Primer día, primer desastre en la empresa Ferrari group
No sé si vine a trabajar o a sufrir.
Aunque, si pienso en la sonrisa de mi jefe, probablemente a las dos cosas.
Son las 8:55 a.m.
Cinco minutos antes de mi primera jornada oficial en Ferrari Group.
El edificio es tan moderno que hasta el aire parece costar dinero.
Yo, en cambio, vengo con mi blusa blanca recién planchada (por tercera vez), un pantalón que me queda justo y unos tacones que ya están rogando misericordia.
Respiro hondo frente al ascensor.
“Solo sé amable, profesional y evita insultarlo”, me repito mentalmente.
Fácil de decir. Difícil cuando tu jefe es Adrien Davido Ferrari, alias el hombre que convirtió la arrogancia en un arte.
La secretaria me recibe con una sonrisa falsa.
—El señor Ferrari la espera.
—¿Ya? —pregunto—. Son las 8:57.
—Exactamente. Aquí el café se sirve antes de las nueve, no después.
Perfecto. Me va a odiar por casi llegar dos minutos tarde para que sea las 9:00h
Camino hasta su oficina, tocando suavemente la puerta.
—Adelante —responde una voz profunda, firme, con ese acento italiano que debería ser ilegal.
Apenas cruzó la puerta de la oficina de su jefe, lo vio inclinado sobre el escritorio, revisando unos documentos.
Traje gris oscuro, camisa blanca, sin corbata.
El hombre parecía una combinación peligrosa entre revista de moda y dictador empresarial.
—Llega tarde —dijo sin mirarla, otra vez.
—Faltan dos minutos para la hora —replicó Savannah, controlando su tono.
—Dos minutos tarde —corrigió él.
Ella respiró profundo, sonrió de la forma más falsa posible y respondió:
—Buenos días, señor Ferrari. Encantada de comenzar esta maravillosa semana laboral.
—Tome asiento —ordena.
Obedezco, tratando de no parecer nerviosa.
Comienza a explicarme mis funciones: revisar contratos, responder correos, coordinar reuniones. Todo con tono serio, autoritario, medido.
Pero a mitad de la explicación, me mira de nuevo, como si notara algo fuera de lugar.
—¿Está escuchando? —pregunta.
—Intento no distraerme.
—¿Y qué la distrae?
—Su manera de hablar.
—¿Mi manera de hablar?
—Sí, es como una amenaza con buena dicción.
Silencio.
Él deja el bolígrafo, me observa fijo y dice:
—Le recomendaría no probar mis límites, señorita Jhonson.
—Y yo le recomendaría no darme curiosidad.
Adrien levantó la vista, sin inmutarse.
—Veremos cuánto dura su entusiasmo. Tiene que organizar los archivos del departamento de marketing, revisar los correos y preparar el informe para la junta.
—¿Para cuándo?
—En una hora.
Savannah casi se atraganta con el aire.
—¿En una hora? ¿Usted está loco?
—No. Soy eficiente. Aprenda la diferencia.
Quiso contestarle algo muy poco profesional, pero se mordió la lengua.
Pasó las siguientes horas entre montañas de papeles, archivos incompletos y un computador que se colgaba cada cinco minutos.
Cuando por fin el reloj marcó la una, Savannah dejó caer la cabeza sobre el escritorio y murmuró:
—Necesito comida. O un milagro.
El comedor de la empresa parecía un restaurante de lujo. Mesas de vidrio, luces modernas y un aroma irresistible a pasta recién hecha.
A la hora de almuerzo, siento que mi estómago me grita por auxilio.
El comedor de la empresa parece una cafetería de lujo: mesas blancas, luces cálidas y empleados demasiado elegantes para comer sin servilleta.
Me siento en una esquina, con mi bandeja y mi dignidad medio destruida.
Hasta que una chica se sienta frente a mí con una sonrisa amable.
—Soy Maya, del área de diseño. —La joven extendió la mano—. Bienvenida al caos organizado de Ferrari Group.
—Soy Savannah, la nueva asistente.
—Ah, la valiente —rió una voz masculina a su lado.
Un chico alto, de cabello oscuro y ojos verdes se sentó frente a ellas—. Luca, del departamento de marketing. Y sí, todos sabemos que trabajar con él no es fácil.
—¿Con quién? —preguntó Savannah, aunque ya sabía la respuesta.
—Con Ferrari, claro. —Luca bajó la voz dramáticamente—. Dicen que nació con un cronómetro en la mano y hielo en las venas.
Maya le dio un codazo.
—No lo asustes. Aunque… no está tan lejos de la verdad.
Savannah sonrió, intentando parecer tranquila, pero la imagen del jefe más insoportable del planeta seguía viva en su cabeza.
—Entonces será un desafío —dijo, encogiéndose de hombros.
—O una pesadilla —añadió la tercera persona que se unió a la mesa.
Era una mujer elegante, morena, con aire misterioso.
—Clara, secretaria del director financiero. Créeme, todos intentan sobrevivir a Ferrari.
—Pues yo planeo hacer más que sobrevivir —replicó Savannah con determinación—. Voy a demostrarle que no soy una simple empleada.
Luca rió.
—Eso me gusta. Pero te advierto: nadie le lleva la contraria a Adrien Ferrari sin consecuencias.
—Ya lo hice —dijo Savannah, sonriendo con orgullo—. En la entrevista.
Los tres la miraron con los ojos abiertos.
—¿Y sigues viva? —preguntó Maya.
—Y contratada —respondió Savannah, levantando su tenedor como si fuera una bandera de victoria.
Pero justo en ese momento, una sombra se proyectó sobre la mesa.
La voz profunda, familiar y arrogante interrumpió el ambiente.
—Señorita Jhonson.
Savannah se giró lentamente. Adrien estaba de pie detrás de ella, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos.
—¿Sí, señor Ferrari? —dijo, intentando sonar tranquila.
—El informe que pedí tiene un error. Lo quiero corregido en quince minutos.
—Estoy en mi hora de almuerzo.
—Ahora está en su hora de corrección. —La miró fijamente, con una media sonrisa—. Le sugiero que se apresure… antes de que ese error se convierta en su último.
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Editado: 15.10.2025