La entrevista más desastrosa del mundo
Las entrevistas de trabajo deberían venir con advertencias:
Cuidado, puede terminar contratada por un hombre que arruinará tu paz mental.
Ese hombre, por cierto, está sentado frente a mí.
Traje negro impecable. Reloj de oro. Expresión de “no tengo tiempo para tus excusas”.
Y ojos grises. No celestes, no azules… grises. Como una tormenta lista para soltar truenos.
Yo, Savannah Jhonson, 25 años, medio francesa, medio española, completamente nerviosa, intento no morir aplastada por su mirada.
—Señorita Jhonson —dice él, sin levantar la vista del currículum—, ¿sabe que llegó tarde?
—Dos minutos —corrijo, con una sonrisa que no siento.
—Dos minutos que ya me hicieron perder la paciencia.
Perfecto. Primeros treinta segundos y ya me quiere despedir antes de contratarme.
—El ascensor se quedó atrapado entre pisos —explico, tratando de sonar profesional—. Tuve que subir por las escaleras.
—¿Y por qué no vino antes, previendo un imprevisto?
—¿Y cómo se prevé un ascensor loco? ¿Trayendo una cuerda y escalando la fachada?
Sus cejas se arquean. Ups.
Bien, Savannah, felicidades. Estás a un comentario de arruinar tu entrevista más importante.
Adrien Davido Ferrari deja los papeles sobre el escritorio. El movimiento es tan preciso que casi parece ensayado.
—Me gusta la gente puntual. Y la gente que sabe callar a tiempo.
—A mí también —respondo—. Pero por lo visto ninguno de los dos califica.
Por un instante, el silencio se vuelve tan tenso que puedo escuchar mi propio corazón gritar “huye”.
Y luego, inesperadamente… sonríe. Apenas. Pero lo hace.
—Veamos —dice, inclinándose hacia mí—. ¿Por qué quiere trabajar aquí?
Porque tengo que pagar el arriendo, la luz, el agua y mis ansias de comer algo más que fideos.
—Porque admiro la visión de su empresa —miento con una sonrisa profesional—. Creo que mi experiencia puede aportar al crecimiento de su marca.
Él asiente, sin mostrar emoción.
—Tiene buena formación. Pero poca experiencia en cargos de alto nivel.
—Porque nadie me ha dado la oportunidad —respondo—. Hasta ahora.
Adrien entrelaza los dedos.
—Su antiguo jefe dice que usted es… demasiado directa.
—Prefiero “honesta”.
—Él prefirió despedirla.
—Porque intentó besarme en la oficina. Y no lo dejé.
Un silencio pesado cae entre nosotros.
Él parpadea una sola vez, como si procesara la información.
—Interesante. No mencionó ese detalle en su carta de recomendación.
—Tampoco me preguntó si mi jefe era un cerdo.
Por un segundo, veo algo diferente en su expresión. Algo como respeto… o diversión.
No estoy segura.
—¿Siempre es así de desafiante, señorita Jhonson?
—Solo cuando alguien intenta intimidarme.
Él se inclina hacia adelante.
—Yo no intento intimidar. Lo hago.
—Y yo no intento defenderme. Lo hago también.
Sus ojos grises me estudian, como si estuviera frente a una ecuación imposible.
Luego, sin más, firma un papel y dice:
—Empieza el lunes.
—¿Perdón?
—Está contratada.
Me quedo quieta, parpadeando como idiota.
—¿Así… sin más? ¿Después de interrumpirlo, contradecirlo y llamarlo intimidante?
—Exactamente. Es la primera persona que me responde sin temblar. —Se levanta, alto, imponente, y me ofrece la mano—. Veremos cuánto le dura el coraje.
Su apretón es firme, controlado. El mío… bueno, mi mano tiembla como gelatina.
Cuando salgo de su oficina, el aire del pasillo me sabe a libertad.
O eso creo.
Porque todavía no sé que ese hombre, Adrien Davido Ferrari, no solo será mi jefe…
Será mi esposo.
Y el inicio de todos mis desastres.
#1087 en Otros
#70 en Aventura
#152 en Joven Adulto
jefe y empleada, jefe empleada enamorados besos, matrimonio bajo contrato
Editado: 15.10.2025