Mi gato

Capítulo 33: Mi compañero singapura.

—¿Jefa?

Me alejé confundida.

—¡Si! —volvió a hablar.

Lo mire preocupada, pensando que el pobre sufría de demencia. 

Me sonrió y luego se sentó frente a mi.

—Mira —Se acomodó y comenzó a hablar —, cada singapura tiene a un dueño predestinado. Te preguntaras como es que sabemos cual, de entre todos los hechiceros, es nuestro amo. Nosotros, los singapura, sabemos que le encontramos por que este, no solo huele diferente, si no que hace descontrolar nuestra sangre y que nuestro corazón este inquieto ¡Yo!- gritó lo ultimo mientras se paraba de un salto —, como singapura que soy, juro ser completamente fiel a mi amado Amo, en este caso Ama, sin cuestionar, ni dudar nunca de sus perfectas decisiones. Ahora, para finalizar, debes nombrarme —suplico.

—¿Nombrarte? ¿T-tengo que ponerte un nombre? —fruncí el ceño confundida.

—Si, exacto, el nombre que usted prefiera.

—Sebastian ¿Está bien? —hablé dudosa, no era muy buena para los nombres.

El sonrió y me miró con misterio  —Ya me he llamado así  —susurró  —al menos en otra vida, va en otra de tus vidas.

  —¿Eh?

—Perfecto nombre —ignoró mi confusión —. My lady  —se inclinó y besó mi mano. 

—No hagas eso —aparté rápido mi mano.

—Como ordene  —sonrió con picardia 

Sin pudor ni discreción lo inspeccione de arriba abajo. Su cabellera era rubia albina, en esos momentos no posseia remera, hay que mencionar que mi vista se desvió por unos segundos a sus cuadraditos que descansaban debajo de su firme pecho. 

Sacudí la cabeza para sacar todos esos impuros pensamientos, pero él, por alguna razón se me hacia familiar.

Sebastian, a diferencia de Dylan no volvía a su forma completa humana, sino que quedaba en una media transformación; sus ojos eran verdes con pequeñas lineas amarillas, aquellas orejas y su larga cola gatuna.

—¿Te gusta lo que ves? —levantó ambas cejas divertido.

—¿¡Qué!?  —respondí avergonzada —No —me di la vuelta —solo, me estaba preguntando, por que sigues con tus orejas y las garras.

—Ah, eso es por que para nuestra especie, los hombres gatos, somos considerados traidores, por conspirar con hechiceros. Por eso nos pusieron una maldición, nosotros, los singapura. Nunca podremos ser completamente humanos, pero no pienses que no me agrada  —aclaró lo ultimo al ver mi rostro entristecido.

—Lo siento.

—No debes preocuparte, así nací  —rió —, para mi es de lo mas normal y común —me miró tranquilo  —. ¿Puedo preguntarle algo?

—Si   —respondí dudosa.

—¿Qué es lo que te trajo aquí?

—Amar a un hombre gato  —suspiré.

—Solo eso —me miró con pena —. ¿Cómo es posible que te metan en un reformatorio tan estricto solo por enamorarte? —respondió molesto  —ademas no es la primera vez que amas a un hombre gato  —susurró.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir?  

*se abre la puerta*

—Cornellia, se termino tu tiempo —La directora anunció.

—Cuídate mientras que yo estoy aquí jefa —me guiño un ojo.

—Lo haré —susurré.

—Apúrate mocosa —la directora mandó a uno de sus trolls a que me sacara a empujones.

—Auch  —me quejé al caer al suelo.

—¿Disculpa?

—Na-nada   —aclaré.

—Si quieres comer apúrate, o no harás a tiempo —gritó ella mientras se iba a toda prisa, quien sabe a donde. 

Comer... obvio que quiero comer, estoy que muero de hambre...

Hasta el comedor había largo trecho, así que comencé a correr para poder llegar a tiempo. 

—Llegue —susurre exhausta.

—No me interesa —aclaró uno que se encontraba a tras mio.

—¿Mmh?

—No tienes que andar diciendo que llegaste, ya todos te vieron en el medio del comedor parada como una tonta. Elije tu comida y salte del medio.

—S-si , lo siento —me sonrojé avergonzada.

Fui hacia donde estaba la comida y todo parecía comida masticada y regurgitada, exceptuando una hermosa y brillante manzana que tenia un aura de luz divina. Cuando estaba apunto de tomarla, otra mano se me adelantó.

—Oye era mía  —me quejé. 

—Lo siento hechicera —respondió Dylan.

—Si eres tu esta bien —suspire resignada.

Me miró confundido y se alejó hacia una de las mesas mas apartadas del comedor. Como no conocía a nadie mas lo seguí.

—¿Por qué me sigues? —giró molesto.

—Es que, eres al único que conozco, y en el único que confió —aclaré. 




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