El General Tori odiaba las reuniones sociales, pero Misato lo había invitado a "tomar algo". Fuera del cuartel. La idea, absurda, le provocó una mezcla de incomodidad y una curiosidad que no supo explicar. Misato nunca lo había invitado a ningún lado. ¿Una cita? La posibilidad, aunque improbable, le picaba la curiosidad.
Se encontraron en un bar pequeño, con una vista discreta de la ciudad. Misato, en uniforme, parecía más tenso de lo habitual. El silencio entre ellos, mientras esperaban las cervezas, era denso, cargado de una tensión que Tori no supo definir.
"Gracias por aceptar, General," dijo Misato, su voz más baja de lo normal. Cada palabra parecía medida.
Tori levantó su cerveza. "No me digas que es una cita, Misato." Sonrió, irónico.
Misato soltó una risita breve, sin alegría. "No es una cita, General. Pero… necesitaba hablar con usted en privado." Tomó un sorbo, luego exhaló profundamente. Contó todo: la orden de movilización a Afganistán, la zona roja, lo improbable de que lo enviaran solo, la angustia de Miyo.
Tori escuchó en silencio, impasible. Cuando Misato terminó, dejó la cerveza sobre la mesa; el sonido del cristal resonó en el silencio. El sarcasmo se había esfumado de sus ojos. Solo quedaba preocupación, una tristeza contenida.
"Maldita sea, Misato," dijo Tori, su voz inusualmente suave. "Esto es una mierda." Tomó otro sorbo, el sabor amargo reflejando el de la situación. "No hablo inglés," dijo Misato, casi susurrando. "Y… no sé nada de combate cuerpo a cuerpo."
Tori le puso una mano en el hombro, un gesto de consuelo inesperado. "Lo sé, Misato. Es una mierda que te manden solo, a esa zona… una mierda que el ejército sea tan ineficiente a veces." Su voz estaba cargada de una tristeza que no ocultaba. "Olvidemos las cervezas. Vamos, te acompaño al cuartel."
Caminaron en silencio hasta el cuartel. En la entrada, Misato se despidió, pero la noche estaba oscura y Tori, sin pensarlo, tomó su mano. Lo arrastró hasta su habitación. Una vez dentro, lo abrazó fuerte, un abrazo que expresaba más que mil palabras. Misato quedó inmóvil, sorprendido.
"Soy el General," dijo Tori, su voz ronca, cerca del oído de Misato. "Y voy a intentar hacer lo que pueda. No quiero que te manden. Te quiero al lado mío." El abrazo se intensificó, un refugio contra la tormenta que se avecinaba, un espacio de amor y esperanza en medio de la incertidumbre. El mes que quedaba antes de la movilización se extendía ante ellos, un tiempo prestado, un tiempo para luchar, para aferrarse a la esperanza de un futuro juntos....