—TAYLOR—
Me miro en el reflejo de la ventana y no puedo evitar sentirme rara. La ropa, el maquillaje... todo se ve increíble, pero sé que me llevará un tiempo acostumbrarme.
El señor Ross ha permanecido en silencio desde que dejamos el centro comercial, inmerso en sus pensamientos mientras el chofer nos lleva a su reunión.
Sin embargo, en cuanto llegamos a un imponente conjunto de oficinas en el centro de la ciudad, parece sacudirse esa quietud y enfocarse de inmediato en su siguiente tarea. Revisa el bolsillo del asiento del conductor y saca una Tablet. Me la entrega mientras mira su reloj, completamente listo para lo que sigue.
—Hoy nos reuniremos con James Harper, presidente de uno de los conglomerados más importantes del país, con sede en esta ciudad. Necesito que preste mucha atención y tome notas durante la reunión. Muy pronto su función será apoyarme en futuras negociaciones, ¿de acuerdo? —dice y yo asiento en respuesta.
Luego saca su celular y continúa sin apartar la vista de la pantalla.
—El señor Harper es un hombre de carácter complicado y bastante exigente, pero ha sido nuestro cliente durante los últimos dos años.
Asiento de inmediato, y no puedo evitar sentir como mi corazón se acelera. No quiero decepcionarlo, no en mi primer día real de trabajo, y menos con un cliente de este calibre.
Trago con fuerza y trato de reprimir mis nervios.
—Entendido, señor Ross —respondo, esforzándome por sonar lo más segura posible.
Pronto bajamos del vehículo y entramos en el edificio.
Al llegar al despacho del señor Harper, su asistente nos recibe con una cordialidad perfectamente calculada, acompañada de una sonrisa que parece haber sido ensayada mil veces.
Tomo nota, pues, pronto tendré que ser igual a ella para estar a la altura.
Siento un ligero nudo en el estómago al pensar en la importancia de esta reunión, pero me esfuerzo por seguir el ritmo de mi jefe, quien, como siempre, mantiene su calma inquebrantable.
Minutos más tarde, la puerta de la oficina se abre y aparece un hombre mayor, probablemente en sus sesenta. Su cabello castaño, ligeramente salpicado de canas, le da un aire muy distinguido, pero lo que realmente llama mi atención es la tristeza en sus ojos.
Reconozco a una persona triste en cuanto la veo. He pasado demasiado tiempo viendo esa misma tristeza reflejada en el espejo durante toda mi vida.
—Por favor, pasen —dice, extendiendo su mano hacia mi jefe.
El señor Ross le da un apretón de manos breve pero firme.
Luego me toca a mí, y me esfuerzo en esbozar una sonrisa que alcanza mis ojos.
—Buenos días, es un placer conocerlo —digo, intentando que mi voz suene lo más profesional posible—. Soy Taylor Wade, la secretaria del señor Ross.
El señor Harper me observa con detenimiento, como si viera algo familiar en mí, y luego esboza una leve sonrisa, cortés pero cálida.
—El gusto es mío, señorita Wade —responde.
Le echo un vistazo a mi jefe, y noto que parece sorprendido por la inesperada calidez del señor Harper.
Nos invita a tomar asiento en su elegante despacho, amplio y minimalista. Aunque el espacio es bastante sobrio, tiene un ambiente agradable.
Me siento junto al señor Ross, mientras hago mi mejor esfuerzo por disimular mis nervios de novata, por suerte, ambos comienzan a hablar de negocios apenas toman asiento, y yo me concentro en tomar notas. El ambiente es un poco tenso, con los dos hombres intercambiando ideas y cifras como si estuvieran jugando una partida de ajedrez.
Admito que incluso es un tanto emocionante.
Pronto llega la hora del almuerzo, y el señor Harper nos invita a pasar a una mesa para cuatro personas, ubicada junto a un gran ventanal con vistas impresionantes de la ciudad. Mientras nos dirigimos hacia la mesa, aprovecho para observar cada detalle a mi alrededor.
Un par de retratos adornan las paredes, pero uno en particular, justo frente a donde nos sentamos el señor Ross y yo, capta mi atención. Es una fotografía familiar del señor Harper, mucho más joven, sonriendo junto a una mujer y una niña de cabello oscuro y grandes ojos verdes, que supongo debe ser su hija.
Poco después, la asistente del señor Harper entra acompañada de dos meseros que traen el almuerzo.
Me siento aliviada al ver que no es un platillo extravagante, solo un jugoso filete acompañado de una ensalada.
—Espero que disfruten la comida —dice el señor Harper, esbozando una sonrisa educada.
—Gracias —responde mi jefe con su tono habitual, siempre controlado.
—Muchas gracias, se ve delicioso —digo sinceramente.
El señor Harper me observa por un instante antes de asentir y devolverme la sonrisa.
—Eres joven —dice, repentinamente, con un tono curioso—. ¿Cuántos años tienes?
Miro al señor Ross de reojo por un segundo, no muy segura de sí debería entablar una conversación personal con el cliente, pero finalmente respondo.