Silencio y Estrategia
No volví a hablarle.
Ni una palabra. Ni una mirada.
Después de aquella humillación en la sala de reuniones, decidí que Adrien Ferrari no merecía ni un segundo más de mi voz.
Durante días, fingí que no existía. Entraba a la oficina, saludaba a todos menos a él, cumplía mis tareas como si fuera cualquier jefe.
Y él… callaba.
Eso era lo peor.
No gritó. No discutió. No intentó provocarme.
Solo observaba.
Su silencio pesaba más que cualquier palabra.
Una mañana, al llegar, noté que mi escritorio ya no estaba junto al suyo.
—El señor Ferrari pidió reorganizar las oficinas —me dijo Clara, evitando mirarme.
—¿Reorganizar? —pregunté, incrédula.
—Sí, dijo que era por “optimización del flujo de trabajo”.
“Optimización”.
Claro. Su forma elegante de castigarme.
Durante la semana, todo cambió. Las reuniones donde yo debía asistir fueron reasignadas, los correos que normalmente me incluían desaparecieron.
Adrien me estaba borrando poco a poco.
Pero no de la empresa.
De su alrededor.
Y aún así, lo veía en cada pasillo, hablando con otros, sonriendo con esa calma controlada que me sacaba de quicio.
A veces nuestras miradas se cruzaban por accidente.
Y aunque yo desviaba la vista, él no.
Nunca lo hacía.
Una tarde, al salir, escuché su voz detrás de mí.
—Savannah.
Seguí caminando.
—Te estoy hablando.
No respondí.
Entonces él se adelantó, bloqueándome el paso frente al ascensor. Su rostro estaba serio, frío.
—¿Vas a seguir con esto?
—¿Con qué? —respondí, seca.
—Con fingir que no me ves.
—No tengo que fingir nada.
—Perfecto —dijo, apretando la mandíbula—. Entonces tampoco tendrás que fingir cuando firmes los nuevos documentos.
—¿Qué documentos?
—Los del proyecto que acaba de aprobar el directorio. —Su voz era firme, casi arrogante—. Estarás bajo mi supervisión directa otra vez.
—¿Qué? No puedes hacer eso.
—Ya lo hice.
Me quedé mirándolo, incrédula. —¿Por qué haces esto?
—Porque necesito tener el control —respondió sin dudar.
—¿El control de qué? ¿De mi trabajo o de mí?
Él dio un paso más cerca, tan cerca que pude sentir su respiración. —De lo que me pertenece.
—No soy tuya, Adrien.
—Aún no —susurró.
Tragué saliva, sin saber si quería abofetearlo o gritarle. —Estás enfermo.
—Tal vez. Pero sé lo que quiero.
—Y lo que quieres es tener razón.
—No —dijo, mirándome fijo—. Lo que quiero es que no huyas.
Di un paso atrás, temblando de rabia. —Yo no huyo.
—Entonces demuéstralo. Quédate.
Sus palabras quedaron suspendidas entre nosotros, pesadas, peligrosas.
Yo no respondí.
Solo apreté los labios y caminé hacia el ascensor.
Pero antes de que las puertas se cerraran, lo vi sonreír.
No era una sonrisa amable.
Era la sonrisa de alguien que está dispuesto a todo.
Y lo peor fue darme cuenta de que, pese a todo… parte de mí quería saber hasta dónde llegaría.
#368 en Otros
#24 en Aventura
#28 en Joven Adulto
jefe y empleada, jefe empleada enamorados besos, matrimonio bajo contrato
Editado: 21.11.2025