En la entrada del cuartel, un hombre delgado con una mirada penetrante se presentó ante el sargento de guardia. Su nombre era Akira, y había llegado desde la capital para unirse al equipo de inteligencia. Llevaba un abrigo de lana gris oscuro que contrastaba con el uniforme verde oliva del sargento, y sus ojos, de un azul intenso, parecían escudriñar el rostro curtido por el sol del hombre corpulento.
—Soy el nuevo analista. —Akira habló con una voz suave pero firme, mostrando una seguridad que contrastaba con su apariencia frágil. Su tono era tranquilo, pero sus palabras resonaron en el silencio de la entrada, como si una brisa fresca hubiera atravesado el ambiente pesado del cuartel.
El sargento, un hombre corpulento con el rostro curtido por el sol y una cicatriz que recorría su mejilla izquierda, lo observó con recelo. Su mirada era dura, como si estuviera acostumbrado a lidiar con personas que no eran de fiar.
—No hay nada para ti aquí, chico. Vete a casa. —Su voz era áspera, como el roce de piedras contra piedras.
—Tengo órdenes de reportarme aquí. —Akira mostró un documento oficial, doblado con cuidado y presentado con una leve inclinación de cabeza. Era un documento oficial del Ministerio de Defensa, con el sello del águila imperial y la firma del general en jefe.
El sargento frunció el ceño, pero no pudo negarse. La autoridad del documento era innegable.
—Bien, sigue al cabo Nakamura. Te mostrará tu puesto. —Su tono era seco, pero su mirada se suavizó ligeramente.
Akira asintió y se dirigió hacia un pasillo oscuro, sintiendo la mirada del sargento clavada en su espalda. El pasillo olía a humedad y a pólvora, y la luz tenue de las lámparas fluorescentes proyectaba sombras alargadas sobre las paredes.
Sin dar muchas vueltas, el cabo Nakamura se dio la vuelta y le sonrió. —Este será tu espacio de trabajo. —Se encontraban en el edificio central, la mayoría compartía oficina, pero él estaba solo. La oficina era pequeña y austera, con una mesa de metal, una silla de plástico y una computadora vieja. Un mapa del territorio enemigo colgaba de la pared, con marcas rojas que indicaban las posiciones de las tropas enemigas.
Akira, con una leve inclinación de cabeza, preguntó: —Disculpe… ¿Por qué estoy solo?
Nakamura, con una sonrisa pícara, respondió: —A eso… a eso que… Eres el único analista, JAJAJA, todos piden traslados. Escucha, vas a trabajar con el teniente Arias y Miyo. Ya la vas a ver, está aquí al frente, es la única mujer del batallón. Más tarde seguro venga el general Tori a buscarte. Adiós. —Sin esperar respuesta, Nakamura se alejó, dejando a Akira solo en la oficina.
Akira quedó en blanco, su rostro mostraba indignación y frustración, ya que no sabía qué carajos hacer. En eso, se escucharon por el pasillo unas pisadas toscas y gente murmurando. Akira asomó sus dedos por el marco de la puerta, no llegó a acercarse cuando lo encaró un hombre corpulento.
—Buen día. —Dijo con una sonrisa. —Usted debe ser Akira, el analista. —Habló en un tono alegre. Llevaba un uniforme impecable, con las insignias de teniente y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Soy el teniente Arias. Por lo general estoy en las compañías, pero como falta personal, tu sector forma parte del mío. —Su voz era suave, pero sus palabras tenían un tono autoritario.
Akira quedó en silencio, aturdido por tanta emoción y pensando: "Este hombre es un idiota".
—Buen día señor, soy Akira…
Arias lo interrumpió. —Sisi, ya sé quién eres. Toma, te traje trabajo. ¿Sabes qué hacer? ¿O te tengo que explicar? —De repente, a Arias se le borró la sonrisa y hablaba en un tono distinto. Sus ojos se volvieron fríos y penetrantes, como si hubieran perdido toda la alegría de un instante a otro. Akira quedó sorprendido y respondió con firmeza: —No señor, déjeme a mí.
Arias se dio media vuelta y se fue.
Akira soltó una bocanada de aire de alivio mientras pensaba: "Será bipolar".
Prendió la computadora y empezó a trabajar. Hacía meses no había un analista y todo era un desastre. Los informes estaban desorganizados, los datos incompletos y las conclusiones erróneas. Akira se puso manos a la obra, con la determinación
de poner orden en el caos.