Mi hijo, Su heredero

Capítulo 9

Sebastián Blackwood

Me levanté como de costumbre a las 5:00 AM en punto. El silencio del penthouse era absoluto, roto solo por el tenue zumbido del sistema de climatización. La disciplina era el andamio que sostenía mi mundo después de que ella lo hiciera añicos. Una ducha fría para agudizar los sentidos, seguida de treinta minutos de ejercicio intenso en el gimnasio privado. Cada flexión, cada peso levantado, era un recordatorio de mi control, de mi fuerza. Era lo único que no me podían quitar.

Cuando el sol comenzó a asomarse, teñiendo el cielo de Manhattan de tonos naranjas y rosados, me di una segunda ducha para eliminar el sudor. Me enfundé en un pantalón de jogging holgado y me dirigí a la cocina con la precisión de un ritual. Preparé los frutos rojos picados para Benjamín y su biberón de leche tibia. Para mí, café negro, amargo y fuerte, como mi humor permanente desde que ella se fue.

Antes de despertar a mi heredero, una compulsión malsana me llevó hasta la habitación de Clara, la mujer que había destruido mi mundo por completo y que ahora osaba habitarlo de nuevo. Abrí la puerta sin hacer ruido, dispuesto a verla vulnerable, asustada, arrepentida.

Pero la imagen que encontré me erizó la piel y endureció instantáneamente partes de mi cuerpo que creía bajo estricto control. Ella dormía profundamente, enfundada en la camisa negra de seda que le había dado. Lo había hecho, lo admito, con la perversa intención de verla portando una de mis prendas, marcada por mí, como solía hacerlo antes en las mañanas después de una noche de pasión.

Su trasero, que no recordaba tan lleno y perfecto, estaba completamente al descubierto. La muy desvergonzada no llevaba ropa interior, y la camisa se había subido hasta sus caderas durante la noche, regalándome una vista que fue como un puñetazo en el estómago y una descarga de electricidad en las venas. El culo de Clara. Redondo, pálido, invitando a ser mordido y marcado.

Sin ser consciente de mis movimientos, me acerqué a la cama, la respiración entrecortada. Y entonces lo vi. Mi hijo, mi Benjamín, dormía a su lado, aferrado a uno de sus dedos con su manita. La escena—la pureza de mi hijo junto a la sensualidad inconsciente de ella—era un cóctel explosivo que me nubló el juicio.

Decidí tomarlo y salir de ahí antes de que el animal que llevo dentro se desatara y acabaran sucediendo cosas entre Clara y yo que complicarían todo aún más. A pesar de haber pasado dos años sin tocarla, mi cuerpo la deseaba con una ferocidad que me avergonzaba y enfurecía a partes iguales. La odiaba, pero la quería bajo mí, gritando mi nombre.

—Estúpido —me reprendí en un susurro áspero, saliendo de la habitación con Benjamín en brazos.

Mi hijo se despertó en mis brazos, confundido. Le di su biberón, que ya tenía preparado, y lo acosté en el amplio sofá de la sala mientras me dirigía a mi habitación a vestirme. Necesitaba poner barreras, armaduras. Un traje negro impecable de Brioni, el cabello peinado con precisión, el reloj de oro de mi abuelo en la muñeca. Cada pieza era una capa de protección contra ella.

Cuando salí, Clara ya se había levantado. Estaba sentada en el suelo junto al sofá, acariciando suavemente los pies de Benjamín con una expresión de tal devoción que por un segundo sentí algo que se parecía a un punzada de... algo. Lo ahogué de inmediato.

—Puedes llamar a la niñera y decirle que no venga —dijo, alzando la mirada hacia mí. Sus ojos aún tenían rastros de sueño, pero su voz sonó clara.—Yo me encargo de mi hijo.

Esa última frase, "mi hijo", encendió la mecha de mi ira. ¿Perderse de dos años de su vida y ahora venir a reclamarlo como suyo?

—No me digas qué hacer, Clara —espeté, mi voz como hielo. Tomé mi taza de café, demasiado caliente, y la sensación de ardor en mi lengua me devolvió el control..—Tú no decides nada aquí.

Me acerqué al sofá e incliné para dejar un beso en la frente de mi heredero. Su olor a bebé limpio me calmó por un instante.

Salí del penthouse sin mirarla atrás. Mi chófer ya esperaba con el Maybach encendido. Antes de subir, marqué un número desde mi celular.

—Valentina, de la boutique de Fifth Avenue —dije cuando contestaron—. Necesito un personal shopper para... para alguien. Hoy a las 9:00 AM en mi residencia. —Colgué sin dar más explicaciones. No quería que la madre de mi heredero pareciera una pordiosera. Era una extensión de mi imagen, nada más.

El trayecto a la oficina fue en silencio. Al entrar en Blackwood Capital, el mundo volvió a su axis habitual. Empleados saludando, unos con sonrisas aduladoras, otros con rostros serios y respetuosos. Aquí mandaba yo. Aquí todo era orden.

En la oficina me esperaba Olivia, mi secretaria ejecutiva. Vestía un traje sastre que debería haber sido profesional, pero la falda estaba dos pulgadas demasiado corta y la blusa, un botón demasiado desabrochada. Se había puesto de pie al verme entrar, una sonrisa provocativa en sus labios perfectamente pintados.

—Buenos días, señor Blackwood.

Solo asentí con la cabeza, pasando junto a ella para sentarme detrás de mi escritorio de roble macizo. Me leyó la agenda del día con una voz que intentaba ser profesional pero que cargaba una insinuación que conocía demasiado bien. Me había tirado un par de veces antes, después de noches de demasiado whisky y rabia contenida por Clara. Era eficiente, discreta, y su cuerpo era un buen canal para liberar tensiones.

Pero esta mañana, no podía concentrarme. Cada cifra, cada informe, se desdibujaba ante la imagen recurrente del culo pálido y perfecto de Clara sobresaliendo de mi camisa. Me sentía duro como una piedra, la incomodidad creciente dentro del traje impecable.

A media mañana, Sofia entró de nuevo a mi oficina con unos documentos para firmar. Se inclinó sobre el escritorio, dándome una vista deliberada de su escote. Alcanzó a poner los papeles frente a mí cuando algo en mí se rompió.




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