—TAYLOR—
Miro la hora en mi computadora, pronto serán las seis y media. El señor Ross me pidió que llegara un poco antes hoy, así que aprovecho para organizar mi escritorio mientras espero.
Hace tiempo que no me sentía tan tranquila, como si el simple hecho de conocer un poco más a mi jefe hubiera aliviado parte de la tensión que cargaba sobre mis hombros.
Algo ha cambiado, y aunque no puedo explicarlo del todo, lo siento.
En este momento, mi mayor propósito es ganarme su confianza y lograr que se sienta cómodo con todo este lío que ha creado a espaldas de su familia. Sé que él puede mejorar, y aunque no lo diría en voz alta, espero que mi apoyo y amistad llegue a significar algo para él.
Anoche, después de nuestra cena, el señor Ross me llevó a casa. Aunque no dijo nada sobre el vecindario, pude notar cómo observaba todo con atención. Finalmente, me preguntó si estaba en mis planes alquilar un departamento en otro lugar.
Le respondí que lo estoy considerando, porque quiero dejar de incomodar a mi tía.
A pesar de que las cosas en casa siguen siendo un poco tensas, al menos, el otro día, ella aceptó la comida China que compré.
Mi tía cenó frente al televisor, mientras Drake y yo comimos juntos en la mesa de la cocina. Para mí fue un pequeño avance, supongo, pero sigue sintiéndose como si estuviéramos viviendo con una pared invisible entre nosotros y pienso que eso no es sano para ninguno de los tres.
El ascensor se detiene en el piso de presidencia y, como cada mañana, el señor Ross emerge de él, impecable, tan elegante como siempre. Hoy lleva un abrigo blanco sobre un traje azul marino que parece hecho a la medida.
No puedo evitar sonreír al verlo. Aunque mantiene su expresión seria durante todo el trayecto hacia mi escritorio, noto que, al llegar, me devuelve una pequeña sonrisa, apenas perceptible, pero está ahí.
—Buenos días, señor Ross, ¿cómo amaneció? —le pregunto, con toda la energía que me dejó el café de esta mañana.
—Buenos días, Taylor. Muy bien, ¿y tú?
—¡De maravilla! —respondo, con sinceridad—. Vine temprano como me pidió, ¿ahora sí me dirá por qué?
Entrecierro los ojos con una sonrisa de lado, fingiendo suspicacia.
—Anoche mi abogado me envió el perfil que ha estado preparando para ti —comienza, mientras saca su teléfono del bolsillo—. Lo adaptó según algunos detalles que le conté. Te mandaré el documento por correo; léelo con atención y, si tienes alguna duda, consúltamela.
Asiento de inmediato, recordando que su abogado dijo que prepararía una historia detallada sobre mi pasado, para cubrir cualquier pregunta que su familia o conocidos pudieran hacerme.
—Lo revisaré tan pronto me llegue —le aseguro.
Él asiente y se dirige a su oficina con esa postura tan rígida y formal, que me hace preguntarme si el señor Ross alguna vez ha bailado en su vida. No puedo evitar sonreír tontamente al imaginarlo en la pista de baile, un poco ebrio y desinhibido.
—Sería lindo verlo divertirse… —suspiro.
¿Le gustará la cerveza? Tiene pinta de ser alguien que la rechazaría, quizás prefiera un buen whisky. Me río sola, pensando en qué tipo de borracho sería.
¿Empalagoso? No, eso no encaja.
Probablemente, sería un borracho silencioso, callado, tal vez aún más serio de lo que ya es... o sombrío, como si el alcohol lo hiciera aún más impenetrable.
Me estremezco al imaginarlo, pero la idea sigue sonando interesante.
El teléfono suena, es la línea de presidencia.
—Dígame, ¿en qué puedo ayudarlo? —respondo con mi voz profesional.
Al otro lado, el señor Ross deja escapar un suspiro, uno de esos que parece llevar el peso del mundo encima.
—Ven, te necesito aquí —dice, con su voz profunda de siempre. Pero, por un segundo, mi cerebro parece hacer cortocircuito.
—¿Perdón?
—Que vengas a mi oficina, Taylor.
—Okey... como usted diga.
¿Qué carajos fue eso, cerebro?
Tan pronto cuelgo, me levanto de prisa y corro hasta su puerta. Golpeo dos veces, y entro.
La imagen que me recibe al cruzar el umbral me deja un poco sin aliento; el señor Ross está sin su abrigo, corbata ni saco. Su camisa está arremangada hasta los codos, y está claro que está listo para un largo día de trabajo. Pero lo que realmente me impacta es ver sus brazos por primera vez; Fuertes y definidos…
Jamás lo había visto así, y no puedo evitar pensar que parece un auténtico Dios griego. Trago saliva, intentando concentrarme en lo que sea que necesita, pero su presencia es... abrumadora.
—Ayer estuve investigando —dice mientras se pone de pie. Rodea su escritorio con calma, aunque su postura sigue siendo tensa.
Se detiene justo frente a mí, su figura es… vaya, tan alta y fuerte, me obliga a tragar saliva por segunda vez.
El cosquilleo en mi estómago me recuerda que no debería estar pensando en él de esta manera, y rápidamente trato de enfocarme. Pero es imposible no notar lo cerca que está. Entonces, me ofrece sus manos.