Silencio
Dos semanas.
Catorce días exactos desde la última vez que lo vio.
Desde aquella noche, Adrien no la había buscado.
Ni un mensaje.
Ni una llamada.
Ni siquiera una sombra en la esquina de su calle.
Era como si el mundo se hubiese detenido.
Savannah se había convencido de que eso era lo que quería. Paz. Distancia. Libertad.
Pero el silencio… dolía más de lo que esperaba.
Los primeros días se obligó a distraerse: limpiar, salir con Emma, buscar trabajo.
Pero por más que lo intentara, su mente volvía a él.
A su mirada fría.
A sus palabras crueles.
A ese momento en el que, por primera vez, vio miedo en los ojos de Adrien Ferrari.
Y lo odiaba por eso.
Porque la había herido.
Porque la había confundido.
Porque, incluso ahora, seguía pensando en él.
¿Por qué no me busca?, pensó una noche, mirando el techo.
La respuesta era simple: porque él siempre sabía cuándo detenerse.
Cuando dejarla sola para que el silencio hiciera su trabajo.
Y funcionó.
El orgullo empezó a quebrarse.
Las razones se volvieron difusas.
El recuerdo de su mirada persistía, como una sombra que se negaba a desaparecer.
Se levantó, fue hasta la ventana y observó las luces de la ciudad.
Su reflejo le devolvió una imagen que no reconocía: cansada, con los ojos vacíos, con una mezcla de rabia y resignación.
—Ya basta —susurró.
Fue hasta la mesa y tomó su teléfono.
Las manos le temblaban, pero no dudó.
Abrió el chat de Adrien.
El último mensaje era suyo. Una despedida fría.
“No vuelvas a buscarme.”
Sonrió sin alegría.
Comenzó a escribir.
> Adrien...
He pensado mucho en todo lo que pasó. En lo que dijiste, en lo que hiciste, y en lo que eso significa.
No voy a fingir que te perdono. Ni que esto tiene sentido. Pero si lo que quieres sigue en pie… acepto.
Acepto el matrimonio.
No por ti. Ni por mí. Sino porque ya no quiero seguir huyendo.
Miró las palabras durante un largo minuto.
Luego, con el corazón latiendo con fuerza, presionó “enviar”.
La pantalla volvió al silencio.
Ni siquiera sabía si él lo leería.
Pero en el fondo… sabía que sí.
Adrien siempre estaba esperando.
Y Savannah, aunque no lo admitiera, también.
Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, se permitió cerrar los ojos sin lágrimas.
El destino ya estaba en movimiento.
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Editado: 21.11.2025