Entre reglas y miradas
El ascensor sube con una lentitud desesperante. Mis manos sudan. Me repito una y otra vez que todo esto es solo un trámite, solo un contrato, solo un papel.
Pero no.
No lo siento así.
No cuando la puerta del ascensor se abre y lo veo.
Adrien Ferrari está ahí, apoyado contra la mesa de recepción del piso 33, manos en los bolsillos, traje negro impecable, expresión inquebrantable. Me mira en cuanto aparezco, como si hubiese estado contando los segundos.
—Llegas justo a tiempo —dice sin moverse.
Su voz es baja, peligrosa, como si estuviera calmado solo por decisión, no por naturaleza.
—No vine para hablar —digo, manteniendo la cabeza alta.
—Lo sé. Viniste para firmar.
Camina hacia mí. No rápido, no agresivo. Pero cada paso suyo marca un espacio que yo pierdo. Mi respiración se desordena un poco. Él lo nota. Claro que lo nota. Siempre nota todo.
—Savannah —dice apenas llegando frente a mí— hoy cerramos el acuerdo. Hoy confirmamos que lo que aceptaste anoche… es oficial.
—Solo es un contrato —respondo.
—Tú sigues diciéndolo como si eso te diera seguridad —me observa intensamente— pero tus ojos dicen otra cosa.
Me aparto.
No quiero que me lea.
No quiero que él sea la única persona que puede hacerlo.
Entramos en su oficina.
El abogado espera, con dos carpetas gruesas sobre la mesa. Adrien me cede el asiento. No sé si es cortesía o provocación.
—Aquí está el contrato final —dice el abogado, pero yo miro a Adrien.
Él me devuelve la mirada.
No parpadea.
Cuando el abogado empieza a explicar las cláusulas, siento la tensión en el aire como electricidad. Adrien está sentado a mi derecha, demasiado cerca, demasiado tranquilo.
—¿Alguna duda, señorita Johnson? —pregunta el abogado.
Antes de responder, Adrien habla:
—Ella no tiene dudas.
—Sí tengo —lo contradigo, fulminándolo.
Él gira el rostro y su expresión…
es intensa.
Más de lo normal.
Más de lo que suelo ver.
—Dila —me desafía.
—¿Por qué quieres esto tan rápido?
El abogado se inconforma, como si esa pregunta no debiera hacerse. Adrien no lo mira; solo me mira a mí.
—Porque cuando tú decides algo, Savannah, cambias de opinión demasiado rápido. Y no voy a darte espacio para arrepentirte.
—No sabes nada de mí.
—Sé más de lo que crees.
Siento un calor insoportable en las mejillas.
Rabia… o algo más.
—Entonces firma tú primero —digo.
—Encantado.
Toma la pluma, firma con seguridad, como si no hubiera nada más natural.
Luego me pasa el documento.
—Tu turno —dice.
Sus dedos rozan los míos.
No sé si fue un accidente, pero lo sentí hasta el estómago.
Tomo aire.
Firme.
Firme como si eso no cambiara mi vida entera.
Cuando termino, dejo la pluma.
Adrien toma el contrato, lo cierra y lo entrega al abogado.
Luego se queda mirándome.
—Listo —dice el abogado— con esto, ya están oficialmente comprometidos bajo contrato.
Esa palabra “comprometidos” hace que mi corazón dé un salto estúpido.
Adrien también la escucha.
Y sonríe apenas.
Esa sonrisa que no debería existir.
El abogado sale.
Adrien y yo quedamos solos.
Él se acerca.
Lento.
Seguro.
Como si ahora tuviera permiso para hacerlo.
—Savannah Johnson… —dice mi nombre despacio, como si lo probara— ya no puedes echarte atrás.
—Nunca quise hacerlo —respondo, aunque no estoy segura si es verdad.
—No mientas —susurra, acercándose aún más.
Puedo sentir su aliento en mi mejilla.
—Pero al menos aceptaste. Y eso… cambia todo.
Doy un paso atrás. Él da uno adelante.
Me acorrala sin tocarme.
—Adrien, no estamos juntos. No somos nada.
—Eso fue antes —dice, con esa calma peligrosa—. Ahora eres mi futura esposa. Por contrato… y pronto, por ceremonia.
—Eso no significa que mandes sobre mí.
—Significa que caminas a mi lado —responde— quieras o no.
Mi corazón late demasiado rápido.
No me gusta.
No me gusta nada.
Pero tampoco puedo negar lo que siento:
Esto está empezando a salirse de control.
—Y ahora —continúa— tenemos que hablar de las reglas que van más allá del papel.
—¿Qué reglas? —pregunto con desconfianza.
Él me sostiene la mirada.
Sus ojos oscuros brillan de un modo que me desarma.
—Las reglas que tú y yo vamos a crear.
Las que no están escritas.
Las que solo tú y yo vamos a conocer.
Su voz baja un tono.
—Y esas, Savannah… —dice con una sonrisa mínima, peligrosa y suave— se negocian a solas. Sin abogados.
Mi respiración falla.
Él lo nota.
Es lo peor.
—¿Quieres empezar ahora? —pregunta.
—No… no lo sé.
—Entonces mírame y decídelo.
Lo hago.
Lo odio por obligarme.
Lo odio por gustarme un poco.
Lo odio por volverse tan complejo.
Su mirada es fuego.
Controlado.
Dirigido.
Solo para mí.
—Savannah —dice, atreviéndose a rozar mi mano otra vez— empezamos hoy. Esto… nosotros… sea lo que sea… empieza ahora.
No puedo contestar.
No tengo palabras.
Solo sé que mi corazón late demasiado fuerte.
Y Adrien Ferrari sonríe como si hubiera ganado la primera batalla entre nosotros.
---
#368 en Otros
#24 en Aventura
#28 en Joven Adulto
jefe y empleada, jefe empleada enamorados besos, matrimonio bajo contrato
Editado: 21.11.2025