Mi jefe, mi esposo y otros desastres

Capitulo:3

Un jefe con secretos

Hay jefes difíciles. Y luego está Adrien Ferrari: el hombre que podría darte un infarto con una sola mirada y, aun así, hacerte temblar por razones que no entenderías.

Savannah llegó temprano.
Demasiado temprano.
Había decidido que si quería sobrevivir en esa empresa, debía estar un paso adelante.
Café en mano, ropa impecable, y una lista mental de todo lo que debía hacer.

“Nuevo día, nueva oportunidad de no insultar al jefe”, pensó mientras encendía su computador.

Durante los primeros minutos todo fue normal. Hasta que el correo corporativo decidió arruinarle la vida.

Informe rechazado. Datos incompletos. Revise urgentemente antes de la junta de las 10:00.

Savannah se quedó mirando la pantalla, parpadeando.
—¿Datos incompletos? —susurró, horrorizada—. ¡Pero si revisé todo tres veces!

Abrió los archivos y descubrió que faltaban documentos cruciales: cifras de costos, firmas de autorización, anexos… todo desaparecido.

—No puede ser. No puede ser, no puede ser…

Buscó en las carpetas físicas, revisó el correo de enviados, preguntó en contabilidad. Nada.
Los papeles parecían haberse esfumado.

A las 9:15, estaba al borde del colapso.
A las 9:20, pensó seriamente en renunciar.
Y a las 9:25, consideró tirarse por la ventana (solo un poco).

—Respira, Savannah —se dijo a sí misma—. No vas a llorar en tu segundo día. Todavía no.

Salió del área de asistentes y bajó corriendo al archivo general.
La encargada, una mujer mayor con cara de pocos amigos, ni siquiera la miró.

—Busco los informes del departamento de marketing, firmados el viernes.

—Si no están registrados, no existen —contestó la mujer sin levantar la vista.

—¡Pero los entregué!

—Entonces rece para que aparezcan.

Y así lo hizo.
Rezando, maldiciendo y corriendo de vuelta a su oficina, Savannah se dejó caer sobre su silla, derrotada.
Fue entonces cuando lo vio.

Un sobre blanco, perfectamente centrado sobre su teclado.
Sin remitente. Sin logo. Solo su nombre escrito con una caligrafía elegante y firme: Savannah.

Su primer instinto fue sospechar. El segundo, abrirlo.

Dentro estaban todos los documentos faltantes. Ordenados, firmados, con las correcciones que ella había intentado hacer la noche anterior.
Incluso el formato tenía sus colores, márgenes y estilo.
Solo alguien que conociera su trabajo lo habría hecho así.

—No puede ser… —murmuró.

Miró a su alrededor.
Maya no había llegado aún. Luca tampoco.
Clara estaba al teléfono, muy concentrada en una conversación.

—¿Quién…?

Guardó el sobre en su bolso, respiró hondo y fue directo a la oficina de Adrien.

Adrien estaba de pie junto a la ventana, hablando por teléfono en italiano.
Su tono era bajo, controlado, con ese acento que podía hacer que cualquier palabra sonara peligrosa.

Savannah esperó en silencio, observándolo.
Era imposible no hacerlo.
La forma en que sostenía el teléfono, la concentración en su rostro, la tensión de sus hombros… había algo en él que combinaba poder y soledad.

Cuando colgó, ella se aclaró la garganta.
—Disculpe, señor Ferrari.

Él se giró lentamente.
—Señorita Jhonson. ¿Ya solucionó el desastre del informe?

—Sí. Pero no sé cómo.

—¿Perdón?

—Los documentos… aparecieron en mi escritorio. Completos, corregidos.

—¿Y? —preguntó él, con una calma sospechosa.

—Y no entiendo quién los dejó. Nadie del área sabía de ellos.

Adrien alzó una ceja.
—Tal vez debería agradecer su buena suerte.

Savannah lo miró fijamente.
—¿Usted los dejó ahí?

Él apoyó las manos en el escritorio, sin apartar la mirada.
—¿Por qué lo haría?

—Porque están corregidos igual que usted los revisa. Incluso cambió los márgenes, como en los informes del viernes.

Adrien esbozó una media sonrisa.
—Está observando demasiado, señorita Jhonson.

—Solo estoy siendo lógica.

—Y yo estoy siendo su jefe. No me gustan las teorías sin pruebas.

Savannah cruzó los brazos.
—Entonces lo niego: usted no tuvo nada que ver.

—Correcto. —Su tono era tan tranquilo que resultaba provocador.
Pero justo cuando ella giró para salir, él habló otra vez.

—Ah, y revisé los números del segundo informe. Ya los corregí.

Savannah se detuvo en seco.
Giró lentamente, frunciendo el ceño.
—¿Qué dijo?

—Nada importante. —Volvió a mirar sus papeles—. Cierre la puerta al salir.

Ella lo observó unos segundos más.
Él no levantó la vista, pero una ligera sonrisa se formó en su rostro cuando la escuchó marcharse.

En la cafetería, Maya la esperaba con un café doble.
—Tienes cara de haber visto un fantasma.

Savannah se dejó caer en la silla.
—No un fantasma. Un jefe que finge no ser humano.

—¿Qué hizo ahora? —preguntó Luca, uniéndose a la conversación.

—Digamos que me salvó… y finge que no lo hizo.

Clara, que estaba a su lado, alzó una ceja.
—Ferrari no ayuda a nadie. Si lo hizo, es porque le interesa que te quedes.

—¿Y por qué le interesaría eso? —preguntó Savannah, confundida.

Luca sonrió con picardía.
—Porque, aunque no lo creas, hay cosas que ni siquiera Adrien Ferrari puede controlar.

Savannah se quedó callada, dándole vueltas a esas palabras.
No quería admitirlo, pero algo en la forma en que él la miraba, o evitaba mirarla, la hacía sentir que había más detrás de ese hombre de hielo.

Y por primera vez desde que llegó a la empresa, tuvo miedo.
No de perder el trabajo…
sino de lo que podría pasar si empezaba a entenderlo.

Nota de autora:

Gracias por acompañarme en esta aventura 🩷
Cada lectura, cada comentario y cada corazón significa muchísimo para mí.
Si te gusta esta historia, apóyala con una estrella, una lectura o una reseña, eso me ayuda a seguir escribiendo y mejorando día a día.




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