Mi jefe, Andrew Barnett

5. Cicatrices.

Exhaló, viendo a la ventana donde la luz del sol entró, abrazándose mientras el suero se encargaba de cruzar cada parte desde sus venas, respirando apenas al soltar los sollozos donde se embargó, triste.

La desolación se hizo presente, dándole un apretujón en su pecho. Uno que dolía, ese que la estaba aniquilando al no poder evitar pasar sus manos allí, incómoda. Se inquietó, la extrañeza la hizo buscar un poco de aire, aunque no lo tuvo, por lo que removió los nudillos en ese sitio, haciendo fricción antes de incorporarse.

No quería nada, ni seguir sedada, necesitaba salir de allí lo más pronto posible. La única opción era escapar, aún si en unas horas podía irse a casa según las palabras del doctor, ella no deseaba pasar tiempo en ese espacio, lo tétrico pasaba por debajo de la puerta, la soledad, su cabeza yendo a mil por hora hasta aniquilarla.

¿Cómo lo paraba? ¿Cómo se detenían las cuestiones hechas en su cabeza? Apenas podía reconocerlas, darles algunas respuestas a medias, bailando junto a ellas las demás, esas que se hacía sola en casa, perdida en sí misma.

Cerró los ojos al sacarse la aguja del brazo, posando sus pies en el piso frío, tomando sus pertenencias en sus brazos en lo que corría por el pasillo lejos de allí. La máquina marcó su ausencia, no obstante, decidió continuar los pasos aún adolorida, escuchando murmullos tras ella.

—¡Seguridad!—El grito la envolvió en el pánico, decidida a escaparse, sintiéndose incompleta.

—Déjenla—escuchó a lo lejos, con ella bajando las escuelas al tiempo que los demás la dejaban seguir, pensando solo en apartarse de esa clínica, deseosa de unos brazos que la protegieran.

Y no cualquiera podría hacer eso, ni siquiera Joe lograría proveerle de calma, sino él. Ese hombre al que terminó por echar en medio de la negación, la idiotez envuelta en sus palabras, como si fuese lo que alguien necesitaba para vivir. No se trataba de ningún oxígeno, tampoco era indispensable, sino un punto en un mundo repleto de gente, pero quería que alguien la quisiera, tan solo un poco, tan solo para darle una mano si no la salvaba.

La salvación no estaba en nadie más que en ella, la cosa era que vivir en un ciclo repetido se hacía un vicio del que no lograría escapar. Se encontraba sola, perdida, no tenía a nadie a su lado, tampoco a su madre.

Ella podía ser tan buena como se lo propusiera e igual de mala si buscaban ese lado. Siempre había sido así, al final de todo, desde que se casó con su padre, tuvo un perfil más bajo en sus ambiciones.

Nunca fue fácil acostumbrarse al hecho de perderlo todo. A ese punto de estar sin nada, incluso sin vida.

—¡Cuidado!—La exclamación la redujo al suelo, siendo alejada de un vehículo que iba en su dirección, sin opción de detenerse.

Ambos cayeron en el pavimento, a lo que se levantó tan rápido como le fue posible, cohibiéndose al verlo.

—¿Sigue aquí?—Su voz se rompió.

—No sé qué pasa que no me puedo ir—declaró, acomodándose la ropa, viendo en dirección al móvil alejándose.

—Sáqueme de aquí—giró la vista hacia ella—. Necesito…—Tragó, observándola detenerse al querer vomitar—. Paz—musitó—. Quiero paz—Andrew la vio, liberando el aire al volver a ver hacia el lado por el que ese vehículo se largó, negando en lo que se acercaba a la rubia, alzándola en sus brazos.

La reacción de su cuerpo no pudo mostrarla. Lo que menos quiso fue expresar en frente la incomodidad que le daba el tener ese acercamiento tan íntimo e innecesario para sí, siendo para ella lo mejor al notar la protección causada por sus brazos, llevándola hacia el transporte. Colocó su cuerpo sobre el asiento trasero, conducido hacia el lado del piloto, interceptado por el médico quien la atendió.

—Tres días de reposo como mínimo, Andrew. Procura que esté cuerda, aquí están las pastillas que debe tomar y unos calmantes—elevó la bolsa, tomándola.

—¿Quién era la persona que manejaba ese jeep? El que iba a chocarla—recalcó.

—No lo sé—admitió—. Enviaré los videos de la cámara de seguridad a tu chofer. Así puedes investigar—abrió la puerta, entrando en el apartado.

—Gracias—lo miró—. Y gracias por no detenerla—el hombre en frente lo observó, asintiendo.

—Aunque tú no lo creas, te necesita—apartó la vista, encendiendo el motor—. Cuídala lo más que pueda.

—No—giró hacia él—. Solo tres días. Nada más y nada menos—afianzó—. Hace tiempo dejé de involucrarme. Ya no cometeré los mismos errores de siempre, no querré, ni amaré a nadie en esta vida. Si tengo que ser infeliz al lado de Alicia con tal de pagar por mi culpa del pasado, lo haré…

—¿Y si ella se vuelve otro demonio para ti?—Fijó sus ojos en él.

—Espero que si va a matarme, no falle—arrancó, dando reversa luego de dejarlo, comenzando a conducir.

Apretó el volante, pisando el acelerador sin faltar a las reglas, posicionado en dirección a esa casa a la que nadie conocía. Poco se sabía de ella, una de las favoritas de su madre a la hora de tomarse sus tiempos libres lejos del trabajo arduo con el que se lió la vida su padre, llevando esos pasos a cuesta.

Ahora más que nunca los tenía respirando contra su cuello, sumidos en el compromiso, fingir ser la pareja perfecta con tal de ocultar lo sucedido años atrás, ese robo, la ruina casi completa en la que se embarcaron por culpa de ella, de haberle entregado amor cuando ella solo se valía de la ambición.



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En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

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