Mi jefe, mi esposo y otros desastres

Capítulo 20

"Lo sabia"

Savannah despertó con un nudo extraño en el estómago. No era miedo… era más como una presión que no sabía de dónde venía.

Había dormido mal; cada vez que cerraba los ojos veía el mensaje que había enviado la noche anterior:

“Acepto. Hablemos.”

Lo había escrito después de dos semanas de silencio total.

Dos semanas donde Adrien no la había llamado, ni buscado, ni presionado, ni aparecido en ningún sitio.

Y ese silencio había sido peor que cualquier insistencia.

Se levantó de la cama en silencio, caminando hacia la cocina, intentando ignorar el latido acelerado de su propio corazón. Se sirvió un vaso de agua. Tenía la sensación incómoda de que algo estaba por pasar.

Y entonces…

Tres golpes suaves.

Medidos.

Fríos.

Ella se quedó congelada.

No podía ser él.

No tan rápido.

No tan… puntual.

Pero lo sabía.

Lo sabía antes incluso de moverse.

Savannah caminó hacia la puerta con las manos temblando ligeramente. No de miedo, sino de anticipación. Abrió.

Y ahí estaba.

Adrien.

De pie, perfectamente vestido, como si hubiera salido de una reunión hace diez minutos.

Sin emoción en los ojos.

Sin sonrisa.

Sin reproche.

Solo esa calma suya que quemaba más que cualquier rabia.

—Buenos días, Savannah —dijo con voz suave, casi delicada.

Ella tragó saliva.

—Viniste muy rápido… —murmuró.

Él inclinó ligeramente la cabeza.

—Cuando leí tu mensaje, ya estaba cerca.

Qué fácil lo decía.

Qué fácil lo hacía sentir inevitable.

Savannah se apartó para dejarlo entrar. Adrien pasó a su lado sin rozarla, pero la sola presencia bastó para helarle los brazos.

Se quedó de pie en su sala, observándola.

—Así que aceptas —dijo, sin rodeos.

Savannah se apoyó en la mesa, respirando hondo.

—Acepto hablar. Eso no significa que—

—Significa todo —la interrumpió suavemente.

Ella cerró los ojos un segundo, buscando paciencia.

—Adrien, no funciona así. Yo… necesito entender qué quieres realmente. No puedo entrar en esto sin claridad.

Él la miró fijamente, sin pestañear.

—Quiero exactamente lo que dije: un matrimonio. Convivencia. Estabilidad. Para mis socios. Para mi empresa. Para mí.

Su tono era tan tranquilo que casi parecía que hablaba de la lista del supermercado.

Savannah sintió la rabia encenderse.

—¿Y yo qué? ¿Yo qué soy? ¿Un requisito? ¿Un accesorio para tus problemas de imagen?

Adrien no se inmutó.

—Eres la única persona que puede hacerlo funcionar.

—¡Eso no es una respuesta! —estalló Savannah.

Adrien dio un paso hacia ella, lento, controlado, como si la hubiera estudiado por años.

—Te fuiste de mi empresa sin decir una palabra —susurró él—. Me ignoraste. Fingiste que no existía. Y aun así… aquí estás. Aceptando.

Savannah apretó la mandíbula.

—Acepté porque estoy cansada de pelear. Y porque… —su voz se quebró— porque necesito que esto termine. Esta tensión. Esta presión. Esta presencia tuya en mi vida.

Él la examinó un segundo más.

—Yo no te presioné en estas dos semanas —dijo él con la voz más baja.

—Ese silencio fue presión.

Adrien se acercó aún más. Savannah retrocedió un paso involuntario.

—No vine a discutir el pasado —dijo él, casi en un susurro—. Vine a decirte lo que va a pasar.

Savannah sintió un escalofrío.

No de miedo.

De anticipación.

De algo que no quería nombrar.

—¿Y qué va a pasar? —preguntó con ironía.

Adrien la observó como si ya supiera la respuesta desde antes de que ella despertara.

—Desde hoy, comenzamos a preparar el matrimonio —dijo tranquilo—. No voy a apresurarte, pero tampoco voy a permitir que retrocedas.

Savannah lo fulminó con la mirada.

—¿Y si cambio de opinión?

Él ladeó la cabeza, casi con ternura… pero sus ojos seguían siendo puro hielo.

—No vas a cambiarla.

—¿Y cómo estás tan seguro? —replicó ella.

Adrien se tomó su tiempo para mirarla de arriba abajo, como si cada parte de ella confirmara algo.

—Porque he aprendido algo sobre ti —dijo finalmente—. Cuando tomas una decisión… aunque tiemble tu voz, aunque te duela… la sostienes.

Y tú, Savannah, ya decidiste.

Savannah sintió un peso en el pecho. Era verdad. Qué rabia le daba que él la conociera tan bien.

—No es justo —susurró.

—Nada entre nosotros lo es —respondió él con calma.

Silencio.

Largo.

Intenso.

Ella respiró hondo, intentando recuperar control.

—Entonces… ¿qué sigue?

Adrien se relajó apenas, como si ese fuera el momento que había estado esperando desde siempre.

—Te recogeré esta tarde —dijo—. Tenemos una reunión con el abogado. Empezaremos las bases del contrato.

Y luego… hablaremos de la ceremonia.

De tu familia.

De tu apellido.

De todo.

—¿Y si no quiero ir?

Adrien sonrió.

Pequeña.

Controlada.

Peligrosa.

—Vas a ir, Savannah —dijo suave—. Porque tú misma abriste la puerta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.