Mi Hermosa Pesadilla

CAPÍTULO 4

DÉJAME EN PAZ

CAPÍTULO 4

Unos nacen con estrella y otros estrellados.

Si, esa frase lo dice todo, algunos nacen en cuna de oro, no les hace falta nada, tan sólo es abrir la boca y tener todo lo que quieren. En cambio otros nacen en cuna de tablas y no pueden abrir la boca para obtener algo ¿por qué? Porque simplemente no pueden tenerlo.

Heysli no tuvo la mejor de las suertes al nacer, pero eso no ha hecho que baje los brazos y se dé por vencida, jamás lo haría, le había tocado muy duro desde pequeña, pero eso es para otro capítulo.

El sol en la mañana estaba resplandeciente, salió de su hogar a trabajar, tomando el colectivo que pasaba dos cuadras más adelante de su casa, era un barrio peligroso, por ahí ya la conocían, su historia también. Algunos la juzgaban, otros no. Sintió unos brazos rodeándole la cintura, cerró los ojos, era repulsivo.

-Te ves hermosa esta mañana- bruscamente se soltó de su agarre.

-¿Qué quieres Edgar?- Preguntó con voz dura.

-¿De mal humor? Interesante- Habló con sonrisa perversa. -Ya sabes que quiero mi amorcito- trató de tocarla, pero ella dio un paso atrás esquivándolo.

-¡Déjame en paz!- Respondió casi gritando, el hombre ensanchó más la sonrisa, “¿Por qué la calle a esa hora tenía que estar tan sola?” Se preguntó la joven. -Te estoy juntando la cuota apenas...- añadió susurrando.

-¡¿Qué?!- Gritó aquel hombre, Heysli dio un brinco temblando, su corazón ya latía fuerte, ese hombre le daba mucho miedo. - El tiempo corre, pequeña Heysli, y así como te salvé la vida... te la puedo quitar- susurró lo último, para luego cubrirse el cabello con la capucha de su chaqueta e irse. El colectivo llegó y se subió temblando, una traicionera lagrima que nadie vio, salió, limpiándosela con el torso de la mano, maldijo dentro de sí; ese maldito accidente, si tan sólo esa bomba no hubiese explotado, no tendría cicatrices por dentro ni por fuera, aunque las físicas ya no se notaban casi, las del alma si y esas eran las peores.

Pasaron los minutos y al fin llegó a su destino, bajó del autobús, entrando al local era un restaurant clase media-alta, si, para personas acomodadas o finas. Era espacioso a lo largo, varias mesas en fila al lado izquierdo, al igual que el derecho, dejando un camino en el medio, un estilo muy peculiar y sofisticado, tenía una barra estilo bar de frente, con taburetes igual de sofisticados, dejando ver en un stand con copas transparentes y muy armoniosas, en las paredes habían cuadros realmente bonitos, todo limpio y brillante, así se dejaba ver también el piso de mármol, todos se podían ver su reflejo.

- Querida, siempre llegando temprano- Heysli le sonrió a aquella señora tan amable como siempre. -¿Te ha pasado algo? estás pálida-, preguntó con el ceño fruncido, sonando preocupada, ella sólo negó bajando la cabeza, sintió un suspiro por parte de la señora Enna. -Está bien, no me digas, pero sabes que puedes confiar en mí ¿cierto?- la miró de nuevo y asintió. -¿No se te hace la idea de estudiar?- Heysli la miró con algo de recelo, negando al instante; ella no se podía dar ese lujo, tenía que pensar en muchas cosas primero, la comida, servicios de luz, agua y gas, las cuotas que le pedía el imbécil de Edgar y que cada dos meses tenía que darle, cuando no se las daba la amenazaba con matarla, no quería morir; aunque su vida no era la mejor tenía que luchar para sacar adelante lo único que le importaba. Definitivamente no había posibilidad de estudiar y odiaba no poder hacerlo, después de todo nadie quiere ser un ignorante. -Ya veo que no quieres hablar. Vamos a adelantar en la cocina mientras vienen los demás-. Así fue, a veces ayudaba en la cocina, le gustaba hacerlo y era buena en ello.

Frustrado, así se sentía Albert; no pudo dormir bien pensando en lo confundido que lo dejó su amigo la noche de ayer “¿podría enamorarse soñando con ella dos años?” No. Definitivamente no, quizás es sólo la obsesión o la culpa de no haber hecho nada por ella aquella noche, lo peor no era eso si no que se sentía atraído por esa menuda chica, eso lo supo desde el instante que la vio.

Suspiró recostándose en su asiento, su hora laboral había terminado, un día como todos: del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, y así los siguientes cuatro días, estaba más molesto que de costumbre.

El viernes decidió en un arranque ir a su casa, salió de la clínica, subió a su camioneta para ir a verla, de nuevo no estaba pensando en las consecuencias ni en lo que hacía, pero su ser irracional lo llevó a eso, parqueó el auto a unos metros de su casa, primero vio entrar a una chica cabello rojizo, la pudo distinguir desde lejos. Pasó media hora más hasta que sintió unos golpes en el vidrio de su auto, cerró los ojos, lo habían descubierto. Bajó la ventanilla pero se encontró con un chico delgado, cabello negro, piel trigueña, llevaba unos jeans muy pegados, rectos como tubos; una chaqueta sin mangas que dejaba ver sus tatuajes en sus brazos, también tenía un aro en su ceja izquierda. No tenía buena pinta, seguro lo iba a atracar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.