Mi Hermosa Pesadilla

CAPÍTULO 23

SUFRIR

CAPÍTULO 23

 

Si, ese era el fin, pensó Albert. Todo paso muy rápido, Heysli llegando a abrazarlo, luego un gran jalón quitándosela de los brazos, algo que el corazón no resistió por lo que el nudo en la garganta creció, luego un gran golpe en el pómulo, haciéndolo caer al piso, el ataque lo tomó desprevenido y no, no le respondió simplemente dejó que Rafael se desquitara.

-¡Basta!- escuchó la voz de su Heysli, quien llegó hasta él para auxiliarlo, agachándose para ayudarlo a levantar. -¿Por qué le pegas Rafael?- reclamó la joven a su hermano, llena de rabia.

- ¡¿Porque carajos lo defiendes?!- gritó su hermano, quien de nuevo quiso atinarle un golpe a el doctor pero Heysli estaba entre los dos. -¡Dime!

-¡Porque es mi novio y no tienes por qué pegarle, él no te ha hecho nada!- respondió la joven.

-¿Ah…no?- se burló. -Pregúntale, hazlo, di que te diga que hizo-. Heysli miró hacia Albert quien hasta ahora no había dicho palabra; estaba en un estado que la descolocó, se veía afligido, mirando hacia abajo, cerrando fuertemente los puños de sus manos y fue entonces cuando se dio cuenta que traía un ramo de rosas rojas.

-¿Son para mí?- se acercó a él preguntándole, llena de amor, Albert la miró con ojos aguados y asintió dándoselas, ella tomó el ramo más que enamorada y sonriente, le dio un casto beso en los labios y todo se desmoronó dentro de él.

-A éste infeliz, le supliqué, me le arrodillé- Heysli volteó hacia su hermano con el corazón latiendo a prisas. - Un "no puedo", algo tan despectivo como un "este no es lugar para marginados y negros como tú" y un humano sin corazón al decir "no dudes que la devuelvan por tener en que caerte muerto"- un jadeo por parte de Marisol se escuchó, un Yeicol pasmado al ver el sufrimiento en la cara de su amigo, un Rafael creyendo que era lo correcto, un Albert sumido en la culpa sin ni siquiera defenderse y una Heysli descolocada al saber que Albert era aquel doctor del que tanto despotricaba su hermano, pero no lo creyó.

-No es cierto ¿verdad? Tú no me mentirías, él Albert que conozco no es así-. Miró a Albert esperanzada, éste sólo le dio una mirada vacía, negando con la cabeza.

-Lo siento- dijo con voz ronca a Heysli, no miró a la joven, la había perdido, ¿que importaba si se defendía? Le mintió, guardó el secreto, no lo perdonaría, no tenía nada que hacer en ese lugar, ya no la tenía a ella.

Cerró los ojos, derramando un par de lágrimas y se dirigió a su auto, con todos en silencio, no miró a nadie.

-Albert- la escuchó pero no se detuvo, entró a su auto, encendiéndolo para marcharse. - ¡Albert!- fue lo último que escuchó al salir de ahí, ella llamándolo.

¿Ahora qué haría? Se preguntó Albert. Soñó con encontrarla, tuvo noches de pesadillas con ella, su rostro, sus heridas, vivieron atormentándolo, lo convirtieron en alguien sin alegría, en alguien que no sonreía, ella era su maldita pesadilla en esos dos años, pero al encontrarla todo cambió, sintió que la vida lo premió, se le había dado una segunda oportunidad con respecto a ella, lo reparó, reparó el daño causado y si, se enamoró pero eso en el fondo lo sabía, desde que la vio en su bicicleta con todos los almuerzos derramados en el suelo, se juró darle todo y lo hizo, hasta su corazón se lo dio.

Pero nada dura para siempre, Albert, se preguntaba qué hubiese pasado si se fuera sincerado con ella, ¿algo hubiera cambiado? No lo sabía. Sólo la había perdido.

Entró a su apartamento como loco, tirando todo lo que encontraba, llorando de rabia, se arrepentía, se arrepentía e hizo todo para cambiarlo, lo hizo, ese fue su pasado, donde era alguien egocéntrico, egoísta, un malnacido racista y se odió por eso, él cambió, lo había hecho para bien, pensar en ella lo convirtió en una mejor persona.

Rememoró los días cuando viajó a el Chocó, se llenó de humildad, ayudó a construir casas para los más necesitados, les dio comida, ropa y hasta dinero. Cuando volvió, era alguien con el corazón cambiado y la amargura, sólo era cuestión de encontrar a Heysli.

Tiró todo, su apartamento ahora era un caos, desde que se vino de donde sus padres, no tenía ataques de rabia, esos que lo llevaban a beber alcohol y tirar las cosas como si fueran pelotas de fútbol.

-¡Albert!- escuchó de lejos la voz de Yeicol y se removió. -¡Ey… compadre, estás hecho un asco!- Un puñado de agua cayó sobre su rostro, esto lo hizo despertar de golpe y sentarse en la cama. Miro con rabia a Yeicol, quien estaba de pie con el vaso en su mano. -Sal de ahí, levántate y arregla las cosas, llevas dos hijueputas días aquí muriéndote.




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