Mi Feliz matrimonio forzado

Capítulo 10

Amelia contempló en silencio y con curiosidad el enorme recinto hospitalario. Es primera vez que entra a un lugar así. Su economía solo le permitía atenderse por el sistema público, por lo que no pudo evitar sentirse algo intimidada, y sin pensarlo se aferró al brazo de Heriberto.

Aquel la contempló en silencio, ¿cómo ese gato loco que salta de un lado a otro ahora se apega a él al sentirse insegura? Sonrió, luego al darse cuenta tosió incómodo. No es usual en él sonreír por las actitudes de alguien que hasta hace unos días aún olía a jabón barato.

Se detuvieron frente a una puerta, en donde dos guardias les abrieron la puerta. La sala del hospital es amplia, de tonalidad blanca, tanto en pisos, paredes y cielo. Al fondo un enorme ventanal que deja ver las hojas de un árbol que parece tener muchos años. Y en medio de la sala, una cama y un anciano con expresión afable.

—¡Qué bueno tenerlos aquí! —habló extendiendo sus brazos.

—Hola abuelo —respondió Heriberto, inclinando la cabeza y manteniendo su distancia.

Amelia lo contempló con seriedad, si es su abuelo, ¿por qué lo trata con tan poca familiaridad? Si ella hubiera tenido un abuelo que la esperara de esa forma, con una sonrisa y brazos extendidos, ella no hubiera dudado en lanzarse a abrazarlo. Pero no, la vida solo le dio dos padres que ni siquiera la aman.

—Tú debes ser Amelia —dijo en anciano deteniendo su mirada en ella.

Sus ojos son claros, como el cielo en la mañana, y su sonrisa es sincera, ¿es él el tan temible patriarca de la familia Salazar?

—Tus fotos no te compensan, pequeña, eres mucho más bonita en persona. Desde hoy también seré tu abuelo —dijo el hombre con amabilidad.

—¿Usted también será mi abuelo? —preguntó incrédula.

—Sí, ven acá quiero verte mejor.

Amelia se adelantó, con cierta desconfianza, luego al notar la expresión sincera del hombre no dudo en lanzarse a sus brazos ante la sorpresa de todos los presentes, incluso hizo que los dos guardaespaldas que estaban a los lados de la cama saltaran. Heriberto de un salto la tomó del brazo y la alejó de golpe.

Mientras su abuelo paralizado no salía de la sorpresa.

—¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¿Estás loca?

La risa del anciano llegó a oídos de todos los presentes.

—Yo sabía que eras mucho mejor que esa otra mujer con quien mis nueras querían casar a mi nieto —refiriéndose a Dánae—. Trabajadora, fuerte, que no se deja amedrentar por un destino nefasto, pero sobre todo sincera.

Amelia sonrojó ante esos halagos, no está acostumbrada a recibirlos. Heriberto le soltó el brazo y ella se masajeó dirigiéndole una mirada funesta.

—Debes cuidar mucho a esta muchacha —advirtió el anciano a su nieto—, no encontrarás a una mujer como está en otro lugar.

"Gracias al cielo" pensó Heriberto, manteniéndose serio. Dios castiga, pero no dos veces.

—Ven acá Amelia, siéntate en la cama del abuelo, quiero darte algo —dijo el anciano.

Tomó una cajita que guardaba en la gaveta de su velador. Una caja pequeña, de color negro, y tallado de aves de tono dorado. Al abrirlo, Amelia vio un bonito collar, con un colgante que presentaba una rosa con un diamante en su centro.

—¡Eso era de la abuela! Anciano, tú no puedes... — su nieto al ver el collar reclamó de inmediato.

—Silencio —le ordenó y Heriberto tuvo que morderse la lengua. ¿Por qué le está dando a Amelia algo tan valioso como la reliquia de la abuela? Ni siquiera a su madre o tías le entregó algo como eso—. Mi mujer me dijo un día, cuando veas a una de tus futuras nueras tener la misma mirada que yo, es porque es una mujer que ha aprendido a ser fuerte por tener que vivir luchando contra las adversidades. Dale a ella mi rosa de la suerte.

Amelia lo contempló conmovida, olvidándose de que debía actuar, hasta ahora no ha hecho más que llevarse por sus propios sentimientos.

—Muchas gracias —respondió con sinceridad mientras el anciano le ayudaba a colocarse el collar.

—Cuando conocí a Marisol, mi difunta esposa, ella trabajaba acarreando cajas de una bodega, quién podría imaginar que una mujer tan delgada y pequeña pudiera tener esa fuerza. Me impresionó, pero después, cuando supe que vivía con un padre borracho que solo sabía cargarla de deudas, supe que su fuerza nacía de su adversidad. La vida no había sido fácil, pero ahí estaba ella nadando contra la corriente.

Dicho esto tomó la mano de Amelia con actitud paternal. La joven mujer, no acostumbrada a esa muestra de cariño, solo pudo musitar un "gracias".

********************

—Te ves muy feliz por haberte quedado con ese collar —masculló Heriberto de mala gana mientras salían del hospital. Debe saber lo costoso que es, para una mujer que solo piensa en dinero debe ya pensar en como venderlo o rematarlo.

—Es el primer regalo que recibo en mi vida —le respondió sonriendo.

Heriberto desvió la mirada, luce en verdad feliz. ¿Será cierto que nadie antes le dio un regalo? Lo dice tan a la ligera que cualquiera pensaría que eso no es verdad. Pero recordando la actitud de los padres de esa mujer, le hace pensar que no miente.

—Lo atesoraré toda mi vida, y se lo daré a mi nieta si ella me demuestra que se lo merece —agregó la mujer con seguridad.

—¡Ja! ¿En verdad crees que tú y yo tendremos hijos?

Dijo en tono burlesco. Amelia detuvo sus pasos y se giró hacia él.

—¿Y quién dijo que sería con usted? —y luego de esa pregunta le dio la espalda—. Cuando nos divorciemos estoy pensando en la indemnización que me has prometido, luego de eso viajaré por el mundo y quién sabe si conozca a un dios griego del cual me enamore. Nos casaremos, seremos felices y tendremos muchos hijos y nietos. Envejeceremos y moriremos tomados de las manos...

Estiró sus manos hacia el cielo mientras los pétalos de los árboles caían a su alrededor, soñando despierta. Heriberto tensó su mirada. No es que no quiera deshacerse de ella, pero, ¿por qué le molesta que hable de otro hombre? Uno que para peor ni siquiera existe.




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