Ya era de mañana. Me senté en la cama, todavía medio dormida, y lo primero que noté fue...
¡No tenía ropa!
Me tapé automáticamente con las sábanas y miré alrededor, buscando a Dylan.
Nada.
Ni un solo rastro del gato humano.
—¿¡Cornee por qué no traés ropa!? —me regañé en voz alta, mientras buscaba desesperadamente algo para ponerme.
Fue ahí que lo vi. Una nota sobre la cómoda.
“Me fui temprano. Perdón por lo de ayer.”
¿Perdón por lo de ayer?
¿Qué pasó ayer?
Mi memoria estaba borrosa. Solo recordaba una charla, una mirada intensa… ¿y luego? Nada. Vacío. Como si mi cerebro hubiese decidido protegerme de algo.
Tenía miedo de lo que no recordaba.
Mientras mil preguntas me carcomían el cerebro, una voz me sacó bruscamente de mi nube mental:
—¡¡CORNEE!! ¡Te estoy llamando, hija! —gritó mamá desde el pasillo, probablemente al borde de perder la paciencia.
—¡Ah! Perdón, ya voy —respondí en piloto automático.
—Hoy te hice panqueques —dijo con una sonrisa cantarina.
Wuju, panqueques.
Bajé como un rayo por las escaleras y en tiempo récord me devoré tres panqueques con dulce de leche. Podría haber comido siete más, pero no quería parecer una bestia. Al menos no delante de mamá. (Delante de Dylan ya había perdido toda dignidad).
(...)
—Hija… —dijo de repente, con una voz temerosa.
—¿Qué pasa, ma? —pregunté sin entender.
—¿Había un chico en tu cuarto?
Se me atragantó el panqueque.
—¿Eh? Jajajaja, no, mamá, ¿qué decís? —intenté reír con naturalidad, aunque sentía que me estaba por explotar la cara de vergüenza.
—El ambiente en tu cuarto... está raro —dijo ahora seria.
¿Raro? ¿Cómo que raro? ¿A qué se refiere con “ambiente raro”? ¿Habrá olido a gato? ¿A adolescente confundida? ¿A pecado?
La miré como si hablara en arameo y ladeé la cabeza.
—Nada, deben ser cosas mías —dijo sacudiendo la cabeza y volviendo a sonreír.
Menos mal.
—Bueno, me voy ma —dije mientras me calzaba.
—Este fin de semana tengo que salir —avisó.
—¿Otra vez? ¿A dónde vas? ¿Al mismo lugar de siempre? —pregunté con curiosidad.
—Sí —respondió con su tono dulce, pero firme.
Mamá solía irse de vez en cuando a un lugar misterioso. Nunca me decía a dónde. Solo prometía que algún día me lo contaría.
Ya soy bastante grande… ¿cuándo va a llegar ese famoso "algún día"?
(...)
En el camino al colegio, seguía dándole vueltas al famoso "ayer".
¿Qué pasó con Dylan? ¿Por qué me pidió perdón?
Se aclara la garganta
—Hola —dijo él, apareciendo de la nada como si pudiera oler mi confusión.
—¡Ah! Hola, Dylan —respondí, sorprendida.
—Perdón… —dijo con tono bajito, medio triste.
Le hice señas para que se acercara. Dudó un segundo, pero luego se agachó y acercó su oído a mi boca.
—¿Por qué no tenía ropa esta mañana? —le susurré.
—¿No lo recordás? —me susurró él, un poco tenso.
—Mmm… no.
—Entonces mejor que siga así —respondió, aliviado.
—¡Eeeeeh! —protesté, indignada.
—Tranquila, no te hice nada —dijo divertido.
Me puse como un tomate y aceleré el paso. Pero olvidé un pequeño detalle: Dylan es gato. Corre más rápido que mi dignidad escapando de una situación incómoda.
Durante las clases, no dejó de mirarme. Todo el santo día.
Sus ojos iban de mis labios a mis ojos, de mis ojos a mis labios…
¡ESTE TIPO ME QUIERE MATAR!
Me hice la desentendida, pero por dentro, mi corazón parecía una banda de tambores. Y no de las buenas.
(...)
Al salir del colegio, Dylan me pidió que lo cargara. ¿Quién se resiste a un gato que se transforma delante tuyo y te estira las patitas?
—Solo una cuadra —dijo. Y una cuadra hicimos, con él en mis brazos como si fuera un bebé peludo.
—Llegamos —anuncié, abriendo la puerta de casa.
cri-cri... cri-cri...
Obviamente, no había nadie. Solo una nota:
“Me fui. Te amo. Mamá.”
Simple, directa y efectiva.
—¿Dónde fue tu mamá? —preguntó Dylan, ya en su forma humana.
—No lo sé con exactitud. Solo sé que va bastante seguido y que no me cuenta —respondí.
—Bueno, ya que no está... ¡¡miremos una película!! —gritó emocionado.
—¿Cuál querés ver? —pregunté mientras me sacaba los zapatos.
—¿Lo que sea está bien?
—Sí —dije, confundida.
—¡¡¡Perfecto!!!
—¿Y cuál elegiste?
—¡Los Aristogatos! —gritó con los ojos brillando como un niño.
Lo miré, parpadeé dos veces y luego me reí.