Mi jefe es mi amigo secreto

Capítulo tres: "Tregua navideña"

Koa le agradeció a lucero por ofrecerse de voluntaria para preparar la cena. 

 

¿Cuándo piensas venir a mostrarme las nuevas ubicaciones de rodaje?

 

Resopló al leer el mensaje de Allan. Había millones de personas dispuestas a dar cualquier cosa por su número. Ella solo quería que se esfumara de sus contactos.

 

Estaré allí en veinte minutos.

 

Dile a Víctor que te traiga hasta aquí. No hay tiempo qué perder.

 

Ni timpi qui pirdir. Debería regalarte una bolsa de carbón por ser un completo—

—¡Lucero! —Víctor entró a la cocina, apresurado—. El jefe me ha pedido que te lleve a su casa. Deja ese cerdo en salsa de barbacoa y vamos de inmediato.

—Aguarda, Koa me ha dado una caja de adornos navideños para decorar mi habitación de hotel.

—Date prisa.

El señor Koa le dio dos cajas llenas de bambalinas y luces de navidad. Lucero le había hablado de su permanencia en el hotel durante las fiestas debido a su trabajo y él pareció compadecerse de ella.

—Así, cuando tu familia te llame no se sentirán tan tristes por tenerte lejos —le había dicho el hombre.

Estaba preocupada. Solo le quedaba un día para Nochebuena y el intercambio de regalos y aún no tenía un obsequio para Allan.

—¿Por qué no lo intentas persuadir mientras trabajas con él esta noche? También puedes ver a su alrededor y analizar qué puede gustarle —le sugirió Víctor.

—Allan es más cerrado que una almeja viva. No va a decirme nada. Menos a mí.

—Inténtalo. Eres buena sabiendo lo que las personas realmente quieren.

—¿Te pondrás como la directora?

—Hablo en serio. Eres muy observadora y analítica. Siempre das en el clavo con el deseo de las personas. Te jactas todo el tiempo de ese don.

—Con Allan siempre ha sido diferente…

Bajó las cajas del auto una vez que llegaron. Víctor insistió en buscarla después de que terminara, pero le aseguró que no hacía falta. 

Tocó el timbre y esperó, perezosa.

—Está abierto —escucharon en el interior.

Lucero abrió y le cedió el paso a Víctor para que ingresara las cajas. Allan estaba sentado en el sillón, leyendo algunos papeles.

—Puedes retirarte, Victor —dictaminó, sin mirarlos.

—Sí, jefe —antes de marcharse, moduló un «suerte» para Lucero.

—Tú toma asiento y muéstrame las nuevas ubicaciones. —La peli naranja hizo lo que le pidió y dejó las carpetas sobre la mesa de cristal que los separaba.

 Allan abrió una de las carpetas y comenzó a leer. Mientras, ella se dispuso al análisis de su alrededor. De inmediato, se dio cuenta de que el mirar y analizar el entorno de Allan no funcionaría. De no ser por los muebles, la casa estaría vacía. No había fotografías o adornos. Los tonos grises y blancos predominaban.

»¿Es una nueva peluca?

—¿Cómo? —preguntó, aturdida por su repentina pregunta. Él seguía sin mirarla—. Sí. Estaba en oferta. Había una que—

—No me importa.

—Claro.

Silencio. Volvió a mirar todo lo que la rodeaba. Frunció el ceño al notar un bulto en una esquina. Era un arbolito desarmado en el piso. Se puso de pie y se acercó.

—¿Qué haces?

—¿Por qué no lo has armado? Rompe con toda la armonía de la sala al tenerlo así.

—Lo trajo Harper —respondió, refiriéndose a su agente—. Quiso que lo pusiera, pero no tengo ninguna intención de armarlo. ¿Para qué?

—¿Cómo que «para qué»? ¡No hay ni un calcetín sucio en la chimenea! 

—¿Por qué decorar en una fecha que me da igual? No perderé mi tiempo.

—Por suerte tengo unas decoraciones aquí. Las pondré. Este lugar necesita más afecto navideño que mi habitación de hotel. Al menos allí hay un gorro de navidad guindado en la puerta.

Comenzó a sacar los accesorios. No tenía muchos. Buscó en internet algunas cosas que hacer con las cartulinas escarchadas que estaban en la caja y comenzó a hacer angelitos, sin dejar de tararear las canciones navideñas que había puesto en su teléfono. Todo eso, bajo los disimulados vistazos de Allan. 

Mientras decoraba, se percató de una pequeña montaña de regalos que había debajo de las escaleras que daban a las habitaciones. 

¿Todo eso eran obsequios?

—Me lo envían mis fans —comentó Allan, respondiendo a sus pensamientos.

Lucero se quedó patidifusa. Allí había hasta una motocicleta envuelta.

—¿Puedo verlos?

—Haz lo que quieras, con tal de que no los destroces.

Asintió. Tragó grueso y caminó hacia las escaleras. Abrió la primera caja que le llamó la atención. Era pequeña y estaba forrada con pequeñas caras de Allan. 

«Debe ser un regalo económico si está forrado así»

De ser de esa manera, no tendría que mortificarse por darle un regalo sencillo.

—Bendito sea.

Dentro de la caja estaban las llaves de un auto. 

Abrió otro de los regalos. Una caja mediana. Se lamentó internamente al ver que se trataba de una caja llena de lujosos broches de traje de vestir, posiblemente de oro. Cada regalo que abrí, solo le desanimaba más. 

—¿Terminaste de husmear?

—Sí. Mejor continuaré decorando…

—¿Por qué te empeñas en decorar? Nadie vendrá a esta casa. Todos estaremos trabajando en Nochebuena.

—Las casas también tienen derecho a vestirse de gala de vez en cuando. Navidad es la ocasión idónea.

—No entiendo por qué la gente muere por navidad. Trabajan durante todo el año para endeudarse este mes y empezar el año sin una moneda en el bolsillo. Celebran bajo la excusa de la unión familiar, pero apenas y se soportan en la cena.

—Tienes razón. La navidad apesta —concordó, sonriente.

—¿Eso fue sarcasmo?

—No. Creo que tienes razón en lo que dices. La navidad es solo un invento capitalista para ganar mucho dinero. Oh, cómo ganábamos dinero mi familia y yo durante la navidad. Preparábamos platos, vendíamos ropas y electrodomésticos y en enero, ¡disfrutábamos la bonanza! —sonrió, melancólica—. Eran buenos tiempos… 




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