"Condiciones"
Savannah no supo cuánto tiempo se quedó quieta después de que Adrien se fue. Solo sabía que, cuando logró moverse, tenía las manos heladas y la mente llena de un ruido insoportable.
Pero aun así… se preparó.
Lentamente.
Con el corazón acelerado.
Con la sensación de que cada movimiento la acercaba más a un destino que no había elegido, pero del que ya no podía escapar.
Cuando escuchó tocar la puerta nuevamente, no se sobresaltó.
Ya sabía quién era.
Abrió con calma, aunque por dentro se derrumbaba un poco más.
Adrien estaba ahí. Vestido igual, impecable, sin una arruga en la camisa. Sus ojos la recorrieron sin permiso, sin prisa.
—Listo —dijo simplemente.
Savannah asintió y salió, sin mirarlo.
El camino en el auto fue silencioso. Pero no un silencio cómodo… sino uno lleno de electricidad. Savannah podía sentir la mirada de Adrien sobre ella en ciertos momentos, como si estuviera evaluándola, midiendo cada respiración.
Al llegar al edificio donde sería la reunión, ella tragó hondo. Era demasiado elegante, demasiado frío, demasiado… él.
Adrien la guió hasta una oficina con una mesa larga, luces blancas y un ventanal enorme sobre la ciudad.
El abogado ya estaba ahí. Un hombre de unos 50 años, traje gris, expresión profesional sin sorpresa.
—Señor Ferrari —saludó el abogado—. Señorita Johnson.
Savannah no se acostumbraba a que la llamaran así. Su apellido sonaba demasiado formal junto al de Adrien.
—Podemos empezar —dijo Adrien, sentándose primero.
Ella se sentó a su lado, no enfrente. Era una posición que la colocaba demasiado cerca, demasiado expuesta. No había barrera entre ellos. Solo aire tenso.
El abogado abrió una carpeta.
—Revisaremos los puntos principales del acuerdo matrimonial. Si ambos están de acuerdo, pasaremos luego a detalles específicos.
Savannah respiró hondo y asintió. Adrien solo hizo un leve gesto con la cabeza.
—Primer punto —empezó el abogado—: la duración del contrato. El acuerdo inicial propone un matrimonio mínimo de dieciocho meses antes de considerar un proceso de disolución.
Savannah abrió los ojos, sorprendida.
—¿Doce meses? —preguntó—. Yo pensé que… no sé… que sería algo más corto.
Seis meses, tal vez.
Adrien la miró despacio, girando la cabeza hacia ella como si hubiese dicho algo ingenuo.
—Seis meses no son suficientes para estabilizar la empresa ni para callar a mis socios —dijo con tranquilidad—. Dieciocho meses es lo mínimo aceptable.
—Pero… —ella empezó.
—Savannah —la cortó él, suave pero firme—. No es negociable.
Ella sintió cómo se le tensaba la mandíbula.
—Siguiente punto —dijo el abogado, sin reaccionar.
—Residencia —continuó—. Ambos deben compartir la misma casa. La mansión principal del señor Ferrari.
Savannah sintió que el aire se atascaba en su pecho.
—¿Tengo que vivir contigo? —preguntó, mirando directamente a Adrien.
—Eso es lo que significa un matrimonio —respondió él, sin titubear.
—Pero esto no es un matrimonio real —argumentó ella—. Es un acuerdo. Puedes decir que estamos juntos sin obligarme a mudarme.
Adrien entrelazó los dedos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia ella.
—No voy a mentirle al mundo, Savannah. Ni a mis socios, ni a la prensa.
Si vamos a hacerlo, será completo.
—Eso no es justo —susurró ella.
Adrien se acercó un poco más. No lo suficiente para invadirla, pero sí para que sintiera su presencia como un peso.
—No es justo —repitió él—, pero es necesario.
Savannah sintió un temblor leve en la nuca. El abogado continuó.
—Otro punto: confidencialidad absoluta. Ninguno puede revelar el acuerdo a terceros, incluyendo familiares cercanos o amigos.
Savannah lo miró de golpe.
—¿Ni siquiera a Emma? ¡Es mi mejor amiga! No puedo ocultarle algo así.
—Sí puedes —respondió Adrien, sin la menor duda.
—¡No voy a mentirle! —protestó Savannah.
—Vas a hacerlo —dijo él con calma peligrosa—. Si quieres protegerla, no la metas en esto.
—No estoy de acuerdo —susurró ella.
Adrien giró el cuerpo hacia ella esta vez.
No para intimidar, sino para dejar claro que lo estaba decidiendo todo con o sin su aprobación.
—Savannah —dijo despacio, cada palabra calculada—. Si la gente huele una grieta, si alguien sospecha, si algún rumor aparece… esto se cae. Y si se cae, mi empresa cae conmigo.
Y tú también.
Ella necesitó tragarse su propia respiración.
El abogado siguió pasando páginas.
—Cláusula financiera: en caso de ruptura antes de tiempo, la señorita Johnson deberá pagar una compensación económica significativa si es la responsable de la disolución.
Savannah lo sintió como una bofetada.
—¿Responsable? ¿Qué significa responsable?
El abogado respondió:
—Cualquier incumplimiento suyo del acuerdo. Abandonar la residencia, divulgar información, no asistir a eventos públicos, causar daños a la imagen del matrimonio…
Savannah lo interrumpió:
—¿Y Adrien? ¿Qué pasa si él incumple?
El abogado abrió otra página.
—En ese caso, el señor Ferrari deberá compensar económicamente de igual forma.
Savannah respiró aliviada… hasta que sintió la mirada de Adrien sobre ella.
Una mirada que decía:
No voy a fallar.
Nunca.
Entonces ella preguntó:
—¿Y qué pasa si después de un tiempo… ya no quiero seguir? Si no estoy feliz.
Adrien respondió antes que el abogado.
—Te aguantas.
Savannah lo miró herida.
—No puedes decir eso así.
—Estoy siendo honesto —dijo él—. No voy a permitir que huyas a mitad del proceso porque algo te incomoda. No vamos a repetir lo de la empresa. No vas a desaparecer. No esta vez.
Savannah tragó saliva.
El abogado revisó otros puntos: eventos públicos, presentaciones oficiales, normativa de convivencia, cuenta bancaria compartida, restricciones de exposición en redes sociales.
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Editado: 21.11.2025