Valentina
—¡Cumpleaaañoooos feeeliiiiz, te desea tu hermana favoritaaa! —grité al entrar en su cuarto, lanzándome sobre ella con entusiasmo.
—¡Val, por favor, me vas a aplastar! Ya sabemos que te emocionan los cumpleaños, pero ¡aparta! —se quejó Isabella, medio sofocada.
Me di cuenta de que realmente la estaba aplastando, así que me hice a un lado riendo.
—¡Quinceañera! Hoy cumples 15 —canturreé, divertida.
—Por favor, Val, son las 8 de la mañana… Déjame dormir hasta las 10, ¿sí? Por fii, por fii —pidió haciendo un puchero.
—Está bien, Isa, pero a las 10 vendré a despertarte.
Salí de su habitación y entré en la mía, que estaba justo al lado.
Hoy era el cumpleaños de mi hermana menor, Isabella. Cumplía 15 años, y como es tradición en nuestra familia, lo celebraríamos a lo grande. Porque así es mi familia: todo se hace a lo grande. A veces me gustaría no ser una Corleone… pero tampoco puedo imaginar mi vida sin mi padre. Alessandro es mi ejemplo a seguir, lo amo demasiado.
Somos tres hermanas. Giorgia, la mayor, tiene 24 años y siempre tuvo un vínculo especial con mamá. Se casó hace dos años con Harrys Hilton, un empresario inglés. Es muy guapa, heredó los genes de mi madre, Teresa: cabello largo ondulado, castaño y ojos azules. No tenemos mucho contacto con ella… solo nos habla en Navidad o en fechas importantes. La extraño mucho.
Después estoy yo, Valentina. Mi padre eligió mi nombre porque, según él, desde que nací siempre he sido fuerte. Siempre he tenido un vínculo muy especial con él.
Vivimos en Sicilia, Italia. Actualmente estudio en la escuela privada y este es mi último año en Liceo Classico. Tengo 17 años, pero en cuatro meses por fin cumpliré 18. Desde pequeña, la natación ha sido mi pasión. He ganado seis premios en competiciones, y aunque ya no entreno tanto como antes, sigue siendo parte de mí.
Y por último, Isabella. Nuestra bebé… aunque hoy cumpla 15 años. Siempre ha sido muy unida a nuestra abuela Carmela, es su adoración.
Me dirigí a mi clóset y escogí mi conjunto de lana beige: un pantalón y un jersey corto del mismo tono. Dejé mi cabello suelto y liso —yo era la única de mis hermanas que había heredado el cabello liso de mamá, aunque debo admitir que Giorgia se parecía bastante a ella—.
Nunca me maquillo, pero decidí aplicarme un poco de gloss y máscara de pestañas. Luego me eché mi perfume de vainilla, el de siempre, y me puse mi colgante de plata: un corazón con una piedra azul que papá me regaló cuando nací. Me calcé mis zapatos y ya estaba lista para bajar a desayunar.
Me asomé al cuarto de Isabella. Todavía dormía como un bebé. Eran las 9 en punto, así que le quedaba una hora más de descanso.
Bajé al comedor, donde siempre nos reunimos en familia para desayunar. Papá y mamá se levantan temprano, siempre a eso de las 6, incluso los días de descanso. Son increíblemente productivos.
—Buenos días, mi princesa —me saludó papá con una sonrisa que se parecía tanto a la mía.
Papá y yo éramos muy parecidos… yo era él, pero en versión mujer.
—Buenos días, papi —me acerqué y lo abracé.
En sus brazos siempre encontraba paz. Dudo que algún hombre pueda igualar esa sensación.
—¿Cómo estás, mi princesa? ¿Dormiste bien anoche? —me preguntó, acariciándome la cabeza.
—Dormí bien, aunque estaba pensando en la... —me acerqué a su oído y le susurré—: en la fiesta de Isa.
—Todo está en orden, querida —dijo mamá desde el otro lado. No sé cómo me escuchó, pero lo hizo—. El vestido ya está encargado, el peluquero confirmado, los preparativos, el pastel, el dj, la pista de baile, el escenario, los invitados, los regalos, todo listo.
Mamá casi nunca nos llama por nuestro nombre. Para ella, siempre somos "queridas".
—Oh, mamá, no te vi. Buenos días —le dije con una sonrisa. Ella me la devolvió, aunque algo fría, y no respondió. No me sorprendió... mamá es así.
Teresa, mi madre, siempre ha sido distante, especialmente con Isabella y conmigo. Desde que Giorgia se fue y dejamos de tener contacto con ella, mamá cambió. Con Giorgia tenía un vínculo muy especial... su favorita, sin duda. Si tuviera que elegir entre salvar a una de sus hijas, estoy segura de que elegiría a Giorgia.
Papá abrió la boca para decirme algo, pero alguien lo interrumpió.
El tío Pietro. El mejor.
—Buongiorno, famiglia —dijo con una sonrisa enorme.
El tío Pietro siempre ha sido, es y será el alma alegre de la familia. Incluso en los peores días, logra sacarnos una sonrisa. Mi relación con mis tíos por parte de mamá no ha sido buena, pero por parte de papá, tengo a Pietro. No tiene esposa ni hijos... vive la vida a su manera.
Se parece mucho a papá: cabello castaño con algunas canas casi invisibles, una rosa tatuada en el cuello y ojos color hazel, como los de él. Aunque los míos son raros... con el sol se ven hazel, pero en la oscuridad se tornan marrones.
—Buongiorno, zio Pietro —le dije sonriendo—. ¿Cómo estás?
—Deseando comer de una vez el pastel de cumpleaños de la pequeña Isa —gritó con entusiasmo.
Papá le dio un codazo.
—¿Qué pasa, hermano? ¡No he dicho nada! —protestó entre risas.
—No quiero que despiertes a mi pequeña, está durmiendo —respondió papá, más serio.
Papá siempre ha sido muy protector con nosotras. A veces puede parecer posesivo, pero su amor es real. Inmenso.
—Fratello, tranquillo —dijo mi tío con una sonrisa divertida—. No pretendo despertar a mia piccola Isabella, pero sinceramente… no estaré en paz hasta probar ese pastel.
Todos soltamos una carcajada. Todos, menos mamá, por supuesto.
—Pietro, por favor, compórtate. No tienes cinco años, ya tienes una edad —dijo mamá con ese tono serio y una mirada fulminante que, honestamente, daba miedo.
Cuando mamá daba una orden, había que cumplirla. Nadie la desafiaba. Nadie se atrevía.