Tori salió de la habitación y se dirigió a la cocina, sus pasos ligeros a pesar de la incomodidad que sentía. La cocinera, una mujer corpulenta de sonrisa cálida, la recibió con una taza humeante de té de jengibre.
—Te he preparado algo para calmar tu garganta, Tori. Y el desayuno estará listo en breve. —La cocinera le guiñó un ojo—. Para dos, ¿verdad?
Tori se sonrojó, pero no pudo evitar sonreír. La cocinera siempre había sido perspicaz, y su comentario le hizo sentir una mezcla de nervios y emoción. Se dirigió de nuevo a la habitación, dejando la taza de té en la mesita de noche.
Mientras tanto, Misato seguía envuelto en la frazada, sintiéndose incómodo y avergonzado. La imagen de Tori, radiante bajo la luz de la luna, se repetía en su mente.
—¿Cómo lo miro? ¿Qué le digo? —se preguntaba, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
La incertidumbre lo invadía, y no podía dejar de pensar en lo sucedido. La sensación de haber cruzado una línea invisible lo llenaba de un extraño miedo.
—Vaya, pensar es agotador...
Finalmente, Misato se quedó dormido, agotado por la fiebre del día anterior y los acontecimientos recientes.
Al poco rato, el general entró en la habitación, colocando una bandeja con el desayuno en una mesita antes de correr la cortina. La claridad de la luz hizo que Misato se despertara con un sobresalto.
—Perdón, me dormí —murmuró, sintiendo la vergüenza subir a sus mejillas.
—He preparado algo —respondió Tori, con una sonrisa cálida.
Lejos de sentirse avergonzado, el general se acercó a la cama y le dijo a Misato:
—Desayunemos.
Misato se sonrojó mientras tomaba la taza de café, pero reunió el valor necesario para hablar.
—Respecto a lo de anoche...
—No hay nada que decir —interrumpió Tori, suavemente.
—Pero... —insistió Misato, sintiendo que su voz temblaba.
Tori tomó delicadamente el rostro de Misato entre sus manos y mirándolo a los ojos, confesó:
—Yo quiero a Misato. Solo quiero estar contigo.
Misato no podía creer lo que estaba escuchando. El hombre que había amado en secreto durante tanto tiempo, a quien tanto admiraba, se estaba confesando en la cama.
Escena adicional:
Más tarde, después de un desayuno silencioso en el que la tensión era palpable, Tori se sentó en el borde de la cama, mientras Misato se mantenía en silencio, absorto en sus pensamientos.
—Misato, ¿puedo preguntarte algo? —dijo Tori, con suavidad.
Misato levantó la mirada, sus ojos llenos de incertidumbre.
—Dime.
—No sé si lo que pasó anoche fue... un error. O si... —Tori hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Si tú también sientes algo por mí.
Misato se quedó en silencio, sintiendo que la pregunta lo atravesaba como una flecha.
—No lo sé —respondió finalmente, con voz baja.
Tori frunció el ceño, pero no insistió.
—Entiendo. —Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, mirando el jardín.
—Tori... —Misato llamó su nombre, con voz temblorosa.
Tori se giró, y Misato se levantó de la cama, acercándose a él.
—No te preocupes, no te voy a presionar. —Tori le sonrió, con una mezcla de tristeza y esperanza.
Misato se acercó a él, y sin decir nada, lo abrazó con fuerza.