Mi hijo, Su heredero

Capítulo 21

Sebastián Blackwood

El sofá de cuero blanco, un símbolo de lujo y elegancia, se convirtió en el altar de su humillación. No fue rápido. No fue un acto de pasión desbordada. Fue un ritual lento, meticuloso y cruel de posesión y castigo.

Después del beso brutal que la dejó sin aliento, la separé de mí solo lo suficiente para recorrer su cuerpo con mis manos y mi boca, no con deseo, sino con la fría determinación de un cartógrafo reclamando un territorio rebelde. Mis labios siguieron la línea de su clavícula, mis dientes mordisquearon la piel suave de sus hombros, no para dar placer, sino para dejar marcas rosadas que proclamaran mi propiedad. Cada pequeño gemido que escapaba de sus labios, ya fuera de dolor o de una respuesta traicionera de su cuerpo, era una victoria.

—¿Ves? —murmuré contra su estómago, sintiendo cómo se contraía bajo mis labios.—Tu cuerpo me recuerda. Aunque tu mente se rebele, tu carne sabe quién es su dueño.

Ella gimió, volviendo la cabeza hacia un lado, las lágrimas resbalando silenciosas por sus sienes y empapando el cuero del sofá. Su sumisión pasiva me enfureció aún más. Quería lucha. Quería que se resistiera, para poder doblegarla por completo.

La forcé a que me mirara. —Mírame, Clara. Mírame cuando te toco. Cuando te claimo.

Sus ojos, nadando en lágrimas, se encontraron con los míos. Había dolor allí, y miedo, pero también un destello de ese fuego testarudo que tanto odiaba y deseaba.

—No… no lo hagas así… —suplicó, su voz quebrada.

—¿Cómo entonces? —pregunté con falsa curiosidad, deslizando una mano entre sus piernas, encontrándola húmeda a pesar de todo, una traición de su propio cuerpo que me llenó de un satisfaction perverso.— ¿Cómo te gusta? ¿Así? —Presioné con rudeza, haciéndola arquearse.—¿O quizás… así? —Mi otro mano se cerró alrededor de su muñeca, inmovilizándola sobre su cabeza.

—¡Para! —gritó, luchando débilmente, pero mis fuerzas la superaban abrumadoramente.

—No —respondí simplemente, y me posicioné sobre ella, entrando en su calor de un solo embate profundo que le arrancó un grito ahogado.—Esto es un castigo, Clara. No un placer. Aprende la diferencia.

Comencé a moverme entonces, con un ritmo implacable, no buscando nuestro placer mutuo, sino solo el mío, y su total sumisión. Cada embestida era una palabra en la lección que estaba impartiendo: Mía. Solo mía. Para siempre mía.

—Cada vez que un hombre te mire —gruñí, mis palabras entrecortadas por el esfuerzo y la rabia—, vas a recordar esto. Vas a recordar el peso de mi cuerpo sobre el tuyo. El sonido de mi voz. El sabor de mi piel. —Bajé la cabeza y mordí su cuello, no lo suficiente para sangrar, pero sí para dejar un moretón que duraría días—. Vas a recordar que te rompí y te reconstruí a mi imagen. Que eres mía para moldear, para usar, para poseer.

Ella dejó de luchar. Su cuerpo se volvió pesado, flácido bajo el mío, excepto por los espasmos involuntarios que recorrían su interior cada vez que yo profundizaba el contacto. Sus gemidos eran ahora quejidos silenciosos, de dolor y de una rendición profunda y amarga.

Fue esa rendición total, esa quietud fantasmal, lo que finalmente me quebró. Mi propia furia comenzó a desvanecerse, reemplazada por una oleada de algo más oscuro, más complejo. Una posesividad tan absoluta que rayaba en la obsesión pura. Ya no era solo about castigo. Era about borrar cualquier rastro del mundo exterior, de cualquier otro hombre, de cualquier otro pensamiento que no fuera yo.

Mi ritmo cambió. Se volvió más profundo, más intenso, más… personal. Una mano se enredó en su hair, no para lastimar, sino para sostener, para acercarla más a mí. Enterré mi rostro en su cuello, inhalando su esencia, sintiendo el latido frenético de su corazón against mi pecho.

—Maldita seas —murmuré contra su piel, un susurro ronco cargado de una emoción que no podía nombrar—. Maldita seas por hacerme hacer esto. Por hacerme necesitar esto.

Y entonces, con un gemido gutural que surgió desde las profundidades de mi ser, me rendí también. Me desplomé sobre ella, vaciándome, marcándola desde dentro con una intensidad que me dejó temblando.

Permanecí así por lo que pareció una eternidad, nuestro sudor mezclándose, nuestras respiraciones agitadas sincronizándose lentamente. El olor a sexo y a poder llenaba el aire.

Finalmente, me separé de ella. Me levanté del sofá, sintiendo el peso de lo que había hecho, de lo que había dicho. Ella permaneció tendida, inmóvil, los ojos cerrados, como una muñeca rota.

Sin decir una palabra, me incliné y la tomé en brazos. Ella no protestó. No dijo nada. Su cuerpo estaba inerte, agotado. La llevé a nuestro dormitorio—mi dormitorio—y la acosté suavemente en la cama, arropándola con las sábanas.

Me quedé de pie junto a la cama, mirándola. Las marcas en su piel, las lágrimas secas en sus mejillas, su respiración superficial… Era un recordatorio brutal de mi poder, pero también de mi propia perdición.

Había ganado. La había quebrado. Le había dado su castigo.

Pero al mirar su frágil figura en la cama, supe, con una certeza que me heló el alma, que en el proceso, también me había condenado a mí mismo. Porque necesitaría hacerlo again. Y again. Hasta que either ella se rompiera por completo, o yo me consumiera en el fuego de mi propia obsesión.

El castigo había terminado. Pero la guerra continuaba. Y yo era tanto el verdugo como el prisionero.

Clara Blackwood

El primer pensamiento consciente fue un dolor sordo y profundo que anclaba mi existencia a la realidad más cruda. No era solo el dolor entre mis piernas, un recordatorio físico y punzante de la posesión brutal de Sebastián, sino un dolor más hondo, uno que se enredaba alrededor de mi corazón y apretaba hasta ahogarme.

Abrí los ojos. La cama a mi lado estaba vacía, las sábanas negras de satén frías donde su cuerpo debería estar. La luz del mediodía se filtraba agresivamente por las persianas, iluminando motas de polvo que danzaban como espectros sobre mi piel desnuda.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.