Mi Guardaespaldas

Capítulo 3: Mi Guardaespaldas

Valentina

–Amiga… primero me dices que invadieron la mansión justo después del cumpleaños –empezó a decir Chiara entre risas nerviosas desde la llamada–. Me perdí lo mejor de la fiesta. Le dispararon a tu tío Prieto, ¡el mismo que devoraba conmigo la fuente de chocolate! –hizo una pausa dramática–. Y… Dios mío, Valentina, ¿estás bien? ¡Te han amenazado con matarte! Creo que me va a dar un infarto.

Después del colapso en el despacho, necesitaba hablar con alguien. Isa estaba en clases de ballet, así que llamé a Chiara. Tardó unos segundos en procesar toda la historia que le conté.

–Sí, Chiara –respondí con tono apagado–. Están amenazando a mi padre con pegarme un tiro en la cabeza. Son los rusos. –Me dejé caer sobre la cama como si el peso del mundo estuviera sobre mí.

–Cariño… no sé qué hacer para ayudarte –dijo con un suspiro largo y sincero–. Pero... Val, lo siento, tu padre hizo bien en contratar a un guardaespaldas. No es para menos...

–¿Estás de broma? ¿Cómo pretendes que esté bien con un extraño siguiéndome las 24 horas del día? –resoplé, cambiando el móvil a altavoz–. Se llama Dmitri Volkov. Un ruso. De Moscú.

Hubo un silencio breve. Pude escuchar sus pasos acelerados al otro lado de la línea. Sabía que estaba caminando de un lado a otro de su habitación: era su forma de procesar.

–¿Qué? Espera… ¿acabas de decir Dmitri Volkov? ¡Amiga! Es el hijo de Boris Volkov… el heredero de la mafia rusa. El hombre más temido de Rusia. ¡Y del mundo! ¡Por Dios! ¿Ese psicópata va a ser tu protector?

Me quedé helada.

Sabía que era ruso. Pero nunca me pasó por la cabeza que estaba a punto de compartir techo y aire con un asesino entrenado.

–Chiara… ¿cómo sabes todo eso? –pregunté con la voz temblorosa.

–No es que lo conozca personalmente –respondió enseguida–, pero hace unos años su padre, Boris, vino al restaurante de mi padre en Milán y… lo obligó a cerrar el lugar solo para él y su esposa. Fue como si el tiempo se congelara. Nadie discutió. Todos obedecían. No son solo psicópatas, son posesivos, controladores, dominantes. Joder, Valentina...

Tragué saliva. Un escalofrío me recorrió la espalda.

¿En manos de quién me había dejado mi padre?

–Ay, bueno ya, Chiara… estará aquí solo cuatro meses. Cuando cumpla dieciocho me iré a estudiar a Oxford, y créeme que nadie se acordará de mí. Seguro que para entonces papá ya habrá acabado con todo esto –dije con una falsa seguridad, intentando sonar despreocupada.

La verdad… estaba preocupada. Cuatro meses pueden parecer poco, pero con todo esto... quién sabe.

–No estoy muy segura, ¿sabes? –respondió Chiara con una voz suave–. Pero igual te adoro mucho y sé que podrás con todo esto.

Me sacó una sonrisa. Ahí estaba Chiara: incluso en medio de un colapso, seguía siendo esa amiga que me sostenía, que me animaba cuando yo ya no podía.

–Yo también te quiero mucho –dije bajito, y justo antes de colgar, añadí en un susurro–: Se me olvidó decirte que… esta misma tarde va a venir a hablar con papá.

–Bueno, cariño, ¡me cuentas absolutamente todo! –soltó una pequeña risa–. Y debo confesarte algo… los rusos están bien buenos. Ya sabes a lo que me refiero.

Rodé los ojos, riendo con resignación.

Nos despedimos, y me quedé mirando el techo por unos segundos.

De pronto, escuché que tocaban la puerta.

–Adelante –dije, aún tumbada en la cama.

Era papá. Me levanté de inmediato y lo abracé con fuerza.

–Mi princesa... –me dio un beso en la frente–. ¿Cómo estás?

–Papá, estoy... preocupada. ¿Y si de verdad me matan? ¿Y si ese tal Dmitri no me protege o...?

Me interrumpió rápidamente, con firmeza.

–No vuelvas a decir eso, Valentina. Si tengo que contratar a diez guardaespaldas para protegerte, lo haré –dijo acariciándome la mejilla.

–Papá... yo no necesito a nadie que me proteja. Soy valiente, ¿recuerdas? Siempre me lo decías. Por eso me pusiste ese nombre cuando nací.

–Princesa, claro que eres valiente. Eres fuerte. Una Corleone siempre lo es. Confío en ti... pero no en ellos. Porque en cualquier momento pueden venir a por ti, y tienes que estar preparada –me acarició el cabello con ternura y me estrechó entre sus brazos.

–¿Sabes, papá? Siempre que me abrazas siento paz. Y creo que esa paz no la voy a encontrar en ningún otro hombre –le confesé con una sonrisa suave.

–Claro que no. ¿Acaso tienes pensado estar con algún hombre, pequeña? –dijo alzando una ceja, divertido.

–¡Jamás! ¿Cómo era que me decías cuando tenía cinco años? Ah, sí... “Mi princesa no tendrá novio hasta los treinta años” –solté una carcajada.

Él rió conmigo, y por un instante, el mundo pareció más liviano.

–Princesa... tengo que irme –dijo papá con un suspiro, todavía acariciándome el cabello–. Vine para decirte que no pude siquiera negociar con Dmitri Volkov. No me dejó hablar. Simplemente aceptó... y esta tarde vendrá a la mansión.

Me dio otro beso en la frente y se fue sin decir nada más.

Aceptó. ¿Así, sin más? ¿Sin hacer preguntas, sin condiciones?

Me iba a volver loca.

Miré el reloj en el celular: marcaban las dos de la tarde. Ya era hora de comer.

Me miré al espejo y todavía llevaba la ropa de esta mañana, así que abrí el clóset y escogí un conjunto cómodo de lana: un jersey marrón, una falda gruesa a juego y unas medias negras hasta la cintura. Me calcé mis botas, me eché mi perfume habitual, me solté el cabello y me peiné hasta dejarlo perfecto. No me maquillé demasiado, solo un poco de máscara de pestañas. Lista.

Bajé las escaleras y vi que Isa ya había vuelto de su clase de ballet. En cuanto me vio, vino corriendo a abrazarme.

–Cariño… ¿cómo te fue? –le pregunté apartándola suavemente del abrazo.

–Muy bien, Val. Necesito contarte muchas cosas. ¡Desde el cumpleaños que no hablamos, hermana!

Y sí, ahí estaba de nuevo Isabella. Mi hermana pequeña... y el caos hecho persona.




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