Mi jefe, Andrew Barnett

4. Errar dos veces.

—Puedo explicarlo—habló, encogiéndose en su sitio, llena de miedo ante la cercanía de su compañero. Un golpe seco rompiendo la madera de la puerta la hizo sobresaltar, emitiendo un grito de miedo en cuanto retumbó contra sí.

La rubia lo vio, temerosa, intentando acercar su mano a su pecho, sin embargo, no pudo más que alejarla, observando sus ojos furiosos, repletos de ira en su contra.

—¿Quién era?—rugió, mirándola.

—¡Hay dinero aquí!—Cerró los ojos, pegado a su cuello al sentirlo respirar sobre su cuerpo, rozando sus labios por su piel—. Tres mil dólares.

—¿Qué?—inquirió, pasando una mano en su mentón—. ¿Lo que te di esta mañana no fue suficiente que fuiste a buscar a otro? ¿Así es como me pagas?—demandó.

Tragó, negando.

—Es tu dinero—dijo como pudo—. Estaba en una clínica—la mentira salió más rápido de lo esperado al apartarse, necesitada de ventilación.

Joe la tomó del brazo, jalándola contra si con fuerza al levantar su rostro, fijo en su mirada, buscando cualquier mentira en esos rastros de ojos a los que le prestó atención por primera vez en su vida, afianzando una mano en su mejilla.

—No me gustan las mentiras—farfulló, apretándole el pómulo—. Sabes muy bien cómo me pongo—acercó su rostro hacia ella, inspirando al apartar el rostro, sacudida por lo que sentía, sin evitar las sensaciones expresadas por su cuerpo de solo tenerlo así, como era su faceta natural.

Un animal en todo su esplendor, ese que siempre le hacía daño.

—Cuando volvía a casa un vehículo me interceptó, traían mis cosas de la empresa. No pude reaccionar bien a la situación, me desmayé—enunció, sintiendo su agarre disminuir—. Insistí hasta esta hora para que me dieran el alta. El chofer de ese hombre me trajo—pregonó, fallando a la realidad—. ¿Tanto desconfías de mí?

—Sí—la soltó, trastabillando hacia la cama—. Tanto que incluso tu madre me dijo que ibas a pedirme matrimonio y solo fuiste a revolcarte conmigo por dinero—entreabrió sus labios, queriendo hablar—. ¿Qué te pasa? ¿Así es como juegas con las personas?

—Tú eres el que juega conmigo—lo vio avanzar—. Te había dicho que no me quedaba nada de las pastillas anticonceptivas, que usaras protección, aunque decidiste no hacerlo—elevó el mentón, desafiante—. ¿No quieres saber qué descubrí, cierto?—Negó.

—¿Para qué? Si fuiste por un choque—su pecho se encogió, cayendo sentada en la cama.

No la escuchaba, definitivamente parecía no prestarle atención más que a sus celos. Posó las manos contra su rostro, perdida con su rostro entre las palmas, alejando las lágrimas deseosas de salir. Ni siquiera quería llorar, se le hacía absurdo después de todo lo que estaba pasando.

Joe no merecía ni una pizca de lo que sentía al estar su lado. Nada de sus buenos sentimientos, tampoco de los malos, esos que elevaban sus vellos, aquellos que la atemorizaban a más no poder, dañándola como tantas veces.

Dejó al silencio hacerse en el espacio, viéndolo acercarse para posar sus rodillas contra el suelo, atrapando su rostro.

—Deberías irte—susurró.

—No—la miró—. Debería estar contigo como te prometí—tragó, incómoda—. Ven—la atrajo hacia sí, acercando sus labios a los suyos luego de recorrer la comisura en compañía de uno de sus dedos, fundido en un beso.

La joven no reaccionó en el instante, sin embargo, la insistencia de su compañero la hizo acoplarse al acto, dejándolo apoderarse, al igual que seguir en el acto aún cuando no debía.

Las informaciones de ese documento aún bailaban en su cabeza, quería detenerlo, solo que nada sucedió. Permitió que siguiera, recordando que se lo debía, no solo por haber estado en casa de otro hombre, sino por mentirle en su cara, esperando no descubriese ninguna verdad.

Se acomodó bajo el agua de la llave al despedirlo luego de su segunda ronda, cayendo contra el suelo de la misma al captar la puerta cerrarse. Unos sollozos abandonaron su cuerpo, estremecida, intentando limpiarse la piel, el alma en medio de las lágrimas, sumida en el dolor.

Ya no lloraba por él, lloraba por ese ser que no fue, el hecho de haberlo perdido aferrándose a la batalla interna en su interior. ¿Por qué tan solo lo aceptaba, llena de amargura? Se trataba de su hijo, aún si no fue.

Se encogió, pensando en todas las veces soñadas con ser madre, del modo que fuese, si acaso adoptaba alguna vez o cuidaba a alguien merecido, si lo tenía por cuenta propia o alguien le permitía tener un pequeño en brazos aún si fuese una sola vez en su vida.

Bajó la cabeza, hundida. Solo quería consolarse y no tenía cómo. No sabía de qué forma, en realidad. Lo único que pensaba era en lo bueno que había sido, junto a lo triste de la situación.

Sin duda, esa criatura no merecía un padre como él, tampoco una madre como ella. Al menos no en ese momento.

Soltó un grito desgarrador enredada en ese lugar, quedándose allí unos largos minutos luego de cerrar la llave. Movió sus pies a la salida, envuelta en la toalla, tomando asiento en la cama.

Inspiró profundo, girando su cabeza para ver a su madre aparecer, recostada en el umbral.



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En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

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