Mi jefe es mi amigo secreto

Capítulo cinco: "Extraño y maravilloso"

Después de ir a una tienda y envolver el regalo, pidió un taxi para llegar al hotel. Al entrar al recibidor, vio a todo el equipo de trabajo reunido. Por sus sonrisas, intuyó que su despido aún no era oficial. 

Víctor, Dulce y Gerard la miraron a ella y a la caja de regalos, boquiabiertos.

—Eres valiente, hermana. 

—¿Qué le compraste? ¿Es muy costoso? 

—¿Endeudaste la tarjeta? 

—Ya lo verán.

El recibidor era un caos. Guardaron silencio al ver a la directora y los productores ingresar. Allan puso su atención en Lucero. La miró, severo. La castaña no se inmutó y lo ignoró. Eso le afectó. También le afectó el hecho de verla sin pelucas. No podía saber qué era lo que tramaba o lo que pasaba por su cabeza.

Todos se dirigieron a un pequeño salón del hotel. El semblante de Allan fue deslumbrante y cordial todo el tiempo.

Unos daban más que otros. Las risas y los murmullos se levantaban con cada regalo. La pequeña ruleta que habían puesto señaló el nombre de Lucero. Tembló.

—Lu, es tu turno. ¿Quién es tu amigo secreto?

Guardaron silencio. Presionó el regalo entre sus manos. 

—Mi amigo secreto… —Sus ojos se posaron en Allan. La sonrisa del actor se tambaleó al verla levantarse e ir hacia él.

—No tiene idea de todos los planes locos que Lu hizo para averiguar qué regalo quería para navidad — le comentó Víctor, sonriente.

—¿No eras tú?

—No. Ella me pidió que le dijera eso… Realmente quería encontrar el regalo perfecto para usted. 

Su corazón se aceleró. Tragó grueso. Lucero no se había cambiado el atuendo del santa hawaiano. Su cabello castaño estaba suelto y caía como una cascada sobre sus hombros. 

Contuvo el aliento cuando la tuvo frente a él, a tan solo dos pasos de distancia. 

Lucero le tendió el regalo. Él lo tomó, turbado.

—¡Que lo abra, que lo abra, que lo abra! —gritaron al unísono.

Allan lo hizo, ocultando su ansiedad. Retiró con sumo cuidado el papel de regalo sin rasgarlo. Abrió la caja blanca y se quedó mirando el interior sin moverse ni un ápice. Algunos no pudieron con la intriga y asomaron sus cabezas. Víctor frunció el ceño.

—Un… ¿corta uñas y un corta cutículas?

Todos la observaron, ojipláticos. 

—Un cortaúñas con todas sus herramientas es lo más útil que encontrarán en sus vidas —explicó Lucero—. Créanme, cuando tengan un uñero, comprenderán lo que digo. Es indispensable.

—¿Cómo pudo darle eso?

—¿Está loca?

—Pero qué tacaña.

—¿Es una broma de mal gusto?

—¿Qué falta de respeto?

Los comentarios no se hicieron esperar. Cayeron sobre ella sin contemplación alguna. Allan sacó otra cosa del interior de la caja, ensimismado.

—Aguarden. Hay algo más —comentó Dulce, esperanzada de que su amiga no se hubiese lanzado la soga al cuello con un cortaúñas de regalo. Su esperanza se esfumó al ver de qué se trataba—. ¿Galletas navideñas?

Allan alzó la mirada. Lucero le sonrió, triste.

—Feliz navidad.

Se marchó, sin esperar a su amigo secreto. La directora Jenkins fue tras ella. El resto no dejó de murmurar, criticar y burlarse del regalo que Lucero le había dado a Allan. Sin embargo, él seguía observando la caja de galletas. 

La velada continuó como si nada. 

Esa noche recibió incontables regalos, mucho más costosos y lujosos que los de la castaña. Aun así, no pudo sacarla de la cabeza.

 

—¡Caín! —Lucero ingresó al cuarto de un salto. Tenía dos gorros de navidad. Se puso uno y el otro se lo colocó a él en la cabeza—. ¡Feliz navidad!

Él bufó, intentó volver a recostarse, pero ella no lo permitió.

—Quiero dormir.

—Primero, abre tu regalo.

—¿Me trajiste un regalo?

—Te lo hice. A todos, de hecho —sacó de sus bolsillos unos guantes tejidos y una bufanda—. Aún no me pagan, así que no pude hacer mucho. Mi madre me enseñó un poco. Hice lo que pude —dijo. Él se colocó los guantes. Frunció el ceño al ver que solo cubría cuatro dedos—. Sí, olvidé los pulgares. Será para la próxima, ¡pero la bufanda sí quedó brutal!

Lucero enrolló la bufanda alrededor de su cuello. La bufada tenía un dibujo del monstruo come galletas. Aplaudió emocionada al verlo. Unas lágrimas traicioneras salieron de su rostro. No le gustó verla así.

—¿Por qué lloras?

—Me gustaría obsequiarles algo mejor. Prometo que te daré lo que quieras la próxima vez ¿Qué es lo que deseas para la próxima navidad?

—Una caja de galletas.

—Qué sorpresa —bromeó—. Prometo obsequiarte muchas cajas, Caín.

—Feliz navidad, Lu.

—Feliz navidad, Caín.

Sonrió al verla sonreír. Lucero era el único brillo que le animaba a despertar cada mañana. Por esa razón, lo que realmente deseaba para la navidad no era una caja de galletas…

Deseaba volver a ver esa sonrisa.

Tener su compañía.

 

Deslizó sus dedos por la caja. El salón estaba lleno. Aun así, él se sintió desolado.

«¡Me despides solo porque no puedes soportar que sea parte de tu pasado! ¡Pues déjame decirte que yo también deseo con todas mis fuerzas que tú no seas parte del mío!»

El señor Harper se sentó a su lado y palmeó su espalda.

—Puede que existan un millón de personas haciendo fila para darles obsequios y afecto a Allan Spencer, pero solo una entregó el suyo desinteresadamente a Caín Makai, hace muchos años, una nochebuena… Feliz navidad…

Lucero empacó sus maletas, presa en llanto. La directora Jenkins le tocó la puerta varias veces, al igual que sus compañeros más cercanos. Se negó a abrir. No quería ver a nadie. Tenía el corazón y los sueños destrozados. 

¿Qué había hecho mal para merecer esa terrible fortuna?

Su único pecado fue pertenecer al pasado de ese hombre.

Abrió la puerta, encontrándose con la directora.

—No te puedes ir así. Él no puede despedirte porque fui yo quien te contrató. No permitas que se salga con la suya —dijo, siguiéndola.




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