Mi hijo, Su heredero

Capítulo 37

Clara

El restaurante era de esos lugares donde el lujo se medía por el silencio. Alfombras gruesas que ahogaban los pasos, manteles de lino inmaculados. El maître nos condujo hacia una mesa en un rincón semi privado. Y fue entonces cuando lo vi.

Allí, sentado con una sonrisa que era una perversión de la cortesía, estaba Lucius Blackwood. El hermano de Eleanor. El tío de Sebastián.

Mi mundo se detuvo. El aire se espesó de repente, llenándose de un frío que me caló hasta los huesos. Un zumbido agudo llenó mis oídos, ahogando todos los demás sonidos.

Era él.

El hombre cuyos elogios sucios me habían perseguido como una sombra. El hombre cuyas miradas lascivas me hacían sentir mancillada incluso a distancia. El hombre que, aprovechando un momento de vulnerabilidad, me había acorralado contra una pared, sus labios húmedos rozando mi cuello mientras sus manos intentaban sujetarme. El recuerdo de su aliento, cargado de alcohol y deseo enfermizo, me provocó una arcada.

"Si no te vas de aquí, de la vida de mi sobrino", susurró aquella vez, con una calma aterradora, "le contaré a Sebastián que fuiste tú quien me sedujo. Que eres una cualquiera. Y no solo arruinaré tu nombre, Clara, arrasaré con todo lo que amas. Tu hijo crecerá creyendo que su madre es una puta. ¿Crees que Sebastián te creerá a ti o a la sangre de su propia familia?"

Esa amenaza, ese veneno, fue lo que finalmente quebró mi espíritu. Lo que me hizo huir, creyendo que al alejarme los protegía a ambos, a Sebastián y a Benjamin, de la ruin mentira y la maldad de Lucius.

Y ahora estaba aquí. Sonriéndome. Como si aquel horrible secreto que yacía entre nosotros fuera una broma privada.
Mis manos comenzaron a temblar de forma incontrolable. Una oleada de pánico puro, tan intenso que me dejó mareada, me recorrió. Quería gritar. Quería escapar. Cada instinto gritaba que debía poner la mayor distancia posible entre ese hombre y mi hijo.

—Sebastián, siempre un placer —dijo Lucius, levantándose con una elegancia estudiada. Su mirada, sin embargo, se deslizó hacia mí como una serpiente.

—Tío Lucius.No esperaba verte aquí.—respondió Sebastián, con un respeto formal que me partió el alma. Luego, giró ligeramente hacia el otro hombre en la mesa, un caballero de mediana edad con un traje impecable y una sonrisa cordial. —Clara, permíteme presentarte al Sr. Edward Vance, de Vance Capital. Edward, mi esposa, Clara.

—Un honor, señora Blackwood —dijo el Sr. Vance, poniéndose de pie para tomar mi mano con una cortesía genuina.

—El honor es mío —logré balbucear, retirando mi mano rápidamente, esperando que no notara cómo temblaba.

Pero entonces, la atención volvió a donde yo más temía que estuviera.

—Y mucho tiempo sin verte, Clara —dijo Lucius, y su voz era un susurro seductor y venenoso que solo yo podía descifrar por lo que era. Sus ojos, llenos de lujuria y maldad, se clavaron en los míos con una intimidad repulsiva. —¿Cómo estás?

Cada sílaba era un recordatorio de su amenaza, de su poder para destruir la frágil paz que había recuperado. ¿Estaba bien? Estaba al borde del colapso, sentada frente al hombre que había destrazado mi vida y que ahora podía, con una sola palabra, destrozarla de nuevo. El miedo a que Sebastián descubriera la verdad, a que creyera la vil mentira de su tío y me arrebatara a Benjamin para siempre, era un nudo de hielo en la garganta.

—Estoy... bien —logré articular, y mi voz sonó tan frágil y quebrada como me sentía por dentro.

Lucius mantuvo su sonrisa, un brillo siniestro en sus ojos. Sabía que no estaba bien. Sabía que me tenía exactamente donde quería: atrapada, aterrada y en silencio, presentada ante un socio como la esposa decorativa de su sobrino, mientras su mirada me desnudaba y su presencia envenenaba cada célula de mi cuerpo. Sebastián y el Sr. Vance comenzaron a hablar de negocios, pero yo ya no los oía. Solo podía sentir el peso de la mirada de Lucius sobre mí, una caricia repulsiva que me recordaba que, aunque había regresado, su sombra nunca me había abandonado, y ahora se cernía sobre mí más amenazante que nunca.




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