlo sintió hervir su sangre—, me lo quitó, y si tú le das este auto... ¡Te juró que te odiaré toda la vida! ¡Ella no es tu hija, soy yo!
Y sin decir más salió dando un portazo. La mujer al ver a su hija suspiró antes de sentarse en el sofá y llevarse una mano a la cabeza al sentir dolor. Lleva días sintiéndolo, pero lo ha ocultado de su familia. Su hija ha estado muy sensible luego de la boda de su prima y por eso ha evitado hablar sobre su salud.
—Se ha puesto peor desde el día de ese matrimonio —se quejó sin mirar a su marido—, ¿qué le habrá hecho esa muchacha?
Agregó refiriéndose a Amelia. Para ella no es posible que su dulce hija haga más berrinches a los que ya se había acostumbrado, nunca le ha negado nada, pero ahora es diferente. Es imposible cumplirle el deseo de casarse con quien ya está casado.
Aun así, no quiere verla sufrir, porque el solo hecho de que ella nació fue un milagro. Para una mujer declarada con nulas posibilidades de un día convertirse en madre, haber tenido una hija es un tesoro que debe cuidar.
Su marido maldijo apretando los dientes.
—¿Qué crees tú? ¡Nuestra hija quería casarse con el novio de su prima! Agradece que Amelia no la avergonzó en público, o la abofeteó frente a todos por tal desfachatez. Y tu hermana y su marido, son un par de tontos que en vez de hacerla entrar en razón le siguieron el juego.
—Cariño, cálmate, Dánae lo entenderá a su tiempo.
—Ella ya no es una niña, es una mujer, y es tiempo que empiece a hacerse responsable de sus actos.
Dánae, con actitud molesta, se subió al auto de sus padres, había tomado sus llaves sin pedírselas, es lo que le deben después de darle un regalo como ese. Y echó andar el motor con intenciones de ir de compras y desahogarse de lo injusto que eran sus padres. Sus tíos suelen entenderla más, ser más atentos, dispuesto a no hacerla llorar por cumplirle todo sus caprichos.
Con la tarjeta en su mano, compró ropa, zapatos que no necesitaba, maquillaje que nunca piensa utilizar, y hasta dos carteras caras. Cuando ya no cabían más bolsas en sus manos se sintió satisfecha y feliz. Se sentó en una de las bancas en el pasillo del departamento de tiendas para beber un jugo. Sonrió hasta que la imagen de su prima se hizo presente.
Apenas pudo distinguirla se escondió. Espiándola desde detrás de un enorme pilar. Amelia viste con un vestido de marca carísima, se nota que ha sido peinada y maquillada por un profesional, parece una mujer de clase, aunque sonríe y no deja de hablar. Atrás va su marido, Heriberto Salazar, cargando un par de bolsas. El hombre luce tan apuesto como la última vez que lo vio, y no pudo evitar soltar un suspiro entrecerrando los ojos, imaginándoselo junto a ella en vez de estar al lado de su maleducada prima. Si tan solo con un chasquido hiciera desaparecer a su tonta prima del medio.
Amelia se detuvo de golpe y retrocedió al lado de Heriberto, con una sonrisa cómplice que este respondió con una expresión agría. Algo le dice que lo que le va a decir solo le va a provocar dolor de panza.
—Admiradora a las doce en punto, veo que mi prima Dánae no piensa rendirse, te come con la mirada —señala con tono divertido.
—No tenemos tiempo para eso, ya estas vestida decente vamos a ver a mi abuelo —le dijo agarrándola de la muñeca y cambiando de dirección. Lo que menos quiere es ver a una mujer mirándolo de forma tan vulgar y sucia como esa pariente de su esposa.
Pero Dánae no parece rendirse, los sigue desde cierta distancia, esperando tener la oportunidad de poder intercambiar unas palabras con Heriberto. Tal vez incluso podría usar la excusa de que quiere disculparse por su mal comportamiento el día de la boda. Aunque en realidad no siente que haya hecho nada malo en todo caso.
—Aún nos sigue —le susurró Amelia a Heriberto sin dejar de sonreír divertida—, creo que debe ser tu fan más acosadora.