Mi Jefe Antirromántico

Capítulo 1. El hombre de los zapatos elegantes.

—TAYLOR—

Semanas antes…

—Lo siento, Tay, pero el negocio no da para más. Ya no podemos cubrir los gastos. El dueño del local quiere que desocupemos antes de que termine el mes.

Por un instante, olvido incluso cómo respirar.

Esta es la conversación que he estado evitando durante las últimas semanas.

Miro a Joe, mi jefe, mientras las lágrimas empiezan a nublar mis ojos. No puedo evitarlo. He trabajado aquí durante cinco largos años, y ahora, no tengo idea de qué voy a hacer.

Necesito este empleo, porque en serio necesito el dinero.

—Joe, debe haber alguna forma de atraer más clientes… quizás si cambiamos el menú otra vez —digo, tratando de sonar optimista, aunque en el fondo sé que estamos nadando contra corriente. Cada intento ha fracasado. Cada mes ha sido peor que el anterior.

Joe me observa con tristeza. Él es lo suficientemente mayor para retirarse. Tiene su pensión y a su esposa, Mary. Ellos estarán bien. Pero yo… yo no tengo ese lujo. Necesito este trabajo más de lo que quiero admitir.

—Ya lo intentamos todo, linda, y lo sabes.

El restaurante nunca estuvo en una buena ubicación, pero siempre me gustó trabajar aquí. Era un refugio, un lugar que estaba cerca de casa y donde conocía a todos los clientes habituales. Ahora, este pequeño rincón de estabilidad se desvanece, y con él, la poca paz que me quedaba.

—Lo siento, Tay, de verdad lo siento —repite Joe, con auténtica tristeza—. Mary y yo sabemos por todo lo que estás pasando, la deuda que te dejó tu padre y cuidar de Drake… Queremos darte algo de dinero para que puedas manejar los gastos hasta que encuentres otro trabajo.

Solo puedo asentir. Al fin y al cabo, ellos no tienen la culpa. Han sido muy comprensivos conmigo a lo largo de los últimos años.

De repente, el sonido de la campanita de la puerta rompe el tenso silencio, y veo a Drake entrar con su mochila al hombro y esa sonrisa que ilumina mi vida.

—¡Tay! ¡Ya llegué! ¡Hola, señor Joe!

Mi pequeño hermanito de ocho años —como siempre— llega al restaurante para almorzar después de clases. Seco rápidamente las lágrimas de mis mejillas, tratando de recomponerme. Joe, con una mirada de lástima que trata de ocultar, se levanta de su silla y le sonríe a Drake.

—¡Hola, campeón! ¿Listo para el mejor plato de albóndigas que hayas probado? —dice Joe, forzando una voz alegre.

Drake, ajeno a todo, asiente entusiasmado.

—¡Muchas gracias, señor Joe! —responde educadamente, sin saber que este ritual diario pronto desaparecerá de nuestras vidas.

Me pongo de pie, alisando mi mandil en el proceso, y lo observo mientras saca sus libros para revisar su tarea. Siento un nudo en el pecho de solo pensar en cómo nuestra poca estabilidad está a punto de irse al carajo. Tengo que encontrar una solución, y rápido.

Drake merece una vida normal, como la de cualquier otro niño.

—¡Hola, enano! ¿y mi abrazo?

Drake rueda los ojos, como siempre hace cuando me pongo empalagosa, pero baja de la silla y corre hacia mí, lanzándose a mis brazos.

Lo apretujo con fuerza, pero esta vez no quiero soltarlo, ya que de pronto me invade el dolor de sentirme como un completo fracaso.

Después de almorzar, Joe me entrega un sobre con mi paga. Me da un abrazo corto de despedida, cálido, pero lleno de compasión. Le devuelvo una pequeña sonrisa, intentando en vano disimular mi angustia.

—Es hora de irnos, Drake. Despídete del señor Joe.

Drake se despide con su entusiasmo habitual, y salimos del restaurante. Caminamos en silencio por la calle, su pequeña mano aferrada a la mía, hasta que de repente se detiene y me mira con el ceño fruncido. Drake siempre ha sido un niño muy inteligente, a veces demasiado para mi propio bien.

—¿Por qué estás triste, Tay? —me pregunta, con esos ojos que parecen leerme mejor que nadie.

—¿Luzco triste? —respondo, esbozando una sonrisa forzada que no logra engañar a nadie.

Él asiente, sin apartar la mirada.

—Te conozco, y eres una muy mala mentirosa.

—Oh… tienes razón…

Seguimos caminando en silencio mientras trato de encontrar las palabras correctas. Finalmente, decido que no tiene sentido ocultarle la verdad. Drake es mucho más fuerte de lo que aparenta. No porque sea un niño significa que deba subestimarlo. A mí me tocó madurar muy pronto, y aunque me duela, sé que él también tendrá que hacerlo.

—El señor Joe me dijo que el restaurante va a cerrar, y eso significa que ya no trabajaré ahí.

Él sigue caminando a mi lado, procesando lo que le digo con una calma que solo refuerza lo mucho que ha tenido que crecer antes de tiempo.

—No debes preocuparte tanto, eres joven y aunque me duela admitirlo, también eres muy bonita. Conseguirás un buen empleo pronto —dice, ofreciéndome una pequeña sonrisa optimista—. Además, aún tienes ese empleo limpiando oficinas.

Asiento, dejándome contagiar por su confianza.



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En el texto hay: romance, amor, falso compromiso

Editado: 21.11.2024

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