—TAYLOR—
—¿Tienes una cita? —me pregunta Drake con los brazos cruzados en cuanto me ve salir del baño usando el bonito vestido celeste pastel que el señor Ross me obsequió para esta ocasión especial.
—¿Una cita? ¡No! ¿Por qué dices eso?
—Es domingo y andas muy arreglada. Mira ese vestido, definitivamente vas a una cita —dice, negando con severidad.
—No es una cita, Drake, te lo puedo asegurar.
Mi hermanito, aún poco convencido, toma su maleta y empieza a sacar sus cuadernos y libros un poco fastidiado con la idea de que lo deje solo un domingo para irme con mi supuesto novio.
—Como sea, espero que regreses temprano y me presentes a ese sujeto—bufa y se deja caer en su silla.
No puedo evitar soltar una carcajada al ver cuán malhumorado está el pequeño hombrecito de mi vida.
—Drake, mi jefe vendrá por mí para una reunión importante a la que quiere que lo acompañe. Él no es mi novio, ni lo será en las siguientes diez vidas —suspiro con desdén, siendo totalmente honesta.
El señor Ross es tan inalcanzable como una superestrella de Hollywood, así que mi enanito celoso puede estar tranquilo.
—Ajaaaa, como digas —responde Drake, volteándose hacia mi con el ceño fruncido—. Solo asegúrate que ese tipo no tenga caca en la cabeza.
Asiento con una sonrisa tonta en los labios.
—Ese no es el caso, pero lo tendré en cuenta, y te prometo que cuando conozca a esa persona especial, serás el primero en conocerlo. Necesito tu aprobación, antes que nada.
Finalmente, más tranquilo, él asiente y comienza con sus tareas.
Me siento en la cama y tomo el espejo para retocar mi maquillaje.
Los nervios me tienen inquieta, y sinceramente, no sé cómo voy a manejar la situación cuando llegue el momento de enfrentar a la familia del señor Ross. Al menos compré una botella de vino bastante cara para no llegar al almuerzo con las manos vacías. Espero que sea un buen obsequio para su madre.
Media hora más tarde, recibo un mensaje del señor Ross, informándome que ya está estacionado afuera. Tomo mi cartera, la bolsa de papel con la botella de vino, y me acerco a mi hermanito para darle un beso en la frente.
—Es solo un almuerzo. Estaré de vuelta a las seis. Dejé comida en el refri, solo caliéntala —le digo rápidamente mientras salgo.
Él asiente, mientras trabaja en sus deberes.
Al salir de casa, no puedo evitar echar un vistazo a la ventana del segundo piso, donde veo a Drake asomado, con los ojos como platos, impresionado por el auto deportivo que está conduciendo el señor Ross.
Le hago señas para que deje de espiar, pero él solo me saca la lengua juguetonamente.
Subo al auto, y mi jefe, impecablemente vestido como siempre, me lanza una mirada con una ceja arqueada.
—¿Ese niño es tu hermano? —pregunta, echando un vistazo hacia la ventana donde Drake sigue saludando enérgicamente.
—Sí, ignóralo antes de que decida bajar y te haga un interrogatorio —respondo.
El señor Ross asiente, no sin antes echarle una última mirada al metiche de mi hermano.
—De acuerdo, ¿estás lista?
—Tan lista como se puede estar en una situación como esta —admito con una sonrisa nerviosa.
—¿Te gustó el vestido?
—Sí, mucho. Es muy bonito, gracias —le digo sinceramente.
—Cuando lo vi en la tienda, pensé que sería apropiado para este almuerzo con mi familia —comenta, y no puedo evitar estar de acuerdo.
Me veo como la novia perfecta, lista para conocer a sus futuros suegros por primera vez.
—Por cierto, traje una botella de vino, ¿usted bebe? —pregunto, aprovechando la ocasión perfecta para saciar mi curiosidad.
—No bebo alcohol, pero mi familia sí. Así que, buen detalle —responde, mientras pone en marcha el auto.
El viaje comienza y, aunque intento parecer tranquila, no puedo evitar que mi mente corra a mil por hora.
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—Dame tu mano —dice mi jefe mientras esperamos frente a la imponente puerta principal de la mansión familiar. Obedezco, tomando su mano justo cuando la puerta se abre.
La persona que nos recibe nos mira con desconcierto al principio, pero al bajar la vista y ver nuestras manos entrelazadas, su expresión se transforma en pura incredulidad.
—¿Quéeeeeeé? —suelta una carcajada, llevándose la mano a la boca mientras ríe sin poder contenerse—. ¡Esto debe ser una broma! ¿Quién eres tú?
Los ojos de la joven mujer, de un azul intenso, me escudriñan mientras sigue riendo. Me quedo inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Miro a mi jefe en busca de alguna señal, pero lo único que noto es cómo su mandíbula se tensa visiblemente.
—Alice, ¿no crees que estás siendo grosera con mi invitada? —pregunta él, con ese tono bajo y controlado que ya conozco bien.
—¡Lo siento! —responde Alice, haciendo un gesto exagerado mientras intenta contener la risa, aunque sus ojos todavía brillan de diversión—. No quise ser grosera, de verdad.