Mi jefe, Andrew Barnett

2. Sangre.

El largo suspiro sacudió su cuerpo al verse desganada, abrazada a su cuerpo al comenzar a caminar hacia el puesto que su madre comandaba por poco tiempo, seguramente, decidida a volver a ese sitio el día siguiente.

No quería pisar allí por segunda vez en esas veinticuatro horas, por eso cambió la ruta, sumergida en sus pensamientos, perdida con los brazos sosteniéndola a cada lado, concentrada en el camino transitado. Iba con calma, no obstante, aunque trató de no pensar en ese encuentro, su cabeza la traicionó.

Había echado a la basura su única oportunidad para salir adelante, evitar cerrar el negocio por falta de abastecimiento, condenada al desastre al igual que a esa boca suelta sin control de la que era dueña desde tiempo atrás.

Le costaba mantenerla a rayas, como si tuviese vida propia se dejaba ir, a pesar de querer evitar la imprudencia, hablar de más en los sitios a donde iba, buscando pensar antes que hablar. ¿El problema? Lo que estaba en su cabeza se desbordaba por su boca sin verlo venir, justo como en ese momento, al subir las escaleras.

Suspiró, dándose una negativa en medio del reproche emitido en su cabeza al procurar no dejarse ir tan rápido, ni meter la pata aún si podía ser divertido. Estaba claro que para ella aquello se trataba de mala suerte antes que cualquier otra cosa, así que hizo un voto a sí misma, deseosa de cumplirlo.

Sus pasos continuaron al sentir el aire golpearla, sin ver atrás hasta dar con el espacio correspondiente, viendo el frente donde la carpa los recibía.

Vio a su madre atender a la poca clientela, con el pecho carcomiéndole en ese instante, llenándola de temor el saber que su sueño podría derrumbarse tan rápido como si dijera la verdad.

¿Iba a guardársela o lo diría sin frenar su lengua, como le parecía ser común? Tragó, perdida en las dudas al dar los avances necesarios, refugiada en el silencio en el que se vio envuelta al colocarse el delantal. Su madre sonrió, besando su sien en lo que comenzaban a trabajar, aún si pocos aparecían, tenía que cubrir los gastos necesarios de la casa, pagar parte de la hipoteca con la que colocaron el establecimiento rodante, aparte de terminar de pagar una parte de sus estudios universitarios.

Tuvo una parte de la beca, sin embargo, la otra debió cubrirla a su manera, por lo que fue mejor opción comenzar la venta de comida rápida, siendo que ambas manejaban bien el área, decididas a no perder la oportunidad. Primero comenzaron con un espacio más pequeño, el mismo que fue agrandándose según el recibimiento obtenido, llevándose una mala recha tiempo después.

Exhaló, sirviendo el último pan de hot-dog que quedaban en la funda, viendo a dos personas más alejarse al tener que negarles el servicio. Por lo que sabía, no iban a elegir ningún otro servicio. Las hamburguesas estaban agotadas, la carne ni siquiera se descongeló, así que no intentó convencerlos, pidiéndoles su presencia al día siguiente.

—¿Cómo vas, cariño?—preguntó su madre, quien le daba la espalda.

—Ya no queda nada—murmuró—. Perdimos dos clientes.

—¡Demonios!—El grito la hizo dar un respingo, mirándola llorar al poner sus manos sobre la tapa del refrigerador—. ¿Sabes cuánto he hecho para que nada se me acabe tan rápido? He convencido a la gente de pedir otras cosas, con mi propia ganancia he comprado al de la esquina solo para que no se me vayan y por un precio más alto del que todos me pagan—su pecho se encogió—. Este fin de mes debo pagar. No hay plazos, hija.

—Mamá…—Secó sus lágrimas, mirándola esperanzada.

—¿Te dieron el trabajo?—inquirió entusiasmada. La rubia guardó silencio un largo rato, queriendo decirle.

Las palabras decidieron no salir, se atascaron, por primera vez en frente de su madre, lo que buscó decir, quedó atascado en su garganta al ser consciente que no iba a mentirle. ¿Para qué? Se trataba de su progenitora, lo más importante de su vida, nada más que eso.

—Me casaré con Joe—dijo, al omitir de lleno el tema, de regreso a su primera pregunta en el día—. Hablaré con él, me quiero casar.

—¿Todo bien? No te noto muy convencida—tragó, asintiendo.

—Sí, yo… pensé en pedirle matrimonio. Ya sabes que es siglo veintiuno, hay mujeres empoderadas. Ya no es tabú esto—sonrió a medias—. Vamos a casa y luego te hablo del trabajo, ¿sí?—La vio asentir, sonriente al notar un pequeño rastro de luz engañoso, pasándole el entusiasmo.

—Claro—la joven suspiró al liberarse de la prensión significativa llamada pérdida de trabajo inminente sin amnesia retrógrada de por media de varias horas, ayudándola a terminar de organizar lo poco que quedaban, viendo las respectivas fechas de vencimiento.

—Nuestros productos estarán vencidos dentro de una semana—declaró, recogiendo—. Estoy harta—la rabia picó en sus ojos al no poder hacer nada, buscando salir de allí—. Ve a casa, yo te alcanzo, ¿sí? Debo recuperar algo—salió de allí sin darle tiempo a reaccionar, casi corriendo por las calles al tomar el camino conocido a pesar de estar demasiado lejos. Quería sentir que no todo estaba perdido, creer en el hecho de una segunda oportunidad.

¿Por qué no? Solo debía seguir sus reglas, nada más lejos de ahí, ¿o no? Sacudió su cabeza al respirar desbocada, escuchando varias risas cercanas, alzando la vista.



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En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

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