Lo último que esperaba
El silencio de mi departamento era casi insoportable.
Desde la cena con mi padre y Adrien no había logrado dormir bien. Todo en mí estaba revuelto: su mirada, su voz, su absurda propuesta de matrimonio.
Quería gritar.
Tiré el teléfono sobre la cama y respiré hondo antes de marcarle a Emma .
Ella siempre sabía cómo aterrizarme, aunque fuera con brutal honestidad.
—¿Qué pasa ahora, Sav? —preguntó apenas atendió.
—Nada, solo... necesito hablar.
—¿Hablar o llorar?
—Ambas.
Escuché su risa leve.
—¿Tiene que ver con Adrien, cierto?
—Sí.
—Sabía que ese tipo traería drama.
Me cubrí la cara con las manos.
—No es solo él. Es todo. Mi padre, el trabajo… Y ahora esto.
—¿“Esto”?
—Quiere que me case con él Em.
Hubo silencio al otro lado.
—Por favor, dime que es una broma.
—Ojalá lo fuera.
—¿Y tú qué dijiste?
—Que no, por supuesto. Pero no puedo dejar de pensar en lo que eso significa. En por qué lo pidió. En por qué me lo pidió a mí.
—Savannah, no te metas en algo así. Ese hombre tiene el ego del tamaño de un edificio.
—Lo sé, Em. Pero cuando me lo dijo… no parecía el Adrien arrogante de siempre. Parecía… vulnerable.
—No caigas en eso. Es parte de su juego.
Sus palabras dolieron, pero tenía razón.
Aun así, cuando colgué, me encontré llorando otra vez.
No por él, me repetí.
Era por mí. Por la confusión, por la impotencia.
Me levanté para servirme agua cuando el timbre sonó.
Miré el reloj: casi las once.
Fruncí el ceño y fui hacia la puerta.
—¿Quién…?
Abrí y me quedé inmóvil.
Adrien.
Con una chaqueta oscura, el cabello un poco desordenado y esa expresión de quien no sabe si quedarse o huir.
—No esperaba verte —dije al fin.
—Lo sé. Pero tenía que hacerlo.
—No es un buen momento.
—Nunca lo es contigo —respondió con una media sonrisa triste.
Rodé los ojos.
—¿Qué quieres, Adrien?
—Que me escuches.
—Ya lo hice. Y la respuesta sigue siendo no.
—No vine a presionarte.
—Entonces, ¿a qué viniste?
Sus ojos se suavizaron.
—A explicarte por qué.
Crucé los brazos.
—Te escucho.
Él dio un paso dentro sin que yo lo invitara, como si supiera que no lo iba a detener.
Su presencia llenó el espacio, y mi respiración se volvió torpe.
—No fue por conveniencia —dijo despacio—. Bueno, no solo por eso.
—¿Entonces qué?
—Necesito a alguien en quien pueda confiar. Y por extraño que suene… confío en ti.
Solté una risa incrédula.
—¿Confías en mí? Si pasas la mitad del tiempo haciéndome la vida imposible.
—Porque eres la única que no me teme.
Sus palabras me descolocaron.
—Eso no tiene sentido.
—Lo tiene para mí.
Su voz bajó, grave, casi un susurro.
—No busco que me ames, Savannah. Solo… que estés. Aunque sea por un tiempo.
—¿Y qué hay de mí? ¿De lo que yo quiero? —pregunté, con la garganta cerrada.
—Por eso estoy aquí. Para decirte que, si aceptas, te protegeré. Nadie te tocará, nadie te humillará, y todo lo que hagamos será bajo tus términos.
—No puedes prometer eso.
—Sí puedo.
Su mirada se clavó en la mía, y por un segundo sentí que el aire desaparecía.
Odiaba la forma en que su voz me temblaba por dentro, la manera en que su cercanía me confundía.
—No voy a casarme contigo, Adrien.
—No ahora —murmuró él—. Pero lo pensarás.
—No lo haré.
—Sí lo harás —dijo, y antes de que pudiera responder, sus dedos rozaron mi mejilla, limpiando una lágrima que no sabía que había caído.
—No llores por esto. No por mí.
—Demasiado tarde —susurré.
Él la miró unos segundos más, luego bajó la mano y se alejó hacia la puerta.
—Buenas noches, Savannah.
La puerta se cerró con un leve clic.
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Editado: 21.11.2025