Mi Hermosa Pesadilla

EPILOGO

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La mañana llegó, tomó sus maletas, la noche anterior había empacado todo, con el corazón más hundido en el dolor, no sabía si ya había leído la carta, Albert tenía miedo de que Heysli ni siquiera la hubiese abierto. Salió de su apartamento, girando llave puso todos los seguros a la puerta; si ella no llegaba a su encuentro, él no volvería por mucho tiempo a ese lugar y la olvidaría así le costara.

Tuvo una noche de perros, no pudo dormir, el pensarse sin ella lo tenía completamente destrozado. Tenía ya dos días sin verla y la extrañaba en demasía. Albert salió del edificio, tomó un taxi y se dirigió al aeropuerto, al paso de unos minutos llegó, eran las ocho y quince de la mañana.

Ahora, se encontraba sentado en una de las sillas en espera de que anunciaran su vuelo; veía el reloj cada segundo, cada minuto, el nerviosismo, el corazón achicopalado porque ella no llegaba; así pasaron los minutos y el nudo en la garganta creció, bajó la cabeza para mirar el piso, se lo merecía, ella no iba a perdonar una mentira y entonces lágrimas cayeron, se sentía perdido, más que todo muerto por dentro.

-¿Se siente bien?- Escuchó una voz de niña. Se secó las lágrimas con el torso de la mano y miró hacia su lado en la otra silla, una pequeña rubia, ojos azules, con un vestido amarillo, parecía un ángel.

-Sí, estoy bien- respondió tragando saliva y con una sonrisa esforzada.

Entonces el anuncio de abordo al avión llegó, se levantó, tomó sus maletas, suspiró y volvió a echar un vistazo a su alrededor, con la esperanza aun latente pero no, ella no estaba, no llegó. Al despegar el avión, Albert dejaba un pedazo de él en la capital, si ese era su corazón, la seguiría ayudando claro que sí, pero desde lejos y sin ser pareja.

Después de una hora y veinticinco cinco minutos llegó a Barranquilla, ya en el aeropuerto de su ciudad, tomó un taxi a casa de sus padres, lo superaría aunque no fuese tan fácil.

Llegó al fin y fue como si el alma le volviera al cuerpo, nada como estar en casa con sus padres.

-¡Hermano!- escuchó la voz de su hermanita pequeña apenas entró abriendo las rejas de la casa, en efecto se trataba de Sharon.

-Enana- la abrazó y la cargó apenas llegó a él, Albert extrañaba sus locuras de siempre. Vio a sus padres salir a recibirlo también, así que bajó a su hermanita de sus brazos para saludarlos.

-Pero... ¿qué has estado comiendo muchacho? Te ves demacrado. -Indagó su madre abrazándolo.

-El trabajo mamá- respondió sin decir más.

-¡Pero que linda!- Albert frunció el ceño al escuchar a Sharon. -¡Mami, la novia de Albert está aquí y jugará conmigo!- Miró la forma en que su hermana corría y se dio vuelta para ver hacia donde se dirigía su hermana. Entonces la vio, su delgada figura apareció, su cabello castaño recogido en una coleta, su rostro dulce y tímido, llevaba una mochila en su hombro, un vestido floreado blanco y flores rojas.

Albert sonrió, sonrió como nunca lo había hecho, su corazón volvió a vivir, volvió a latir de alegría. Ella estaba ahí y eso sólo quería decir una cosa. Lo había perdonado.

-Se ve, algo joven- habló su padre, saludándolo. Los habían dejado solos a la puerta de la casa, pues su madre también fue en busca de Heysli a la entrada.

-Tiene diecisiete papá- su padre alzó las cejas pero no opinó nada más y supo que aceptaba su relación. Miró de nuevo hacia él frente, ella venía junto a la mamá de Albert y una Sharon confianzuda que la traía hacia ellos a rastras.

-Niño ¿por qué la has dejado atrás? Que poco caballero Albert, déjame decirte-, lo regañó la mujer que le dio la vida. -Niña ven adentro y quítate esa chaqueta o te morirás de calor- le dijo adentrándose a la casa junto a Heysli y a su hijita, ignorando a los hombres por completo.

-Parece que fuera ella la hija, la acabó de ver y la recibió mejor que a mí- gruñó Albert, pero se echó a reír y su papá lo siguió.

-Entiéndela, has traído una chica a casa y yo también estoy contento de que lo hayas hecho, ya quiero nietos.

-¡Pero si Sharon aun esta pequeña!

-Dije nietos, Martins-. Él solo negó con la cabeza, los tendría, pensó, pero más adelante, Heysli aún no estaba preparada para eso. Entraron los dos a casa, buscando a las tres mujeres que más querían en la vida y allí estaban, sentadas en el sofá de la sala de estar.




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