¿QUÉ HAGO AQUÍ?

—¿Qué hago aquí? —pregunté mientras tomaba la foto entre mis manos para mirarla de cerca.

—Quizás… dejaste algo pendiente —dijo mi tía, con una voz suave, mientras todos me miraban con los ojos húmedos.

—No lo sé —respondí, tratando de adivinar qué podía estar incompleto.

—Algo que querías decir... algo que te faltó hablar —agregó ella con ternura.

Me di cuenta de que, para mí, todo había terminado. Pero aún así… había algo que necesitaba saber. Algo pequeño, quizás sin importancia… pero que ahora ardía en mi pecho.

—¿Ustedes están juntos? —les pregunté a Alejandra y a Manuel. Ambos asintieron con un leve movimiento de cabeza.

—Siempre te gustó, ¿verdad? —le dije a Manuel, mirándolo directamente a los ojos.

—Sí… siempre —murmuró, bajando la mirada con vergüenza y sinceridad.

—¿Entonces por qué me ayudaste a conquistarla?

—Porque sabía que ella te amaba a ti… Y sabía también que nunca podría olvidarte. Menos después de lo que hiciste.

En ese instante, todo volvió a mí.

Recordé ese día.

Había salido de casa sin despedirme de mamá; aún dormía. Mi hermana estaba molesta conmigo por haber regañado a Camilo. Y Camilo… no me hablaba.

Invité a los dos al trasteo. Recuerdo que mi abuela fue arrollada por el bus. Pero no era yo el siguiente... era Alejandra.

Ese día cumplí mi promesa: daría la vida por ella. Y así fue. Me lancé. La salvé. Le dije a Manuel que la cuidara. Y eso, precisamente, era lo que estaba haciendo.

Pero ella… ella se sentía culpable. La sentía rota, dolida. En todo ese año no había logrado calmar su pena.

Me acerqué a ella. Me miraba como la primera vez que nos vimos. Tan perfecta… tan hermosa… con esa mirada angelical. Pero ahora... llena de tristeza.

Ella estaba con Manuel en cuerpo… pero su alma seguía conmigo.

—Te amo —me dijo, abrazándome con fuerza.

Le devolví el abrazo… y entonces mis recuerdos se ordenaron como piezas de un rompecabezas. Yo no había "despertado". Estaba en un sueño profundo. Pero una voz… unos sollozos… me sacaron de allí.

Alguien me pedía perdón. Me suplicaba que volviera. Supe que era ella. Era su voz. Me llamaba.

Y entonces entendí. Había vuelto, una sola vez… para decirle que no podía regresar. Para que dejara de culparse. No tenía nada que perdonarle.

—Yo también te amo —le dije, y la besé.

Ella respondió el beso… pero lo entendió. Lo sintió. No era igual.

Mis labios sabían a sangre.

La sangre de aquel día.

Se separó lentamente… y me miró con una tristeza infinita.

—Lo siento —susurró, con la cabeza baja.

—Tienes que dejarme ir. No puedo volver. Hoy vine sólo para perdonarte.

—¿Me… me perdonas? —preguntó, con una pequeña sonrisa temblorosa.

—Te perdono… por hacerme tan feliz —le dije, antes de darle un último beso en la mejilla.

Ella comenzó a llorar con fuerza. Sabía que tenía que dejarme ir. Y ese sería el final para mí… pero también el nuevo comienzo para ella.

—No quiero que me pidas que vuelva jamás. No es posible. No quiero que me pidas perdón, porque no hay nada que perdonar. Y quiero que me olvides… para que puedas amar de nuevo.
Yo te amo. Pero nuestra historia en la Tierra… ya terminó.
Vive. Ama. Ríe. Sé feliz, mi hermosa Alejandra.

Todos rompieron en llanto. Alejandra se dejó caer en el sillón. Manuel la miraba con tristeza.

—Gracias, amigo. La has cuidado muy bien —le dije, dándole un fuerte abrazo.

Me acerqué a los demás.

—Mamá, ahora sí… me despido de ti.
Hermanita, perdona todo lo malo… y dile a Camilo que lo amo muchísimo. Que va a ser un gran chico.
Ahora sí… dormiré para siempre.
Tía, un beso… mi abuela está perfectamente bien.

El momento había llegado. Habían pasado al menos cuatro horas… y nadie lo había notado.

Pedí ir al baño.

Y de ahí… no volví a salir.

La puerta se abrió sola.

Yo ya no estaba.

Me había ido.

Había logrado lo que vine a hacer: darle paz a quien me amó con el alma…

Mi bella Alejandra.