Mi jefe es mi amigo secreto

Capítulo cuatro: "Plan: la tercera es la vencida"

De haber escogido otro camino, quizá todo hubiese sido diferente. El problema era que nunca había visto otro rumbo más que ese. Calle y Drogas. 

El gobierno lo había recogido cuando parecía ser demasiado tarde para él. Creyó que moriría y cuando no lo hizo en el hospital por todo lo que traía en las venas, creyó que lo dejarían morir. ¿Quién quería pagar impuestos para ayudar a alguien que no se cuidó a sí mismo?

Posiblemente, fueron las fechas las que lo hicieron benevolentes. Sin embargo, él sabía que en fechas como esas las personas eran incluso más despiadadas que cualquier otro día del año. 

Pero no ella.

—Caín.

Volvió a posar su cabeza en la almohada al escucharla canturreando su nombre. 

—¿Trajiste las galletas?

—Primero debes tomar tus medicamentos.

—No las necesito.

—Entonces no comerás galletas.

—¡No sea necia!

—¡Tú no seas necio! —replicó ella, poniéndose a un lado de la cama. Lo ayudó a levantarse y colocó la palma de su mano con las pastillas cerca de su boca. Él presionó sus labios—. No habrá galletas.

Resopló. Había recuperado algo de peso y su apetito había despertado. Abrió la boca de mala gana. 

—¿Tienes familia, Caín? 

Él negó, arrebatándole la cuchara de la mano. Detestaba que ella le diera la comida. A pesar de que no podía mover su mano derecha, no le gustaba sentirse como un inútil. Ella lo sabía, por eso siempre le permitía hacer las cosas que estuviera a su alcance. Luego cortó las uñas de sus manos, tarareando canciones y hablando sin parar. 

La observó detenidamente, siempre lo hacía cuando ella lo aseaba. Tenía unas mejillas regordetas y una nariz pequeña. No debía pasar de veinte años. De todas las chicas que allí trabajaban, ella parecía la única que disfrutaba incluso cambiarle el pañal. No solo era atento con él, también lo era con el resto de los pacientes.

—Esta navidad no podré pasarla con mi familia porque tendré que trabajar aquí , pero al menos nos haremos compañía, ¿no lo crees, Caín?

Compañía…

Sonrió.

 

 

—Tal vez deberías rendirte y aceptar tu muerte social. —Lucero se tiró en la cama y suspiró. Dulce se sentó a su lado y sujetó su mano para curarla—. No puedo creer que te haya corrido de la casa con esta herida. Es muy profunda. Deberíamos ir al hospital.

—No podemos ir al hospital. Tenemos mucho trabajo hoy. Además, es el intercambio de regalos y aún no sé qué podría darle.

—Deberías dejar de esforzarte por darle un regalo. Solo el mismísimo Santa Claus podría darle el regalo idóneo a ese hombre.

—¡Eso es!

—¿Qué?

—Tengo un plan.

—Por Dios, ya basta de tus planes. Tienes menos de ocho horas para conseguir un regalo. Es casi imposible que lo logres.

—Cree por un momento en el espíritu de la navidad. Solo necesito una barba, una peluca y una almohada.

☆☆☆☆

—Dios mío, ¿qué pasó aquí?

Harper, su agente, miró horrorizado el árbol destrozado en el suelo. Allan bajó de las escaleras y abotonó su camisa playera, indiferente.

—Manda a alguien a limpiar este desastre, por favor. 

Harper se agachó y observó preocupado las gotas de sangre en el cristal.

—¿Te lastimaste? 

—No fue nada.

—No lo creo. La sangre no es tan poca como para considerarla una herida leve. Debió ser muy profunda.

Allan tragó grueso. Miró la sangre, preocupado. Endureció su gesto.

—No fui yo quien se cortó. Fue la asistente de dirección. Dejó caer la estrella de cristal y se lastimó.

—Santo cielo, ¿fue al hospital?

—Yo qué sé. Nadie la mandó a decorar el árbol. De seguro lo hizo con segundas intenciones…

—¿Por qué te comportas de esa forma con ella?

—Sabes la razón. Esa mujer es una bomba de tiempo. En cualquier momento podría explotar, contarle a alguien mi secreto y arruinar por completo mi imagen y mi carrera.

—Lucero no parece esa clase de persona.

—Nadie lo parece.

—Ella cuidó de ti cuando nadie te conocía.

—Le pagaron para hacerlo.

—A muchas personas le pagan para cuidar personas, pero nadie paga para darles afecto desinteresado. Sé que tienes miedo de que ella arruine la vida que has construido, pero deberías darle un voto de confianza. 

—¡Hizo viral una foto mía sacándome un calzón!

—Fue un accidente.

—¡Perjudicó mi imagen!

—Te he dicho varias veces que te asegures de que no haya nadie cuando vayas a sacarte los calzones, rascarte los testículos o sacarte los mocos. Debes ser más cuidadoso. Lucero es la pupila de la directora Jenkins y ella es una excelente mujer. Yo creo que es de fiar ¿Por qué no te puedes dar la oportunidad de creer lo mismo?

—Porque nadie es tan bueno. Tarde o temprano querrá aprovecharse de mi fama y dinero. Ya lo verás.

—Considero que no te preocupa que ella pueda divulgar tu condición médica o tu pasado. Más bien, te perturba el hecho de volver a ver a la persona por la que, en algún momento, sentiste apego y realmente temes que lo que afirmas sobre ella, en algún momento, se cumpla.

—¿Por qué supones que sentiría algo así?

—Porque ella te brindó afecto.

 Esbozó una sonrisa burlona.

—¿Por qué me importaría el afecto de una persona como ella cuando tengo a millones de personas que me lo dan ciegamente y sin reflexionar? —cuestionó con soberbia—. Antes pasaba las navidades solo. Ahora las personas pelean para pasarla conmigo. No me interesa esa mujer. Lo único que me preocupa, es mi propia vida —sentenció—. Vámonos ahora.

☆☆☆☆

Lucero se estaba comiendo un helado de fresa mientras estaba sentada en una de las bancas de la playa. 

Pegó un salto al ver a Allan y al señor Harper salir por la salida trasera de la residencia. El actor tenía una capucha y una gorra puesta, además de una mascarilla. 




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