Mi jefe, Andrew Barnett

3. ¿Loro o perico?

—Andrew…—El llamado resonó al removerse en la cama, sostenido de la prenda, perdido en el sueño—. Andrew, querido—murmulló, sumido en la inconsciencia—. Te he dicho que no me gustan las cosas así. Debes hacerlo como yo te lo diga, tienes que evitar que enfurezca por tus actos tan tontos y pasados de moda—siguió—. ¿Qué es eso de flores y chocolates? ¡Yo quiero dinero y lujos! ¿¡Vas a seguir siendo tan cerrado e inservible!? Cómo te detesto—espetó—. Largo de aquí, ¡largo!—Se sobresaltó en la cama, repleto de sudor ante su respiración desbocada, golpeteando los latidos de su corazón con suma locura, envuelto en la oscuridad.

Apenas notaba la luz de la luna entrando a la habitación, las cortinas corridas casi hasta el final al evitar la molestia de la luz nocturna, sentándose en el colchón.

Una mano pasó por su rostro, empleado en el intento de sacarse las imágenes envueltas en su cabeza en lo que trataba de calmar su sistema, inquieto. Apartó las palmas hasta tenerlas en frente, viéndolas en lo que se movían solas, lleno de temblores, vivo en los espasmos que lo cubrieron de igual modo al buscar abrazarse en su sitio.

Intentó calmar su respiración, cerrar los ojos en la búsqueda de sentir las palmas contra su propio cuerpo, necesitado de la soledad para no perder la cabeza otra vez. Detestaba esos episodios, lo hacían sentir más enfermo de la cuenta, las pesadillas comenzaban a matarlo cada vez más, solo que no quería dejarse vencer por ellas, menos darle todo el poder a ese fantasma aún si seguía con vida donde sea que estuviese.

Abrió sus labios, delegando una plegaria hasta escucharse, apretujando su piel, calculando el ritmo de su respiración, dando el conteo del uno al diez, oyendo su voz, esas palabras saliendo de su boca, concentrado hasta sentir la calma volviendo de a poco hacia sí.

Una última respiración salió, yendo a la ducha por un baño. Entró en el espacio, corriendo la cortina al sumergirse bajo el grifo de agua fría, bajando la cabeza. Su cabello corrió hacia delante, aún no amanecía, seguramente comenzaba la noche, aunque no pudo evitar echarse a dormir desde que llegó.

Lo que menos quiso fue escucharla protestar en caso de despertarse de su letargo y de lo que pasaría luego de desistir ir a una clínica u hospital. No estaba acostumbrado a esos sitios, no desde ese día, por lo que su mejor opción fue llevarla con él.

Claro que no estaba para nada contento. Odiaba el hecho de sentir la invasión personal, tanto que no estaba durmiendo en su habitación común. Su chofer decidió llevarla al suyo sin su consentimiento de por medio, del mismo modo que se encargó de buscarle el cuidado por lo visto antes de llevársela.

¿Cómo era posible? En la mañana la vio bien, esa caída no pudo haberle hecho eso, tampoco el susto de pensar en chocarla.

Hizo una mueca al pasar las manos por su espalda, sintiendo la molestia como el primer día aún cuando las cicatrices estaban hechas, aunque en el alma eso no sucedía tan rápido. Seguía doliendo, incluso en sus dedos a pesar del dolor ser menos fuerte, esperanzado en algún momento de dejar aquello de lado.

Tal vez poder ser como antes del caos. Solo avanzar.

Elevó el rostro, asediado por las memorias, recordándose en esa misma posición. Lo acompañaba, estaba allí, besándolo, posando las manos en sus hombros como siempre, apoderándose de él.

—No, creo que esta noche no—le susurró al despegarse. Corrió los brazos tras su espalda, evitando su libertad.

—Andrew, cariño, ¿has olvidado quien manda aquí?—sonrió, tomando el control—. Si yo digo que lo quiero, tú también lo vas a querer. Me haces el amor, sin excusas, ¿entendiste?—Su vista estaba sobre ella, fue así durante unos largos minutos, volviendo a su boca sin opción.

La buscó y esa fue una de sus condenas al buscar salir de allí cuando pudo.

Regresó a la realidad para salir, cerrando la llave en lo que se encaminaba de vuelta hacia la habitación.

Limpió los restos del agua en compañía de la toalla, acercándose por una bata antes de salir de allí. Cubrí sus dedos como siempre, así que no dudó en ir hacia el pasillo, buscando su estancia donde ella estaba.

El reloj de la pared marcaban las ocho de la noche, lo pensado al conocer las reacciones de las pastillas con él, lo que agradeció por primera vez en su vida a pesar de odiarlas desde la primera vez que las tomó.

No podía hacer mucho. Las necesitaba.

Se detuvo, moviendo la perilla al acceder al sitio, viéndola recostada. Soltó un bufido, incómodo de observarla invadiendo todo su lugar como si fuese su dueña absoluta.

Hacía años nadie se apoderaba de un apartado así, no iba a dejarla mucho tiempo allí, por lo que fue hacia su gavetero, escogiendo el frasco.

Tomó la correspondiente, posándola contra su lengua sin percatarse que alguien corría en su dirección, trepándose de su cuerpo al golpearlo.

La joven tiró de su cabello hacia atrás, forcejeando al querer quitársela de sí entre los gritos emitidos, trastabillando en el camino hacia la cama.

—¡Detente!—gritó, enfurecido al refunfuñar de dolor, molesto.

—¿¡¡Quién es usted y por qué me quiere hacer daño!?—farfulló. El hombre se detuvo contra la puerta al pegarla de lleno allí, logrando hacerla perder el equilibrio, saliendo de su agarre.



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En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

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