Mi Huracan Eres Tu

Lucas

Princeton, Kentucky – 28.09.2010

 

Un huracán.

Esto había pensado Lucas de frente a la engreída desconocida que se interpuso entre su padre y él.

―Prueba golpearlo de nuevo y te denuncio! ―Grito aquel tornado furioso, haciendo asustar al mismo Lucas, que todavía tenía la mano presionando el cachete inflado y rosáceo, por el ultimo tortazo recién recibido.

El hombre rio sarcásticamente frente a esa amenaza estúpida. Ese sonido ronco y duro hizo venir escalofríos a Lucas por toda su espalda, llevándolo a esconderse cobardemente detrás de la espalda alta de su salvadora, que según parecía, no estaba espaventada en lo absoluto de esa actitud fingida de su padre.

Todavía Lucas lo conocía bien y sabía que venía después de aquella risita banal y más aún después de esa amenaza en velo.

En un impulso de coraje, agarro la mochila de su salvadora y lo tironeo lejos antes de que su padre perdiera nuevamente los estribos y pudiese levantarle la mano, o peor, el cinto del pantalón, también sobre ella.

―Estate bien atenta a lo que decís mocosa ―le advirtió el hombre improvisamente serio, acercándose ahora de más.

―Eres tú el que debe estar atento a lo que hace o le diré a mi madre y ella te mandara fuera junto con todos los padres violentos que golpean a los hijos ―lo desafío de nuevo la niña con su voz tenue, pero al mismo tiempo fuerte y determinada a no dejarse asustar por aquel paracito.

―¿Que es lo que has dicho? ―Se enfureció el hombre, inclinándose sobre aquella pequeña criatura que torció la nariz ante el aliento de alcohol que le salía de la boca. Y luego llego el suspiro de su padre. Aquel suspiro que Lucas conocía bien: aquel siseo vibrante y tenso que terminaba siempre con un gesto violento en contra de cualquier cosa que se encontrase a su alcance.

Con una ojeada furtiva miro profundamente el rostro orgulloso y perfecto de esa niña que no se había movido ni un centímetro, continuando a protegerlo y a tenerlo detrás de su espalda ligeramente doblada por el peso de los libros que tenía en la mochila.

Sus ojos se detuvieron sobre sus mejillas rosas y perfectas, sobre su pequeña boca, una forma de corazón, sin cicatrices o signos de violencia.

Tenía una línea un poco extraña, según Lucas, pero al mismo tiempo curiosa y él deseo poder verla mejor en la cara, pero el respiro sin aliento y tembloroso de su padre prevaleció..

Calmando el miedo y aquellos gemidos de dolor que le salían incontrolablemente de la boca, se hizo coraje y con una fuerza propia desconocida logro tironear de un costado a su salvadora justo a tiempo, antes de que la mano de su padre volara despiadadamente sobre el cachete de la muchacha.

― Déjala! ―Grito el muchachito, reuniendo todas sus fuerzas en un desesperado grito. Sabía que contra su padre no podía hacer nada, pero juro a si mismo que habría hecho todo lo posible para proteger a esa inocente que había tenido el coraje de afrontar al irascible y potente Darren Scott.

―Tú no me das ordenes, ¿has entendido? Eres solo un niño estúpido que tendrás el mismo fin que la fracasada de tu madre¡ , se irrito su padre, agarrándolo por la solapa de la chaqueta.

Habían pasado pocos meses del día en el que había encontrado a su madre adormecida en la bañera llena de agua.

Al principio habia permanecido desconcertado al encontrar a su madre vestida en la bañera, pero luego, cuanto había llegado su padre, todo había asumido otro significado.

Todavía ahora le daba fastidio tratar de ordenar los recuerdos.  En ocasiones solo los gritos de dolor y rabia de su padre, mientras tiraba a su mujer fuera del agua y la domestica Rosalinda que lloraba y gritaba que aquella casa estaba maldita, mientras corría a llamar una ambulancia.

Luego todo se volvía confuso hasta el funeral de su madre.

No sabía si había llorado, pero recordaba que a su regreso del cementerio esa noche, su padre se emborrachó más de lo habitual y comenzó a criticarlo, diciéndole que era un fracaso ya que su madre era tan cobarde como para suicidarse, dejándolo solo para cuidar a un hijo que nunca había querido y que podría haber sido un bastardo por todo lo que sabía, dado el pasado áspero y libertino de la serpiente que con quien se había casado diez años antes.

Esa noche, encerrado en su habitación y escondido debajo de las sábanas, había comenzado a temblar y a llamar a su madre en vano, con la esperanza de que fuera a rescatarlo.

Desafortunadamente, su sueño no se había cumplido, ya que nunca había sucedido incluso cuando ella estaba viva, y no le quedaba más que llorar hasta que le dolieran el estómago y la cabeza.

Ahora, las frases de su padre lo golpearon con la misma violencia esa noche.

Se mordió el labio inferior para no llorar, pero al final las lágrimas lograron fluir copiosamente.

― Papá, no la lastimes. Por favor —le rogó, sollozando y ocultando su rostro con la manga de su chaqueta para que no la viera esa niña que tenía más coraje que él.

― ¡Mi hijo llorando por una mujer! Esto es nuevo! No tienes carácter. ¿Sabes lo que te digo? ¡Te vas a casa solo, así que aprendes a desobedecerme y ponerte en mi contra! ―Dijo el hombre, girando sobre sus talones y yendo al auto con pasos inestables debido a los tragos de más bebidos en la tarde.




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