Una llamada, un vuelo y un enemigo con traje
No sé si el destino se burla de mí o si simplemente me odia.
Había prometido no pensar más en Adrien.
Prometido con todas mis fuerzas.
Pero claro… mi vida nunca me hace caso.
Estaba en casa, con una sopa instantánea y mi pijama favorito, cuando sonó el celular.
Miré la pantalla.
Adrien Ferrari.
—No puede ser… —murmuré—. Ni diez horas de paz me deja este hombre.
Contesté.
—¿Sí?
—Buenas noches, Johnson.
—Depende. ¿Qué quiere?
—¿Esa es tu manera de saludar a tu jefe?
—A esta hora, sí.
—Tendrás que mejorar tu actitud si vas a representar a la empresa.
Fruncí el ceño.
—¿Representar a la empresa? ¿De qué está hablando?
—Mañana. Vuelo a Roma.
—¿Roma? —me enderecé—. ¿Qué?
—Reunión con los socios italianos. Salimos a las siete.
—¿Siete de la mañana?
—Exactamente.
—¿Y me avisa con cuántas horas de anticipación?
—Dos.
—¿Y se supone que debo agradecerle?
—No, se supone que debes empacar.
—Increíble. ¿Y qué pasa si tenía planes?
—No los tienes.
—¿Cómo sabe eso?
—Porque trabajas demasiado.
—Ah, claro. Qué observador.
—No te quejes, Johnson. Roma es hermosa.
—Sí, si uno no tiene que viajar con usted.
Silencio.
Y luego esa voz profunda, tranquila, que siempre lograba ponerme nerviosa:
—Empaca algo formal. Cena con los socios mañana por la noche.
—¿Formal cuánto?
—Lo suficiente para no avergonzarme.
—¿Está insinuando que mi ropa es vergonzosa?
—No, estoy insinuando que no confío en tu criterio.
—Qué amable, como siempre.
—Me esfuerzo.
—No lo suficiente.
—Nos vemos a las seis en el aeropuerto, Johnson. No llegues tarde.
—Prometo llegar exactamente cinco minutos después.
—No lo intentes.
—Lo intentaré. Buenas noches, jefe.
—Duerme bien. Lo necesitarás.
Colgué y lancé el teléfono a la cama.
—¡Idiota! —grité al aire.
Pero sonreí. Solo un poco.
A las seis de la mañana, estaba frente a la puerta del aeropuerto, medio dormida, con un café doble en la mano.
Y ahí estaba él.
Impecable. Traje negro, maleta de cuero, rostro serio.
Parecía una portada de revista… y una pesadilla al mismo tiempo.
—Llegas tarde —dijo apenas me vio.
—Son las seis en punto.
—Te dije que llegaras antes.
—Y yo le dije que iba a intentar llegar cinco minutos tarde —repliqué—. Cumplí mi promesa.
Me lanzó esa mirada que podría congelar el infierno.
—Eres insoportable.
—Gracias. Trabajo duro para lograrlo.
Ethan apareció detrás, con una sonrisa.
—Buenos días, pareja infernal.
—No empieces —dije yo y Adrien al mismo tiempo.
Ethan se rió.
—Oh, esto va a ser divertido.
Durante el embarque, Ethan hablaba sin parar. Adrien revisaba papeles. Yo solo trataba de no perder la paciencia.
—¿Sabías que Adrien odia volar? —me dijo Ethan, en voz baja.
Adrien lo fulminó con la mirada.
—No odio volar.
—Claro que sí —insistió Ethan—. Siempre se tensa cuando el avión despega.
—Ethan.
—¿Qué? Es información útil para su asistente. —Se volvió hacia mí—. Si el jefe se pone pálido, tú le tomas la mano.
—¿Qué? —solté una risa incrédula.
—Ni lo pienses —advirtió Adrien, con la voz más seria del mundo.
—Tranquilo, jefe —dije sonriendo—. No pienso tocarlo ni por accidente.
—Bien.
—A menos que se desmaye, claro —añadí.
Ethan casi se atraganta de la risa.
Ya en el avión, el destino decidió castigarme: mi asiento estaba justo al lado del suyo.
Intenté cambiarlo. No había ninguno libre.
—Perfecto —murmuré—. Doce horas atrapada con mi jefe.
—Podrías dormir. O leer.
—O saltar por la ventana.
—Demasiado dramática.
—¿Demasiado jefe?
—Siempre.
Cruzamos miradas.
El silencio entre nosotros duró unos segundos, pero se sintió eterno.
—¿Por qué me odias tanto? —preguntó de repente.
Me quedé helada.
—¿Qué?
—Cada vez que hablas conmigo parece que quisieras matarme.
—No lo od— bueno, tal vez un poco.
—¿Solo un poco?
—Un 60%.
—¿Y el otro 40?
—Compasión por mi salario.
Él sonrió apenas.
—Deberías ser más prudente con lo que dices.
—¿Por qué? ¿Va a despedirme en pleno vuelo?
—No. Pero podría hacerte pasar las doce horas más largas de tu vida.
—Ya las está haciendo —repliqué.
Y ahí, justo cuando pensé que iba a responder algo sarcástico, se inclinó un poco hacia mí.
Su voz fue más baja.
—No sabes cuándo callarte, ¿verdad?
—Nunca —contesté, con una sonrisa nerviosa.
Su mirada bajó un instante, hacia mis labios.
Y por primera vez, juro que sentí que el aire entre nosotros se volvió eléctrico.
Entonces Ethan habló desde el asiento de atrás:
—¿Van a besarse o espero al intermedio?
Me atraganté con mi café. Adrien se enderezó al instante.
—Ethan, cállate.
—Solo digo que la tensión se siente hasta acá.
—Cállate.
—Vale, vale —dijo entre risas—. Pero si llegan a casarse, quiero ser padrino.
Yo giré la cabeza hacia la ventana, con el corazón latiendo demasiado rápido.
“No, no, no. Esto no puede estar pasando.”
Pero sí. Estaba pasando.
Y todavía faltaban once horas de vuelo.
No sé qué va a pasar en Roma.
Pero estoy segura de una cosa:
Adrien Ferrari va a ser mi perdición.
#360 en Otros
#27 en Aventura
#25 en Joven Adulto
jefe y empleada, jefe empleada enamorados besos, matrimonio bajo contrato
Editado: 30.10.2025