—¿En serio lo prometés? —pregunté con un hilo de voz. Tenía miedo. Mucho miedo. No solo de él… sino de mí. De volver a confiar.
—Sí. Nunca en mi vida hablé tan en serio —dijo Dylan, con una seguridad que me hizo latir el corazón más fuerte.
—¿Puedo confiarte mi corazón? —pregunté sin pensar. Me salió del alma. No sé por qué, pero estando con él… sentía que tal vez valía la pena arriesgarse otra vez.
—Sí —respondió, sin titubear.
Me abrazó. Yo apoyé mi cabeza en su pecho, cerré los ojos… y caí en un sueño profundo.
(...)
Cuando desperté, estaba sola. Tapada, cómoda, pero sola. Me incorporé rápidamente, buscando con la mirada a Dylan, pero no estaba en mi cuarto. Miré la hora: las ocho de la noche. Recordé que mamá había salido al cine con unas vecinas nuevas. Así que si quería cenar… tenía que cocinar yo. U.u
Y yo... cocinando platos nutritivos... mejor no. Soy más de lo dulce: tortas, galletas, budines. Las harinas y el azúcar me entienden.
Me puse los auriculares, busqué música y empecé a cantar Good For You de Selena Gomez. Bajé las escaleras bailando y cantando al compás, con movimientos torpes pero felices. La música me transportaba a otro mundo… hasta que un olor riquísimo me despertó del trance.
Abrí los ojos esperando ver a mamá... pero no, era Dylan. Delantal puesto, cucharón en mano, revolviendo una olla. Más lindo no puede ser.
Me saqué los auriculares y lo miré, entre divertida y sorprendida.
—¿Qué hacés? —pregunté, alzando una ceja.
—La cena —respondió, como si fuera obvio.
—¡Ya sé, bobi! Pero ¿qué estás preparando? —dije chistosa, inflando las mejillas.
—Sorpresa, princesa —dijo, guiñándome un ojo.
Mis mejillas se encendieron como un semáforo. Tragué saliva.
—Um…
—Si querés, podés ir a acostarte o hacer lo que tengas que hacer. Cuando esté lista, te llamo —añadió, casi con entusiasmo infantil.
—Mm, de acuerdo. Voy a bañarme —dije, tratando de espiar la olla, pero sin éxito.
Me giró de los hombros y me empujó suavemente hacia las escaleras.
—Sisi, ya me voy —reí.
(...)
Después del baño, envuelta en mi toalla favorita, me asomé por las escaleras para ver si podía adivinar qué era lo que cocinaba. Pero claro, soy torpe. ¿No lo dije? Bueno… MUY torpe.
Resbalé.
Y no fue un tropezón... fue una caída estrepitosa, tipo película: volando sin tocar ni un escalón.
—¡Aaaaaah! —grité cerrando los ojos con fuerza. No quería ver cómo moría.
Pero no toqué el suelo.
Abrí los ojos, confundida. Estaba en los brazos de Dylan.
—Sos rápido. Y muy bueno atajando —dije, riéndome nerviosa.
—Y vos muy torpe. ¡Estás en toalla! —dijo, dándose vuelta, completamente sonrojado.
Miré hacia abajo. ¡Ups! Efectivamente, estaba semi desnuda. Qué vergüenza.
Antes de que pudiera reaccionar, Dylan me alzó como a una princesa y empezó a subirme al cuarto.
—Sabés… cuando hay chicos en la casa, tratá de no andar medio desnuda —dijo serio.
—Pero sos vos… —respondí, casi ingenua.
—¡Yo también soy un chico! ¡Y tengo instintos salvajes! —espetó.
—Sé que no me harías nada —dije, con total seguridad.
Se detuvo a mitad del pasillo. Me miró fijo, a los ojos, con una intensidad que me dejó sin aire.
—No estés tan segura. Es muy difícil para mí controlarme… como hombre y como animal. Tenés que tener cuidado. Puedo llegar a no poder frenarme —dijo, casi con dolor.
Me dejó en el suelo y se fue rápido, como un rayo. El viento que dejó al irse me despeinó entera.
—Ay, no era para tanto. Se enoja fácil… —murmuré, bajando la cabeza mientras buscaba mi pijama favorito: un conjunto atigrado con capucha de orejitas. Sí, ya sé, estoy grande para pijamas así, pero… ¡me encanta!
Me puse a repasar lo que vimos en clase. Historia, matemáticas, inglés… zzz. Me aburrí tan rápido que me quedé dormida. Dormir me encanta. Una vez dormí 14 horas seguidas. Digan lo que quieran: es una habilidad.
(...)
Desperté de golpe cuando sentí que me estaban cargando. Era Dylan.
—Hola —dije, bostezando.
—Hola, bella durmiente —respondió con ternura.
—¡NO! ¡Yo soy un tigre! Rawr —dije, haciendo una voz de nenita.
—Como digas, tigrecita —rió.
Al llegar a la cocina, la mesa estaba servida. Hamburguesas con papas fritas… ¡y una rosa al lado de mi plato! Pero no era una rosa común. Brillaba… y era celeste.
Me senté, algo aturdida.
—¿Y esta rosa?
—Es para vos —dijo, serio.
—Gracias… pero, ¿por qué es así? —pregunté, tocándola con cuidado.
—No necesita agua ni tierra. Nunca va a marchitarse —respondió, entusiasmado.
—¿Y por qué brilla?
—Porque yo estoy cerca. Es una rosa especial. Si algún día no me encontrás… esa rosa puede ayudarte.
Me lo dijo con tanta convicción que no pude hacer más que asentir. No entendía cómo, pero le creí.
Mientras comíamos, reímos, charlamos, compartimos bromas tontas. Fue como una escena de película… hasta que, de golpe, le salieron las orejas de gato.
Estallé en risa.
—¡Alguien viene! —dijo con alerta. Recogió todo en menos de cinco segundos, volvió a su forma felina y se escondió.
Me agaché junto a él.
—¿Quién viene?
—Tu madre… miau —susurró.
Rodé los ojos. Me incorporé y, segundos después… CLIC, se abrió la puerta.
—¡Hola hija! Ya volví —dijo mamá, contenta.
Miré a Dylan sorprendida. ¿Cómo la escuchó desde tan lejos?
—Hola, ma —dije, apagando el agua.
—¿Qué comiste?
—Hamburguesas con papas —respondí con orgullo.
—Bien. Vas aprendiendo de a poco —dijo alegre.
—Sí, jaja —reí, medio nerviosa.
—Buenas noches, ma —le di un beso en la mejilla, agarré a Dylan y subí.
Apagué las luces, me acosté y lo abracé.
—Buenas noches —dije, acurrucándome.
De pronto, volvió a su forma humana.