Mi jefe, Andrew Barnett

7. Yo.

Tragó el nudo en su garganta, dejándose caer contra el suelo al encoger sus piernas, viendo el frente al estar sola después de haber salido. Pasó las manos por su rostro intentando quitar de sí la molestia en la que sintió sus ojos picar, aparte de la prisión contra ella al no poder sacar las lágrimas, consciente al aceptar que se lo merecía.

No había escuchado por cuenta propia, ¿por qué se atrevió a asumir algo como eso si podía ver el dolor en sus ojos aún si lo ocultaba de todas las formas posibles? Se trataba de lo mismo que observaba por años en los espejos donde se veía, ese espíritu muerto, sus ojos apagados al ver cómo la vida desaparecía de ellos, sin ganas de continuar bajo sus propios designios, sus pasos, el querer superarse.

En todo caso, se había arraigado a un calvario del que quizás no saldría nunca a las buenas, sino a las malas, pensando en todos los escenarios posibles si tan solo soltaba esas palabras, si pedía terminar la relación, envuelta en el miedo al no querer fundirse en él, aunque parecía ser una dosis necesaria de su vida.

Exhaló, atrapando sus piernas en lo que oía la puerta abrirse, viendo a otro lado. Se sentía culpable, ¿acaso no pensaba? ¿O por qué lo desafió de ese modo? Ese hombre parecía haber pasado el peor de los infiernos, no obstante, menospreció sus palabras, el reconocimiento al hablarle de la misma forma que cualquiera en una situación similar haría, llena de vergüenza.

Ni siquiera merecía acompañarla, le pareció absurdo saber que cocinó para los dos. Él no tenía que cuidarla, ni echarle una mano a pesar de pedirlo en ese espacio, desesperada, pensando en la tragedia vivida.

Si tan solo pudiese dejarlo pasar…

—Come, Ana—pasó por alto sus palabras, sumida en sí misma.

¿Cuánto tenía que rezar para salvarse? Salvarse de su mente, de los pensamientos al no evitar las memorias en las que estuvo ahí, casi deseando un milagro que jamás iba a ocurrir, pidiendo al cielo no volver a pasar por algo así en su vida, queriendo evitar cualquier cosa que le recordara lo descuidada que fue, el estatus tan bajo que tenía y de donde ninguno de los dos podría sostenerse.

Tal vez esa fue la mejor opción, siendo ese presente donde debía cuidarse.

—Sí atentó contra mí una vez—musitó, bajo, escuchándola apenas—. Estábamos peleando y yo le di una bofetada sin tanta fuerza, siempre he sido blanducha—burló—. No se lo tomó bien, pasé dos semanas en su casa esperando que mi labio y mi ojo se arreglaran para volver con mi madre—se dejó caer contra sus rodillas, girando a verlo—. Ella no lo sabe. No sabe su nivel de violencia, el cómo actúa.

—¿Por qué no?—se encogió, titubeando con la mirada.

—Piensa que es un chico rico que da todo por mí a pesar de haber sido rechazado por su familia. Lo apoya, conoce de su ira, aunque no de sus actos—comentó—. Lo quiere tanto que nos ve casados, creo que también quiere nietos—sonrió a medias.

—¿Y tú te quieres casar?—Ella bufó.

—No, no me quiero casar, Andrew—lo vio—. Quiero vivir, supongo, ser feliz a un lado de mi madre, trabajar por cuenta propia—encogió sus hombros—. Salir de ese infierno.

—Dime algo…—Lo detuvo, sabiendo por dónde iría.

—Sí, lo ha hecho. Anoche—murmuró—. Discutió conmigo, intenté decirle del embarazo y no escuchó, hasta que se cobró el hecho de haber llegado con usted en… —su pecho se desinfló—. Quizá no lo entiende.

—Más de lo que debería—acotó, mirándose el uno al otro—. Ven.

—¿Sí me vas a llevar a la casa?—Fijó sus ojos en ella, haciendo una mueca—. De acuerdo. —No tuvo más remedio que darle el frente, acomodada en su sitio al comenzar a comer de la pasta preparada, haciendo al silencio partícipe de ambos ante la velada que los envolvió.

Se sumió allí, callada, apenas emitiendo sonidos si acaso necesitaba un pequeño espacio para tragar o tomar un sorbo del vaso de jugo llevado hacia sí, deleitada en el sabor al mantener la prudencia, sin querer decir nada. Prefería eso a salir perjudicada de solo emitir alguna palabra, encargándose de llevar las pertenencias a la cocina en cuanto terminó, dándole privacidad luego de verlo concentrado en el teléfono.

Lo más probable era que se tratara de trabajo, lo supo cuando cerró la puerta con seguro, quedando sola en la sala; organizó las lozas en su sitio correspondiente, encaminada hacia las habitaciones al encontrar un cuarto de baño clausurado, mientras el apartado de huéspedes estaba repleto de recuerdos hechos prendas, una cama llena de cajas, aparte de notar el desastre hecho allí, pensando que eso llevaba mucho tiempo allí.

Y era cierto. Andrew había llevado sus cosas a esa casa luego de salir del infierno en el que convivió por tantos años, convirtiéndolo en su refugio antes de empezar de cero, dando pasos calculados al no querer fallar en nada, menos en su vida personal, echando a un lado el hecho de haber amado hasta el daño, uno que casi le cobra la vida.

Tomó asiento en la cama, encontrando un álbum de fotos, tomándolo en sus manos al tiempo que abría las primeras páginas, fija su vista al ver la felicidad emanada en cada parte de sus facciones, palpando la libertad en esa sonrisa casi mágica expuesta sobre sus labios, viendo a la mujer a su lado. Era hermosa, tanto que dolía, una castaña de ojos verdes, su piel bronceada, sosteniéndolo de los hombros casi haciendo referencia a una primera cita, pasando a la siguiente al verla con él, esta vez vestido de forma poco usual.



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En el texto hay: jefe, romance, empleada

Editado: 20.07.2021

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