Mi jefe, mi esposo y otros desastres

Capítulo 16

La última Humiliacion

Sabía que algo estaba mal desde que crucé la puerta de la empresa.

Las miradas. Los murmullos. Las sonrisas falsas.

Y, sobre todo, los celulares grabando disimuladamente cuando pasaba.

En la pantalla del ascensor, un titular brillaba en grande:

“Ferrari Enterprises confirma compromiso con su asistente personal.”

Sentí el estómago revolverse.

No… no podía ser real.

Empujé las puertas del piso principal y lo vi.

Adrien. Impecable. Frío.

De pie frente a un grupo de periodistas y de sus socios, como si todo aquello fuera parte de un plan.

—Savannah, ven aquí —dijo con ese tono que no admitía réplica.

Lo miré fijamente. —¿Qué es esto?

—Solo una conferencia —respondió, sin perder la compostura.

—¿Una conferencia sobre qué?

—Sobre nosotros.

Las cámaras se giraron hacia mí. El flash me cegó por un instante.

—Adrien, no te atrevas…

—Demasiado tarde —susurró con esa sonrisa controlada—. Ya todos saben.

—¿Qué todos saben qué?

—Que vamos a casarnos.

Sentí un vacío en el pecho. —Eso no es verdad.

—Lo será.

—No —negué con fuerza—. ¡No lo será!

Sus socios, alineados a un costado, intercambiaban miradas tensas.

Uno de ellos, el señor Lemoine, se acercó discretamente y murmuró: —Ferrari, ¿qué estás haciendo? Dijiste que estaba todo arreglado.

Adrien le lanzó una mirada dura. —Y lo estará.

Yo lo observaba, incrédula. —¿Qué significa eso?

—Significa —dijo Adrien, con voz baja pero afilada— que necesito que te comportes como si esto fuera real.

—¿Estás completamente loco?

—Mi empresa depende de esto, Savannah. No puedes simplemente desaparecer después de lo que se filtró.

—¿Filtrado? ¡Tú lo hiciste! —exploté—. ¡Tú filtraste todo esto!

__ Yo no lo hice

__ No lo negaste

Un murmullo recorrió la sala.

Adrien se acercó, tan cerca que sentí su respiración.

—Tenía que hacerlo —susurró—. No me dejaste opción.

—Claro que la tenías —dije, conteniendo las lágrimas—. Pero elegiste humillarme.

—Elegí salvar la reputación de la Empresa, mi reputación. Y la tuya también, créeme.

—¿La mía? —me reí sin humor—. Me hiciste quedar como la mujer que se acuesta con su jefe para escalar.

—No fue mi intención.

—Entonces deberías aprender a pensar antes de actuar.

—Baja la voz, Savannah.

—No. —Di un paso adelante, con el corazón latiéndome en las sienes—. No voy a fingir un matrimonio por tu maldito orgullo.

—No es orgullo —replicó con calma tensa—. Es estrategia.

—Llámalo como quieras, Adrien. Yo lo llamo abuso.

Sus ojos se endurecieron. —Tienes idea de lo que está en juego.

—Y tú no tienes idea de lo que me quitaste.

El señor Lemoine intervino otra vez. —Ferrari, esto se te está yendo de las manos.

Adrien lo ignoró por completo. —Necesito que sigas el plan —dijo sin apartar su mirada de la mía—. Solo por unos meses.

—¿Y después qué? ¿Me dejas tirada como si nada?

—Después de eso, ambos salimos beneficiados.

—¿Beneficiados? —le escupí las palabras—. Yo solo salgo destruida.

Hubo un silencio pesado.

Sentí cómo la rabia me quemaba por dentro.

—¿Sabes qué, Adrien? —le dije finalmente, con la voz quebrada pero firme—. Puedes quedarte con tu empresa, tus socios y tu maldito orgullo.

—Savannah, no hagas esto.

—Ya lo hice. —Tomé mi credencial y la dejé sobre la mesa—. Renuncio.

Él la miró, serio, sin decir nada.

Pero cuando di un paso hacia la puerta, su voz me alcanzó.

—Si te vas, destruirás todo lo que construimos.

—No, Adrien. Tú ya lo hiciste.

Salí entre cámaras, luces y miradas.

Sentí los flashes detrás de mí, los murmullos, las especulaciones.

Pero no volteé. No podía.

Cuando llegué a la calle, respiré por primera vez.

Y juré, entre lágrimas, que si algún día me cruzaba con Adrien Ferrari otra vez,

él sabría exactamente lo que era perder.




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