—TAYLOR—
Acceder al departamento de Recursos Humanos fue sorprendentemente fácil. Conocía cada rincón de este lugar por las veces que lo he limpiado, y ahora, con el preciado gafete en mis manos, cualquier puerta se abría como si estuviera destinada a cruzarla.
Aguardo en la sala de espera, rodeada de al menos una docena de personas. Todos lucen impecables, perfectamente preparados para sus entrevistas, con trajes elegantes y posturas que exudan confianza.
Yo, en cambio, siento que mi atuendo, aunque es el más formal que poseo, no está a la altura.
Es realmente intimidante.
Han pasado más de cuarenta minutos y aún no he visto al encargado de las entrevistas, ni siquiera tengo claro quién es. Solo he visto entrar y salir a los demás solicitantes con expresiones impasibles en sus rostros.
Mi nerviosismo crece, y decido que ya no puedo seguir esperando. Me levanto y camino hacia el escritorio de la secretaria, que revisa documentos con una calma que contrasta totalmente con mi ansiedad.
Respiro hondo, tragándome el nudo en la garganta, y fuerzo una sonrisa en mi rostro.
—Buenos días, ¿me podría decir quién está a cargo de las entrevistas? —pregunto, intentando sonar casual, aunque por dentro me siento como un manojo de nervios.
La secretaria levanta la vista, sus ojos calculadores recorriéndome de arriba a abajo.
—La directora, Diane Collins, está realizando las entrevistas personalmente —levanta una ceja perfectamente delineada—. Pero usted no ha registrado su llegada. ¿Cuál es su nombre?
Trago con fuerza.
—No... no tengo una cita. Me gustaría hablar con la directora, aunque solo sea unos minutos.
Su expresión se endurece al instante.
—Lo siento, pero eso no es posible. Todas las personas que ve aquí fueron convocadas para su entrevista. La etapa de reclutamiento ya terminó.
—¿Eso quiere decir que quienes no recibimos una llamada hemos sido rechazados? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
Ella asiente brevemente y vuelve a concentrarse en sus papeles.
—Así es.
Mi corazón se hunde, pero asiento, aunque ya ni siquiera me está mirando.
—Gracias... —murmuro, casi sin voz.
Siento las lágrimas acumulándose, así que, con la cabeza gacha, me dirijo al baño. Necesito un lugar donde pueda desahogarme, aunque sea por un momento.
Esta mierda es agotadora, y me está sobrepasando por completo.
Empujo la puerta del baño de mujeres y maldigo en voz baja mi mala suerte mientras entro.
—Supongo que esto fue todo… —susurro, mirando mi reflejo en el espejo con los ojos llenos de lágrimas—. Al menos lo intenté.
Entro a uno de los cubículos, más por costumbre que por necesidad, solo para sentarme un segundo y tratar de recomponerme. Pero antes de que pueda relajarme, escucho la puerta abrirse y las voces de un par de mujeres que entran, platicando muy tranquilamente.
Me quedo quieta, intentando no hacer ningún ruido. Lo último que quiero es salir de aquí con los ojos enrojecidos y la cara larga.
—¿Te enteraste del último chisme? —dice una de las mujeres, y su tono emocionado me hace arquear una ceja desde el cubículo—. El presidente despidió a su nueva secretaria en pleno lobby, con todo el mundo mirando.
—¿En serio? —responde la otra, con un tono que suena más aburrido que sorprendido—. No me extraña. No es la primera vez que hace algo así. Una vez despidió a una secretaria en la fiesta de fin de año, justo antes de dar su discurso.
—¿En la fiesta? ¡Qué horror! —la otra se ríe.
—Sí, porque la chica olvidó borrar algo del cronograma y él tuvo que improvisar. Fue un desastre. El tipo es un genio en números e informática, pero en relaciones sociales... es un completo fracaso.
Ambas ríen por lo bajo, al parecer, les resulta gracioso tener una suerte de tirano como jefe.
—¿Y crees que manden a alguien del personal para suplir a esa chica? —continúa una de ellas—. Dios, espero que no. Trabajar para él es como firmar una sentencia de muerte para tu carrera en este lugar.
—Pero pagan muy bien —responde la otra, con tono práctico.
—Obvio, es un trabajo de alto riesgo —ríe—. Pero ni todo el dinero del mundo me haría aceptar ese puesto. Solo una loca se atrevería.
Escucho sus carcajadas resonando en el lugar mientras sigo sentada en el cubículo, en completo silencio. Mi corazón comienza a latir más rápido. No sé si lo que acaban de decir me desanima aún más… o me da una idea.
Una idea muy loca…
¡Mierda!
Si alguien necesita ese empleo, soy yo. Y si alguien está preparada para esto, definitivamente soy yo.
Me gradué con honores de la universidad de los golpes de la vida, y créanme, el título no fue gratis.
Las escucho marcharse, y en cuanto la puerta se cierra, salgo del cubículo con mi currículum en mano. Me limpio rápidamente las lágrimas y respiro hondo.