Si mis cálculos no fallan, hoy es mi segundo día en esta horrible habitación, nos vinieron a vigilar unos trolls, los cuales parecían disfrutar de nuestra desgracia, ya que se les escuchaba haciendo chistes y bromas sobre nuestra pequeña desgracia de estar aquí.
—¿Qué haces? —pregunto Dylan.
Hacía horas que ninguno de los dos entablaba conversación alguna con el otro.
—Estudio —anuncié cansada y quitando la vista del libro.
—¿Por qué lo haces?
—Necesito mejorar mi magia, no soy muy buena en ella que digamos —sonreí.
—¿Para que? —preguntó luego de unos segundos.
—Para poder ser capaz de recuperar tu memoria e irnos rápidamente de aquí, de este reformatorio.
Luego de responder a su pregunta no volvió a hablar, solo se dedicó a observarme desde su rincón.
Cuando mis ojos ya estaban cansados de tanto leer cerré aquel libro, lo escondí y suspire cansada.
El silenció de aquella oscura habitación fue irrumpida por el estomago hambriento de Dylan.
—¿Quieres algo para comer? —susurré.
—Si —afirmó —, pero no quiero que por mi culpa termines agotada, al igual que ayer.
—Esta bien —sonreí al hacerme la idea de que estaba cuidándome —, además yo también tengo un poco de hambre.
Dylan asintió dudoso y yo me dispuse a intentar aparecer algo de comida, por suerte esta vez me costo mucho menos que las ultimas dos veces.
—¡A qui tienes! —sonreí.
—Gracias —murmuró.
Dylan cuando estaba a punto de probar el primer bocado se detuvo.
—¿Qué sucede? —me levanté preocupada.
—Alguien viene —me hizo señas de que me alejara y escondió la comida entre su ropa.
Pasaron unos pocos segundos hasta que se abrió la puerta.
—Gato mugriento —habló la directora —. Ya puedes irte. A ti, hechicera, todavía te quedan unas horas más.
¡No! que no se vaya, no quiero quedarme sola, este cuarto da miedo ... y mucho ..
—Tranquila —rió al ver mi cara de pánico.
—¿Eh?
—No estarás sola. Aquí te traigo a rata traidora, un singapura.
¿¡Singapura!? creo que la hermana de Dylan me dijo que eran los gatos traidores, esos que acompañaban a los hechiceros.
—¡Miau! —se quejó.
—Quédate calmado o estarás mas de un día en esta pocilga, y no creo que quieras eso.
Aquél gato gruño enojado, para luego darse la vuelta.
Cerraron la puerta y se escuchaba los pasos alejándose de la directora.
Ese bello gato blanco lentamente se transformo en un humano, pero este, conservaba las orejas, las garras y la cola.
Movió su nariz olfateando y me miró sorprendido. Como si hubiese encontrado algo muy valioso.
Saltó sobre mi— ¡Jefa ! —exclamo después de olfatearme minuciosamente.