Mi hijo, Su heredero

Capítulo 34

Clara

El jet ascendió suavemente, atravesando las nubes como un cuchillo que corta terciopelo. Sebastián permanecía absorto en su tablet, probablemente revisando documentos para la reunión que nos había traído a este viaje sorpresa. El reloj de la cabina marcaba las 7:30 AM.

—¿A qué hora es la reunión? —pregunté, rompiendo el silencio que había persistido desde nuestro despegue.

Él alzó la vista, y sus ojos grises me escudriñaron con esa mirada analítica que siempre hacía sentir como un espécimen bajo un microscopio.

—A las 9 —respondió, su voz tan precisa como el funcionamiento del avión que nos transportaba.

Observé a Benjamin, que jugueteaba tranquilo en mi regazo, fascinado por la luz del amanecer que se filtraba por la ventanilla. No parecía importarle estar a miles de metros de altura, en un entorno que debería ser ajeno para un niño de su edad.

—Habías viajado antes con él. Está muy tranquilo —comenté, más para llenar el silencio que por verdadera curiosidad.

Sebastián dejó la tablet a un lado. Su mirada se posó en el niño, y por un instante, algo indescifrable cruzó sus ojos.

—Es mi hijo, Clara —dijo, y cada palabra caía con el peso de una acusación.— Cuando tú te fuiste, tuve que traerlo conmigo en varias ocasiones a reuniones. Se acostumbró.

La precisión de sus palabras, cargadas de un reproche silencioso, cortó el aire entre nosotros como un cuchillo. El zumbido de los motores pareció intensificarse, llenando el vacío que su revelación había creado.

Sus palabras me golpearon con la fuerza de un puñal. No lo dijo con rabia, sino con una frialdad que resultaba mucho más cortante. Me estaba recordando mi ausencia. Me estaba señalando que, mientras yo intentaba reconstruir mi vida lejos de él, él había estado aquí, criando a nuestro hijo, incorporándolo a su mundo de una manera que yo nunca había podido hacer.
Mi hijo. Nuestro hijo. Él lo había llevado a sus reuniones. Lo había tenido a su lado, en su mundo, mientras yo... mientras yo estaba ausente. La imagen de Sebastián, con su traje impecable y su aire de impenetrable control, manejando no solo su imperio sino también el biberón de nuestro hijo, era a la vez desconcertante y profundamente perturbadora. Era un recordatorio de que, durante ese tiempo, él había asumido todos los roles. Había sido padre y madre, ejecutivo y cuidador. Y lo había hecho, estoy segura, con la misma eficiencia fría y determinación con la que hacía todo.
Un nudo de culpa y dolor se apretó en mi garganta. Miré a Benjamin, tan confiado y tranquilo en este entorno de lujo y control, y sentí que me ahogaba. ¿Cómo podía competir con eso? ¿Cómo podía redimirme ante los ojos de mi propio hijo?
Ajeno a la tensión, se acomodó en mi regazo, sus pequeños dedos agarrando el borde de mi suéter. Su tranquilidad era un testimonio de esa adaptación forzada. Se había acostumbrado a las alturas, a los viajes repentinos, a ser una pequeña extensión del mundo de su padre.
—Ten por seguro —dije, mi voz temblorosa pero llena de una determinación que brotaba de lo más profundo de mi ser— que no me voy a volver a ir jamás.

Mis palabras resonaron en la cabina, un juramento forjado en la culpa y el amor maternal. Él me miró con profundidad, sus ojos grises escarbando en mi alma, buscando la verdad detrás de mis palabras.

—Eso —respondió lentamente, su voz un susurro cargado de significado— tienes que demostrámelo.

No era una aceptación. Era un desafío. Una prueba más en la interminable lista de exigencias que definían nuestra relación. Sabía que, para él, mis palabras no significaban nada sin acciones. Y que cada día, cada momento a su lado, sería un examen que debía pasar para ganarme el derecho de permanecer con mi hijo.

Apreté a Benjamin contra mi pecho, sintiendo el suave latir de su corazón. Había prometido no irme, pero en ese momento, comprendí que la verdadera batalla no era por quedarme, sino por demostrar que merecía un lugar en la vida del niño que sostenía en mis brazos.

Él ya no era solo el hombre que me poseía. Era el hombre que había criado a nuestro hijo en mi ausencia. Y ese conocimiento añadió una nueva y compleja capa a la jaula en la que me encontraba. ¿Cómo se lucha contra un hombre que no solo controla tu presente, sino que también ha reescrito tu pasado y moldeó la vida de tu hijo en tu ausencia?

Miré por la ventanilla, las nubes algodonosas pasaban bajo nosotros. El destino era una incógnita, pero una cosa era cierta: cada revelación, cada capa de Sebastián Blackwood que descubría, hacía que escapar pareciera no solo imposible, sino también, de una manera retorcida, como un abandono aún mayor.




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