La luz de mi oscuridad. El brillo de mis ojos. Mi calma. Mi debilidad. Mi obsesión.
Había desaparecido.
—¿Dónde mierda está mi hija? —Alessandro me agarró del cuello, su mirada encendida de furia—. Te la dejé en tus manos, hijo de puta.
Tenía razón.
Mi deber era protegerla. Como su sombra, su escudo, su maldito guardaespaldas. Pero rompí las reglas. Crucé la línea. Me enamoré de ella. Y ahora, Valentina se había desvanecido, arrancada de mi lado como si nunca hubiera existido.
Quemaré Italia y Rusia si hace falta. Arrasaré con cada alma que se interponga en mi camino. Si tengo que matar, mataré. Si debo arrastrarme descalzo sobre vidrios rotos por toda la jodida Sicilia, lo haré.
No puedo perderla. No voy a perderla.
Valentina... te encontraré.