Tori, con una sonrisa pícara, le preguntó a Misato: "¿Viniste?".
Misato, con una voz temblorosa, respondió: "S... sí, quería...".
Tori arrojó el cigarrillo al suelo y lo apagó con el pie, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su pecho. "Entremos", dijo, y Misato lo siguió sin oponer resistencia.
"¿Comiste algo? ¿Te apetece un café?", preguntó Tori, tratando de romper el hielo.
Misato, con un tono firme, respondió: "No importa. Quiero que me digas qué quieres".
Tori se acercó lentamente a Misato, tomando su muñeca con suavidad. Misato intentó articular una respuesta, pero Tori lo interrumpió con un gesto y lo atrajo hacia él, rodeándolo con los brazos y besándolo con una pasión que lo tomó por sorpresa.
Misato abrió los ojos, la confusión reflejada en su mirada. Intentó alejarse, pero Tori lo sujetó con más fuerza, acariciando su cabello y besándolo con una intensidad que le robó el aliento. Sin poder respirar, Misato lo empujó con suavidad.
"Ichinose, perdón, no quería... Es que no podía aguantar más", confesó Tori, con la voz entrecortada. "Desde que te vi ese invierno, me cautivaste. Quiero que seas mío en todos los sentidos".
Tori intentó acercarse de nuevo a Misato, pero este lo miró con los ojos llenos de lágrimas y salió corriendo de la tienda.
Tori salió en su búsqueda, pero no logró encontrarlo. Misato, abrumado por la confusión, se sentó en el suelo, con el rostro bañado en lágrimas. "¿Qué demonios pasó? ¿No era que él era un mujeriego? ¿Debería estar feliz? Dios, no sé qué hacer".
Al día siguiente, Tori, sin haber podido pegar un ojo en toda la noche, salió en busca de Misato.
"Arias, ¿no has visto a Ichinose?", preguntó Tori, con la voz cargada de ansiedad.
"Sí, anoche llegó muy tarde. ¿Qué le hiciste?", respondió Arias, con una mirada inquisitiva.
"Nada", contestó Tori, sonrojándose y mirando hacia abajo, avergonzado.
"Ey, haz lo que quieras, pero con él no juegues. Es un excelente soldado y una gran persona. No sé qué pasó, pero sé lo que Misato siente por ti. Se nota. No lo forrees", advirtió Arias, con un tono serio.
"¿Qué? Yo no tenía idea", respondió Tori, sorprendido.
"Aquí no está. Se fue temprano con su pelotón", dijo Arias.
"Gracias, te debo una", dijo Tori, sintiendo un leve alivio.
Se subió al vehículo para llegar al cuartel lo antes posible. Al llegar, se dio cuenta de que tendría que esperar, ya que Misato venía caminando hacia el cuartel.
El tiempo se estiraba como chicle, cada minuto se convertía en una eternidad. La ansiedad carcomía a Tori, que daba vueltas sin rumbo, salía a fumar y caminaba sin cesar. Su mente era un torbellino de pensamientos, cada uno más inquietante que el anterior.
"¿Me confieso? ¿Después de lo que dijo Arias, qué hago? No quiero lastimarlo... ¿Y si me tiene asco? Somos dos hombres...", pensaba, sintiéndose atrapado en un mar de inseguridades.
"Ya no importa, quiero verlo, necesito ver a Misato", se dijo a sí mismo, tomando una bocanada profunda de su cigarrillo.
Mientras fumaba, vio a los soldados llegando al cuartel, pero ninguno era Misato. De pronto, divisó a Miyo a lo lejos y corrió hacia ella.
"¡Eeeyyyy, Miyo!", la saludó, ansioso.
Miyo se puso firme, con un gesto militar. "Sí, señor, diga".
"¿Viste a Ichinose? ¿Volvieron juntos, no?", preguntó Tori, con la esperanza reflejada en sus ojos.
"Mmmm, respecto a eso...", respondió Miyo, con un tono evasivo.
"¿Qué pasó?", inquirió Tori, con la voz entrecortada por la preocupación.
"No tuvimos tiempo de avisar, pero ya casi llegando al cuartel, a unos ocho kilómetros, Ichinose se desplomó. Su jefe corrió a verlo y estaba en fiebre alta", explicó Miyo.
"¿Y dónde está?", preguntó Tori, con la voz temblorosa.
"No sé... Arias se encargó", respondió Miyo.
En ese momento, el celular de Tori sonó.
"Gracias, Miyo, y discúlpame", dijo Tori, apurado.
"No hay de qué. Igual, Ichinose se enferma seguido, estará bien ese tonto. ¡ADIOOOOS!", exclamó Miyo, con un tono burlón.
Tori, con el corazón en la garganta, tomó el celular. Era un mensaje de Arias: "Ve a tu cuarto, ocúpate".
Tori salió corriendo, abrió la puerta de su cuarto de un golpe y lo vio. Misato dormía plácidamente en la cama.
Entró despacio, cuidando de no despertarlo. Lo observó con ternura y un amor que le llenaba el pecho. Le cambió la ropa traspirada y le acarició el cabello con delicadeza.
"Pequeño tonto, no descansaste",
susurró Tori, con una sonrisa que reflejaba un amor profundo y sincero.