—BASTIAN—
—Necesito un asistente, no más secretarias —digo con irritación, dejándome caer en el respaldo de la silla—. No soporto lo sensibles que son las mujeres que contratas para mí, Diane. A la primera llamada de atención que les hago ya están llorando o presentando su renuncia.
Al otro lado de la línea, Diane Collins, mi directora de Recursos Humanos, guarda un largo y tenso silencio.
—Comprendo, señor Ross —responde finalmente—. Comenzaré la búsqueda de candidatos más adecuados para el puesto. ¿Quiere que le envíe a alguien de nuestro personal temporal mientras tanto?
—No, gracias. Me las arreglaré solo hasta que consigas a alguien competente.
Escucho su leve suspiro, apenas perceptible, antes de que hable de nuevo.
—De acuerdo, me comunicaré con usted tan pronto tenga perfiles que se ajusten a sus requisitos. Y, señor Ross…
—¿Sí? —respondo, impaciente.
—Intentaré encontrar a alguien con un carácter más… resistente.
—Eso espero —respondo, cortando la llamada sin esperar más comentarios de su parte.
Me paso una mano por el cabello, sintiendo la tensión en mis hombros. Todo lo que pido es alguien que no huya ante la primera crítica. A veces parece una misión imposible en esta empresa.
De pronto, la puerta de mi oficina se abre de golpe. No necesito mirar para saber quién es; solo mi madre tendría la audacia de irrumpir así en mi espacio.
—Buenos días, mamá. ¿A qué debo el honor? —digo con tono monótono, sin apenas levantar la vista.
Ella avanza con paso firme, deteniéndose frente a mi escritorio. Su expresión es severa, y creo saber a qué se debe.
Anoche no fui a esa absurda cena con una de las hijas de sus amigas del club.
—Bastian, dime la verdad, hijo, ¿eres gay?
Suspiro y no puedo evitar poner los ojos en blanco. Me inclino hacia atrás en mi silla, tratando de mantener la calma.
—No, mamá. Ya te lo dije mil veces.
Ella se cruza de brazos, implacable.
—Entonces explícame por qué sigues rechazando a todas las chicas que te presento. No quiero sonar cruel, pero tus excusas ya no tienen sentido. Estoy preocupada por ti. Todo el mundo en mi club social tiene algo que decir sobre tu sexualidad y ya no sé cómo defenderte.
—Mamá —digo, dejando caer los brazos a los costados de la silla. Es agotador tener esta misma conversación una y otra vez—, no me interesan las citas que organizas para mí. Casarme no es una prioridad en mi vida. Tengo cosas mucho más importantes de las que ocuparme.
Ella se acerca un poco más, y veo en su rostro esa expresión de tristeza habitual que utiliza para intentar manipularme.
Es un viejo habito en ella.
—Bastian, soy tu madre y me preocupo por ti. No es normal que tengas treinta y dos años y nunca hayas tenido una novia. La gente empieza a hablar, y eso está incomodando a tu padre. Esto afecta nuestra imagen, tanto la tuya como la de la empresa. Todos los hijos mayores de nuestras amistades están casados, incluso algunos ya tienen hijos. ¿Qué pasa contigo? ¡No lo comprendo!
—Soy el líder de la mejor compañía de ciberseguridad del país —digo, arqueando una ceja en su dirección—. A los veintiséis gané el Premio Turing, el maldito Nobel de la informática. Pero tú y papá actúan como si fuera un fracasado tirado en la calle, que se pasa todo el día fumando crack, solo porque no me interesa perder mi tiempo escuchando las fascinantes conversaciones sobre zapatos de diseñador y vacaciones de ensueño de esas mujeres tan "perfectas" que quieres como nueras. ¿De verdad crees que voy a sentarme a hablar de sus fabulosas vidas cuando hay cosas mucho más importantes que hacer, como continuar creando tecnología que proteja a nuestros clientes y al país de ciberataques?
—¿Sabes, cariño? Estoy muy orgullosa de que hayas sido un joven prodigio en tecnología —dice, solemne—. Pero los años pasan, y no te estás haciendo más joven. Tu papá... él no estará aquí por mucho tiempo.
Siento un nudo en el estómago al escucharla. Niego, tratando de ahuyentar el malestar que me provoca pensar en mi padre y su cáncer.
—Mamá, no quiero hablar de eso…
—¿Realmente es tan difícil para ti darle esa paz y tranquilidad que necesita? —me interrumpe, con un tono suplicante que rara vez utiliza—. Él solo quiere verte asentar cabeza, Bastian. Saber que estarás bien, que tendrás una familia. Es lo único que le importa ahora.
Cierro los ojos un instante… comprendo su punto, claro que lo hago. También sé que intenta manipularme con la culpa, así que, mi mejor opción de momento es mantenerme firme, o esta situación terminará enloqueciéndome.
—Quiero que dejes de organizar esas ridículas citas a ciegas —le digo, mirándola directamente a los ojos.
Ella aprieta los labios, claramente molesta, pero logra mantener la compostura. Suelta un suspiro y me observa con ese aire de paciencia fingida que me exaspera.
—Solo quiero que encuentres a alguien que te haga feliz, corazón. Eres muy guapo y sé que las mujeres están a tus pies todo el tiempo, rondándote como moscas alrededor de la miel.